viernes, 26 de agosto de 2011

El orgullo patriors.

Desde que tengo uso de razón me criaron para odiar a mi país. O al menos para tenerle una desconfianza colosal a todo ese aparataje patriotero del país solidario, la cueca, los ingleses de Sudamérica et al. Cuando nací la cueca había sido expropiada por Los Quincheros, que eran propiedad del regimen militar. Eso lo resume todo.

Creciendo, me tocó repeler y aislarme de las sentimentalerías de mi generación y sus catarsis chilensis: el amor por la Teletón, el siquiera pensar en ver el Festival de Viña, el orgullo de los Record Guiness (¿se acuerda de los 90s mi querido lector?), el celebrar los empates y creer que los terceros puestos son la raja. Era un marcador de estupidez jurarle amor a cualquiera de estos microemblemas patrios que conformaban, de la mano de una actitud sumisa y el combo de agachar la cabeza y salir farfullando. País chaquetero, envidioso y clasista, qué ganas iba a tener yo de sentir algún orgullo de esta gente.

Crecer me significó también aprender a entender y eventualmente dejar de sentir rabia con la gente que agachaba la cabeza y poder enfocarla en ellos que nos habían enseñado eso. En los que se beneficiaron y se benefician del miedo, de la intolerancia, del odio. Antes estaban en el poder y vestían uniforme. Hoy están en el poder y son sus admiradores o seguidores. Algunos, otros callan, otros entendieron que el poder más duradero está lejos de las cámaras y de los poderes del estado, pero ahí están aún.

Han pasado los años y hoy, hoy de todos los días, las calles se llenan de gente, de la mano de una generación que no creció con el miedo de mi generación. Una generación a la que en sus casas no le dijeron que no había que repetir en la escuela que Pinochet era feo por miedo a que alguien le contara a alguien para que este le contara a alguien que le pidiera a alguien más que te fueran a visitar a la casa. Desde hace unos meses marchan y se toman sus escuelas y espacios públicos miles de jóvenes libres por fin del estigma de la dictadura. O de uno de sus estigmas: marchan por sacarse otro más.

Son un orgullo.

El país los sigue y en ese seguimiento se refleja el espectro completo de reacciones sociales: los anquilosados que temen por la propiedad pública, los que pretenden creer que esto es algo ocasional, los que no se atreven a marchar pero "apoyan las demandas", los que no pudieron marchar nunca y ahora salen, los de siempre con su farfulleo, los que recuerdan cómo era que se sentía esto de ser partícipe de la historia de tu país. Hay quienes reaccionan con miedo, otros con violencia. Y están también los que se organizan para combatir la violencia. Paso a paso, la sociedad parece, bajo la luz de las barricadas, mostrarse más escalonada y diversa; lejos del estratismo absoluto, lejos de la Chilean Obsession de creer que UNA sola cosa es válida (teníamos un dictador, un programa los Sábados en la tarde, algunos hoy creen que hay una sola forma de dialogar, o que se requiere una sola nueva forma de gobernar). Aparece una diversidad rica; bruta y atropellada, sí, pero rica.

En algún momento de esos primeros párrafos recordé una clase de historia de cuando estaba en tercero medio, con mi profesor tirando al aire el dato de que serían algo así como cincuenta años antes de que muriera la radioactividad de la dictadura. Ya vamos en la mitad de eso y se sienten los primeros brotes, en veinte y cinco años más (cruzolosdedos) ya no estará Zaldivar en el congreso e individuos articulados y sensatos como Giorgio Jackson tendrán la edad para ser senadores o presidentes.

Va a ser un gran cumpleaños cincuenta y cinco.

Hoy por fin me da gusto mi país y me siento feliz de estar acá. De haber estado entre su gente hace un par de semanas en el centro, de pasarme estos días de paro en el Norte queriendo dejarlo todo y partir a la capital. De las conversaciones con todos los desconocidos que me han tocado el tema en estos meses y de vernos a los chilenos dejando atrás el estupor histórico.

Queda mucho por lograr y la historia nos enseña que no hay que aflojar ni relajarse. Tantas cosas pueden salir mal, pero al menos, siento, al menos van a pasar cosas. Las calles se sienten nuestras y los violentistas son unos pocos: visten uniformes o están bajo sueldo de los que visten uniforme. Es un paso, un primer paso. Iluso como soy, sigo creyendo que es posible un país donde podamos vivir todos con dignidad y respeto. No tenemos porqué querernos, pero podremos dejarnos en paz y yo podré abortar sin obligarte a hacer lo mismo ni que me obligues a estar casado para ser familia. Las desafortunadísimas declaraciones del intendente de la VIII Región nos recuerdan que es en estos días que se purgan las más odiosas reacciones, y es natural que salten este tipo de chispas. Es un buen síntoma, y llegará el tiempo en que lo pensaremos como el último estertor de una barbarie que se nos impuso por años. Pero ya no.

A no decaer en la lucha, en todas las luchas. Sobretodo en aquellas que son por lo mínimo, por lo que siempre fue nuestro. Para que un día la diversidad se vea no sólo bajo la luz de la barricada.


Va a ser una lindísima primavera, que duda cabe.


domingo, 14 de agosto de 2011

Anatomía de una noticia o el periodismo al teléfono.

Uno se despierta, un domingo cualquiera, aún sonriente de la noche anterior y el reflejo en el baño le devuelve la cara de alguien que debería seguir durmiendo, pero los hábitos son más fuertes. Uno revisa las redes sociales y se encuentra con una noticia que le parece de lo más interesante. Una que uno se venía esperando hace rato ya. Atentado contra el memorial del ideólogo de la dictadura, y uno de sus participantes más siniestros. Uno hace click, deseoso de informarse y se encuentra con esto:

El título, bien, claro. Era lo que había sido prometido vía twitter.
Es cuando llegamos a la bajada que las cosas se empiezan a poner peliagudas. Aparentemente, habría de haber un guardia herido, puesto que la bomba explotó justo cuando este encontró el "paquete sospechoso". A menos, claro, que fuera una bomba de esas que se activan con la mirada de un extraño o algo así. Mención aparte merece ese "cerca de las 01:17 horas", que es una aproximación bien aproximadamente exacta.

El primer párrafo nos cuenta lo básico, pero además agrega un misterioso número 4, en "de 4este domingo"...¿este domingo 4? ¿este domingo 14 del que olvidé la decena? ¿o acaso un mensaje en código disperso entre las notas para que los más ávidos lectores de El Mostrador descifren y ganen sorprendentes premios sólo comparables a los de la Confortástica? Uno entiende la pulsión periodística y las ganas de informar prontamente al mundo en esta era de la información instantánea, pero un poquiiiito de edición como para darse cuenta de que hay un número escondido no cuesta tanto ¿o sí1?


El segundo párrafo es la repetición de la bajada. Es más, el segundo párrafo ES la bajada. Noticias editadas por Burroughs, el poeta beat no el escritor de Tarzán. Aunque, visto así...

¡En el tercer párrafo el explosivo detona de nuevo!!! Confirmándonos así que estamos en presencia de un ejercicio cut-up, el explosivo, que había detonado al ser encontrado por el guardia, ahora lo hace al encontrarse en la presencia de carabineros. Claramente, es de esas bombas anti-autoridad.

Después tenemos dos lindo párrafos que empiecen con el mismo sujeto ("la policía"), nos enteramos de que decidieron acordonar un sector de Vitacura, aunque no sabemos si lo hicieron en efecto y si acaso esto sigue hasta ahora. Es domingo y si usted es de la poca gente que vive por ahí ya se habrá dado cuenta, parece asumir el autor. Se nos informa que la policía investiga el hecho, cosa que puede o no tener relación con el acordonamiento y que además viene en esas líneas sueltas que quiebran el ritmo de una manera tan bonita.

Como esta, por ejemplo.

Un auténtico ejercicio poético mediante, terminé sabiendo poco y nada de lo que había pasado realmente. Si me piden la opinión, semejante cobertura da para pensar que el bombazo es una suerte de atentado auto-infringido para hacer víctimas de quienes siempre han sido victimarios. No tenemos reporte de daños, si es que los hubo, no sabemos si el guardia resultó herido; que es lo más natural dada la insinuación de que la bomba estalló al encontrarla él, o si acaso hay carabineros herido, dado que la bomba volvió a estallar una segunda vez. O así nos están queriendo decir.

En definitiva, tengo todos los datos que tendría si hubiera hecho una llamada telefónica a la fundación afectada. La nueva forma de hacer periodismo.

N.B. La noticia la leí a eso de las once de la mañana. Me dispongo a hacer click en "Publish" a eso de las tres de la tarde, y la cosa sigue igual, número 4incrustado y todo.

martes, 9 de agosto de 2011

La validez de la violencia.

Todo esto un poco a propósito de la gente que pide "paz para Chile", que no sé, ni tampoco me interesa saber, si están vinculados ideológicamente con aquellos que no quieren perder el año o si sólo son una variante más del amarillismo nacional.

Desde distintas tribunas y en distintos espacios que van desde lo virtual a lo real a lo místico he escuchado esa idea, tan políticamente correcta, prístina en su concepción de que "están bien las marchas, pero están mal los destrozos" o "ya están los mismos de siempre causando desmanes y arruinando todo". Eliminando de plano el presupuesto de los imbéciles que estiman que marchar es una forma no válida de expresión o diálogo (tuvimos, hace semanas, un ministro de Educación que en su discurso predicaba tal cosa, como si sólo hubiera una sola forma de dialogar, una sola forma de expresarse), concentrémonos un rato en la violencia en sí. En los desmanes, los autos quemados, la basura tirada, los vidrios rotos. Dejemos también aparte los robos y el oportunismo de algunos, aunque volveremos a ellos más adelante, qué duda cabe.

Supóngase usted un joven estudiante. Supóngase usted miembro de una familia que no ha podido acceder jamás a la educación universitaria ni, por ende, a aquél delicioso ocio contemplativo al que gustamos llamar "vida universitaria". Su familia ha estado siempre sometida al influjo de gente más poderosa, usted mismo no conoce más que de servilismos y desprecios. Cuando va a ciertos barrios lo miran mal, las manifestaciones culturales que son de su gusto son miradas en menos y consideradas inferiores por el resto de la sociedad. Usted mismo es mirado en menos y considerado inferior por el resto de la sociedad. Ciudadano de segunda clase, prospecto de ladrón, vago o esclavo. Usted sabe como sigue la canción.
Usted ve que en este, al que le han dicho que es su país, pero que claramente le pertenece a cualquier otra persona; la sartén por el mango la tienen otros, y sus opciones consisten básicamente en ser frito y refrito por los poderes corporativos o quemarse en el fuego aquél de la ilegalidad y la marginalidad. Usted, déjeme contarle, ni siquiera llega a pensar que votar por alguien podría llegar a solucionar algo; aunque cada cuatro años le dicen que vamos a vivir mejor, que Chile va a estar mucho mejor, que va a crecer con igualdad y otras cosas del corte. Usted no sabe quienes son sus representantes en el parlamento y, estemos de acuerdo, poco le importa. Nada, pero absolutamente nada ni nadie ni usted mismo ni un milagro divino ni una intervención de ningún tipo lo van a sacar del lugar donde usted nació y está condenado a morir. Su voz no importa y su voto es uno más, si es que tuvo el desatino de inscribirse en los registros (¿para qué? le habrán preguntado otros, que llevan más tiempo que usted en esta vida y en esta misma miseria). Entonces un buen día sus compañeros estudiantes, aleonados por el espíritu de la juventud y amparados precisamente en no tener voto pero sí una voz para corear cantos contra aquello que está mal y que las autoridades han jurado poner peor, van y se toman la escuela. Van y marchan y gritan y cantan. Huyen de las lacrimógenas y se enfrentan a la fuerza pública. Una fuerza pública que les pega con toda la fuerza que tiene y los trata con toda la mano dura con la que no pueden tratar ni a aquellos que se enriquecen traficando en la ilegidad ni mucho menos a aquellos que perpetuan su enriquecimiento legalmente, favorecidos como han estado desde el día uno por su buena estrella. Sí, los pacos no sólo son cobardes, también son flojos y van por los blancos fáciles. Todos los aparatos represivos, a todo nivel, lo son. Y cualquier persona que acepte un trabajo entre cuyas órdenes esperadas en un día cualquiera este "apalear gente" ya es alguien con quién va a costar sentarse a conversar.
Pasan los días y usted se da cuenta de algo: el país lo está escuchando. Toda, toda esa gente, que con usted sólo comparte la experiencia de sentirse menospreciado y mirado en menos; toda esa inmensa mayoría de ciudadanos que también siente que nadie los escucha tiene algo en común con usted. Si el organismo de represión los ataca, ellos salen a hacer ruido. Esto es algo de verdad. Esto promete.
Y sin embargo, frente a usted; o, seamos francos, sobre usted, porque siempre van a estar sobre usted, porque si pasan cincuenta años creyendo ser mejores, tendrán que serlo ¿o no? se encuentra un bloque insalvable, una gente que usted no alcanza a creer cómo o por qué hacen lo que hacen. Si ya tienen plata, si tienen sus vidas aseguradas, ¿por qué? piensa usted, desde su ingenuidad.
Esta gente no escucha con nada. Esta gente lo único que quiere es que usted se calle y vuelva al hoyo miserable desde el que se arrastró una mañana y ojalá rápido y sin chistar. Y trate de verse más decentito la próxima vez que salga a la calle.

Y usted tiene una tarde cualquiera, corriendo de las bombas, llamadas lacrimógenas, pero que también son regurgitivas y laxantes, y frente a usted, al que nunca nadie ha escuchado y al que nunca nadie va a escuchar, obstaculizando su paso, ofreciéndose para obstaculizar el paso de su perseguidor: autos, tiendas, faroles.

Ahora sí lo van a escuchar. Ahora hasta puede salir en las noticias. Ahora se van a acordar de usted y aquellos, o parte de aquellos, que lo han ninguneado la vida entera a lo menos van a tener que pagar por un acto suyo.

Usted va y patea, rompe, destruye.


Porque cuando las instituciones y los sistemas que están pensados para representar a la ciudadanía no lo hacen eficientemente por décadas de décadas, porque cuando las diferencias sociales se perpetuan bajo el supuesto implícito de que hay siete amos para cada noventa y tres siervos en un país; y cuando cada uno de los organismos oficiales, copados por aquellos que o son o aspiran a ser amos parece estar consagrado en mantener esta sistema en marcha, más allá de lo que puedan o quieran decir aquellos que los pusieron ahí, ¿qué más queda por hacer? ¿Qué clase de altura moral o de etiqueta y buenos morales le vamos a pedir a los que llevamos años sofocando, ya sea como actores principales o en nuestro afán de no morir sofocados nosotros mismos? Pretender que un movimiento social, que un movimiento de gente, o que la vida misma si se quiere, se comporte limpio y aséptico y tan de cartón como una sitcom gringa es una necedad, propia de quienes no han experimentado otra realidad que aquella cuyos privilegios se basan en estos pilares humanos de ciudadanos de tercera categoría. Los movimientos sociales son así, sudados, hediondos, sangrientos. Suelen venir con gobernantes decapitados o manifestantes exterminados. Pero acá nos gustan las cosas "en la medida de lo posible", al menos en esta democracia restaurada por Aylwin con esas palabras mágicas. En la medida de lo posible, estos jóvenes que protestan nunca van a tener lo que piden, sino más bien todo lo contrario. Llevamos casi cuarenta años incubando esto, y negar que la violencia es el recurso precisamente de aquellos que no tienen otra forma de ser incluidos, de aquellos que han sido ignorados y para quienes día a día se construye un país con más y más barreras que impiden su inclusión es una soberana estupidez. Pretender que todo sea lindo y eficiente, como si tuviéramos una tradición republicana de cuatrocientos años, como si tuviéramos el nivel de civismo para condenar a nuestros dictadores en vez de hacerles fundaciones, como si estuviéramos en el estadio evolutivo para no reciclar a nuestros presidentes y tener senadores eternos, es un absurdo. Somos lo que somos y para cambiarlo hay que ir a la raíz, en procesos lentos que este mundo acelerado ya no tolera: entonces el camino rápido, la protesta, pedir plebiscitos, pedir cambio. Un proceso así en contraste, generando la fricción natural entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada más que la capacidad de tirar una piedra ha de ser, lógica y validísimamente, cualquier cosa menos limpio.

Mi querido lector, yo no sé si "Chile quiere paz" es una genuina inquietud de gente buena que quiere levantarse todas las mañanas e ir a su trabajo tranquila, o acaso es el slogan corporativo de aquellos que saben que "Chile quiere más de lo mismo, por siempre" no sería muy popular. Creo eso sí, que cualquiera que tome el nombre de Chile por estos días para una iniciativa así está olvidando que estas protestas y manifestaciones se originan precisamente porque no hay tal cosa como un Chile. Hay, a lo menos, dos. Y uno, el más grande y amplio. Aquél que no viene marketeado y no necesita logos, cree que la paz puede esperar un rato. Es linda la paz, pero mejor es poder disfrutarla. Todos.


Y si usted es de esos que aprenden más y mejor auditivamente, los Clash le dicen lo mismo que este post en menos de dos minutos. En esa segunda estrofa está más o menos todo lo que se necesita para entender porque la violencia y los disturbios sí son una forma de ejercer no sólo opinión, sino también dominio sobre un mundo que te ha alienado por siempre.

One, two, three, four...