domingo, 17 de abril de 2011

Amores Musicales

Me ha estado rondando la idea de las separaciones emocionales y la forma en que nos (des)apegamos a los objetos culturales de la misma forma en que nos (des)apegamos a las personas. En particular el proceso de enamorarse y eventualmente des-enamorarse de una banda, fíjese, a propósito del post anterior y los comentarios a este.

Porque los años pasan y uno cambia y todos los "uno" cambian y es más o menos esperable, parte del juego y entendible si uno tiene más de...digamos 20 años para ser generosos, que las personas que creíamos amar con locura y por siempre se vuelvan individuos que nos son indiferentes o pasen a sernos detestables. Puede pasar, también, con nuestras bandas contemporáneas, porque cambian, porque suenan distinto, las mejores, porque el Pablo Honey no se parece en nada al In Rainbows, por ejemplo. O quizás, si es lo tuyo, si te gustan esos grupos que suenan igual toda la vida, como Oasis, que uno puede hacerse un mixtape sacando una canción de cada disco y suena como un disco coherente, termines un día descubriendo que ya no estás para escuchar treinta y siete veces la misma canción con una letra apenas distinta. Y Roll With It debe ser la única canción que algo se escapa del repertorio de dos o tres variedades que tenían esos dos.

Ahora, todo lo anterior se aplica a una relación moderadamente racional, del gusto por la música, el placer de escuchar una o dos canciones en la radio, comprar el disco, bajar el disco, recomendar el disco. Todo esto en parámetros que son aplicables aún hoy, cuando el mercado discográfico está irremediablemente fragmentado y cualquier banda puede tener seguidores dispersos en todo el mundo y donde alguna vez hubo continentes musicales ahora hay archipiélagos desmembrados, de esos en los que uno puede cruzar de un islote a otro de un paso.
Antes no, antes solía haber Una banda que definía una generación. Después Una banda que definía un género. Ahora uno define sus bandas. El triunfo del playlist por sobre el artista. Así ganamos todos, dicen.

Antes, so pena de sonar como un retrógrada insoportable, uno se enamoraba de una banda y tenía un primer amor marcado e intenso y lleno de ilusiones y sueños de vivir juntos por siempre. La idea podrá sonarle absurda a los technoniños de hoy, pero así solía ser. Si te interesaba esto de escuchar música o estar cerca de "el medio" de la forma que fuera, siempre era porque alguien las había hecho de columna vertebral. Había habido un primer amor y por lo general, o eso creíamos, duraba por siempre.

Todavía le dura por siempre a algunos amigos, observo. Pero claro, también tengo amigos casados y con dos hijos, de esos que ya se resignaron a no ir al cine sino a ver la última de Disney con la familia.

A mí el primer amor musical me duró más o menos de los quince a los veiniticinco. Después terminamos, nos separamos y siguió un odio horrible, intenso y asqueroso, de ese que no quiere saber de la felicidad del Otro con otros. Con la misma inmadurez emocional con las que algunos se separan de sus  primeras y segundas pololas (de nuevo, mejor ser generosos a la hora de trazar estas líneas, los hay inmaduros todo la vida), me quedé solo y dispuesto a pasar tiempo con todas las bandas que quisiera, que vinieran a mí con ganas de ganarse un lugar en mi discografía. Deambulé así por años, medio perdido, pasándolo bien aquí y acá.

Con la idea de la separación y los evidentes paralelos entre el amor y la música rondándome, me he decidido a sanar un poco mi espíritu y me hallo en condiciones de enamorarme nuevamente. No es un proceso fácil - con las personas he tenido más práctica y es algo más esperable, la verdad; me pregunto genuinamente si acaso así es como se sentía tener poco conocimiento de las emociones - con la salvedad que las bandas y la música son más grandes que las personas: atemporales y eventualmente eternas, nuestros procesos con ellas son titánicos, glaciares, de magnitudes que escapan a la dimensión de lo cotidiano.

Pienso que a los Clash los conocí en una fiesta. Los había visto antes, pero fue una fiesta con Pressure Drop la que las hizo de gancho. De ahí en más vinieron los coqueteos, los discos de grandes éxitos. Las referencias veladas en mails y posts. Los comentarios a amigos.
Pasé la noche con la discografía entera de los Clash, mientras buscaba frenéticamente la forma de conseguir el libro que recoge algunas de las columnas de Lester Bangs. Me decidí a leer todo lo que pudiera encontrar, todas las biografías, todas las anécdotas, la historia de todas las canciones. Como cuando tenía quince, sólo que con la perspectiva de alguien que ya ha doblado esa edad. Como despertarse un día y sentir que esto de pololear tiene su chistecito, pero que lo que uno busca realmente es convivir con alguien.

Lo mismo, pero de otra forma.

Estoy enamorado.


De las traiciones y desilusiones que llevan a romper un amor musical escribiré en otro momento, es un día nuevo, domingo a media tarde que se siente de media mañana, aún en pijama, suena Drug-Stabbing Time del Give'em Enough Rope. Pienso en los technoniños y sus doce mil bandas indies sonando en lo que me toma escuchar el Give'em Enough Rope. Sonrío como DeNiro al final de Once Upon a Time in America


No tiene comparación.

El Libro de Lester Bangs se llama Psychotic Reaction and Carburetor Dung y está acá, por si acaso. Disfrutad.

Perseguido en la semana además por la figura del Rumpy, terminaría este post con Amores Incompletos de Los Tres. Pero no.

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