martes, 28 de septiembre de 2010

El Modus Operandi.

Este jueves tengo que hacer una presentación.
Cinco textos, más o menos cargados hacia la teoría. El tema central es el concepto de clase social y la forma en que esta afecta la producción literaria de las clases bajas. Por supuesto, todos los problemas teóricos que supone hablar de esto desde la comodidad de una universidad calentita.

El Modus Operandi para hacer una presentación que sea decente e innovadora y entretenida es más o menos el siguiente:

1- Leer texto teórico, anotarlo y comentarlo copiosamente, mientras de fondo está el concierto de Radiohead en Praga.
2- Resumir algunas ideas en la parte de atrás de dicho texto.
3- Pararme de mi silla y convulsionar un rato al ritmo de la música. Anotar cualquier idea que pueda desprenderse del movimiento.
4 - Leer otro texto teórico y repetir los pasos siguientes.

Después establecer correlaciones, pensar lateralmente un rato. Tratar de inventar un mecanismo de visualización de información que funcione, convencido como estoy de que las limitantes en nuestros modelos de representación terminan siendo limitantes en nuestro pensamiento.

Después más Radiohead.

Quizás por que sí termino justo donde empecé...

lunes, 27 de septiembre de 2010

La Amabilidad de los Extraños.

Desperté sintiendo que el elefante que me había aplastado durante la noche pesaba unas seis toneladas menos que el de la noche inmediatamente anterior. Esto, para los conocedores de los paquidermos, equivale a la diferencia entre ser aplastado por un elefante bebé y un elefante africano más bien repuestito como dicen las señoras en Xile. Lo que sí, me levanté como pude, tras hacer un poco de trabajo de traducción, pues hoy era el día en que obtendría mi escritorio. Mi primer escritorio en...años. Muchos años. Tuve uno hasta los 11, pero después nos cambiamos a un departamento más grande y por alguna extraña lógica el escritorio pasó de ser un objeto a una pieza. Y en la pieza del escritorio mi escritorio no se usó nunca. Cosas de la vida.

Ayer había ido a la casa de un matrimonio indio que se está cambiando y como tal se deshace de sus cosas a precios módicos. Con sus 24 piezas e innumerables tornillos y tuercas, moverlo no iba a ser cosa tan fácil. Quedé de volver, dada mi afiebrada condición, que fue semi-documentada en el post anterior, y así lo hice. Junto al matrimonio en cuestión desmantelamos las piezas y las pusimos de patitas en la calle, donde permanecieron hasta que llegó el taxi, tras lo cual las puse de patitas en mi pieza y de ahí procedí a  transformarlas en el mismo mueble que había visto la noche anterior, pero eso es otra historia.

El mueble en cuestión.
(Silla, computador y Coca-Cola se venden por separado) 
La historia de hoy va más de la mano del matrimonio indio. De que ayer me trajeran a casa para ahorrarme el taxi, de que hicieran lo posible por traerme hoy, pero su auto resultó demasiado pequeño para la pieza principal del mueble en cuestión. De las pequeñas conversaciones y las anécdotas maritales contadas cuando uno u otro cónyuge estaba ausente. De la cara de "hijo, perdido" que me pusieron desde el minuto uno, de la cara de hijo perdido que les puse yo para caerles en gracia y así. También de Matt, mi roommate que no aceptó negativa alguna y subió buena parte de las piezas al segundo piso que habito. De la amabilidad de los extraños y cómo es que estas experiencias nos abren a ser amable de vuelta. De cómo existe todavía un sistema de intercambio basado en transacciones que no tienen precio y sí todo el valor del mundo y funciona en arbitrarios desplazamientos omnidireccionales donde la reciprocidad inflecta hacia El Otro, sin importar quién sea El Otro. Mientras uno ayude, la cosa funciona. De eso se trata. Basta con ser un buen tipo para que las cosas anden mejor, en todo orden.
Pienso que a gente como el actual presidente de Xile o a Jaime Guzmán si alguien los hubiera tratado mejor no se habrían vuelto la clase de persona que terminaron siendo. Sería este, entonces, un lugar mejor.

Sea amable con los extraños. También con los necesitados, especialmente con aquellos que día a día tratamos de invisibilizar con la mirada desviada, la negación de su presencia. Es tener un mínimo de humanidad reconocer la humanidad en El Otro. Y si no le interesa eso de mostrar humanidad, prepárase a ser reemplazado por un robot, que lo hará mejor que usted. A mí me va a terminar reemplazando un androide grafómano modelo LV-55, eso está claro. Pero usted puede ser más persona que yo, en eso estamos todos de acuerdo.

El observador atento podrá encontrar:los seis tomos de Scott Pilgrim, dos novelas de Boris Vian, una de Guillermo Saccomano, una de Fresán y dos comics de Alan Moore. También una antología de Leonard Cohen y las cartas de Arendt y Heidegger. Ocho moleskines de tamaños diversos, un disco duro removible un iPod con la pantalla trizada, un kindle en modo de protector de pantalla, un vaso para leche, un vaso para agua, un vaso para Coca-Cola y un vaso para Fanta. Además de fotocopias varias, lápices para tomar apuntes semi-inteligentes, Thom Yorke y un plato con restos de pizza.

sábado, 25 de septiembre de 2010

BREVE: En donde [El Autor] se muere.

O algo parecido.

Finalmente eso de dormirme en el hemisferio Sur y despertarme en el hemisferio Norte me pasó la cuenta y mi cabeza está a punto de explotar. A ratos siento que voy a terminar con la racha de dieciocho sin vomitar, pero el sólo pensar en la racha me compone. Estoy así de condicionado para la numerología.

Tipeo a ratos con los ojos cerrados, porque mirar la pantalla hace que todo sea infinitamente peor. ¿Por qué no me voy a acostar? La respuesta está por ahí, más abajo.

Grafomanía.



Brevemente entonces: Hoy no fui a la feria del libro, porque el principio de resfrío me tumbó pese a que me había levantado y estaba listo para encontrarme a las 10 en el metro con Mark. Después sí nos encontramos y fuimos a ver perder a los Washington Nationals, con Kate también. Después cada uno para su respectivo.

Hoy había fiesta en lo de las chicas (las chicas siendo Kate, Caroline y Jessica), pero mi estado de muerto viviente me impide hacer nada mucho por la vida.
Mañana será otro día. Mañana: La amabilidad de los extraños.

Hoy, el momento zen del día llega a ustedes con el auspicio de Geico, sin lagarto, pero con Teddy Roosevelt hipercefálico:

Todos los participantes de este post.

INTERLUDIO ESCRITO: En donde [EL Autor] os deja en mejores manos

Imagínese que está leyendo un libro delicioso donde nada hace sentido, pero no importa. Imagine que dicho libro está ambientado alrededor de los años 20, ciertamente en el siglo XX. Usted lleva algo así como treinta y tantas páginas (de una novela de ochenta a lo más) siguiendo a un par de personajes que buscan un extraño objeto del que sabemos sólo que fue robado, y que hay falsificaciones que van y vienen. Estamos en medio de esa trama de persecución cuando se nos dice que habrán de llegar refuerzos policiales, particularmente: el mayor Loostiló. Entonces esto:


Capítulo XV
El mayor Loostiló


El 7 de enero de 1464, una partida de mercenarios rebeldes atacó la villa de San-Martín-Sangrante. Cuando la tropa, formada por un barón venido a menos, un antiguo caballero de la orden de la Jarretera, siete soldados suizos y once ingleses tocados con el típico casco en forma de bacía, se disponía a cruzar la pasarela sobre el coqueto río, blanco agua arriba, rojo agua abajo, que dio nombre al lugar, una especie de bandolero, vestido con cueros y sin más arma que el rabo de un toro recién sacrificado, surgió de entre los árboles y arremetió contra los soldados con tanto arrojo que los puso en fuga.
Los siguió, y cuando se replegaban desbandados, uno a uno los arrojó al río, menos a los cadáveres.

—¡Los tiró, los tiró al agua! —decían los paisanos que acudieron a despojar a los muertos cuando todo hubo acabado.

Con ese nombre, Lostiró, se quedó. Deformado por la melodiosa pronunciación de los niños de aquella región de las Landas, el nombre pasó a ser Lustiró y luego Lustiló. Un lejano antepasado del mayor lo llevó a las Américas, donde se convirtió en Loostil O'Connor, que sonaba mejor. El abuelo del mayor era biznieto de Loostil O'Connor.
De nuevo afrancesado, el apellido se escribía Loostiló.

Pues bien, el mayor se llamaba Jacques, Jacques Loostiló, claro. Usaba tarjetas de visita con el nombre de Jean Dupont, pero eran robadas; requisadas, mejor dicho, ya que él era policía; policía en la reserva, desde luego: una especie de detective privado con poderes de comisario multiplicacionario de la policía judicial.
Físicamente parecía un perfecto idiota: frente baja, pelo greñudo, un ojo torvo y el otro de cristal, labios finos de rictus satánico. Vestía con prendas largas, conservaba todos los dientes y profesaba un amor desmedido por el tinto peleón.
En lo moral podemos decir que el mismo magma volcánico parecía frío comparado con el candente fuego de su mente genial. Rara vez, sin embargo, decía lo que pensaba.

Concluyamos añadiendo que era virgen y practicaba jiu-jitsu... o yudo, como se dice ahora.

Señoras y señores, Boris Vian, a sus veintidós años, A Tiro Limpio.

jueves, 23 de septiembre de 2010

INTERLUDIO MUSICAL: En el que [El Autor] descansa y usted mueve su cabeza

y sus patitas.



Semana larga, con ligeros trazos de éxito académico. Esta noche no pienso en nada y duermo. Mañana empezamos de nuevo.

QUINIENTOS CINCUENTA Y CINCO: Grafomanía.

el afán compulsivo por escribir, derivado a los niveles psiquiátricos de escribir palabras sueltas, sin conexión aparente, de no poder parar de escribir. Los aires de escribanos que tienen algunos, los pueriles espasmos de escritor que tienen otros.

Todas las anteriores. Cada una por sí sola.


Acabo de terminar mis tareas de la semana. La última, precisamente, escribir un post para la discusión virtual de la clase de mañana. En algún punto, dije algo así como:

"Si bien encuentro que el autor se pasa de revoluciones, no creo que sea "mucho". No creo que exista tal cosa como "mucho"cuando se trata de un texto. La total libertad de juego en su definición por diferencias es quizás la característica fundamental de la escritura".

Líneas que después borré porque me salía un poco del tema de mi post, pero que reproduzco para usted, en versión Escenas Borradas y traducida al flamante español. Y es la pura y santa nada más. Al menos mi pura y santa. Escribir es, aparte de la compulsión y la manía, el gusto de entrar a un espacio donde todo es posible porque nada existe como tal. La primera y más firme de las realidades virtuales, la escritura es ese acto de transportación en que dejamos atrás esta cruda materia y nos volvemos los seres luminosos que decían por ahí que nos volveríamos algún día. Dialogamos y nos escribimos, argumentamos sobre temas y nuestras cartas, las mejores cartas, giran en torno a distintos ejes gravitacionales, como la Tierra y la Luna. Seremos, tú y yo, algún día, uno entre Otra Gente. Uno o dos en franco e ilimitado dialogo.

Es, mediante estos signos, acá o en cuadernos, envoltorios o manteles de papel que nos aferramos a decir algo, a arañar la existencia con el ímpetu de dejar una marca visible, como en la espalda de una amante o en el registro alterado de las cosas. Decir, así "Este era yo, cuando estuve aquí. Acuérdate".

Quinientos cincuenta y cinco posts después este ya no es el humilde espacio para configurar la realidad ni el diario para que mis amistades se enteren de lo que estoy haciendo en un país lejano a ellos. No me importa que la gente no me deje comentarios, aunque me sorprende los muchos comentarios que me llegan, de lados francamente inesperados, por otros medios. Escribo para mí, y también para los pocos lectores recurrentes, los que intuyo por sus referencias en conversación y los que francamente me interrumpen una anécdota diciéndome que ya la leyeron. Mi lector ideal eres tú, por supuesto, que estás leyendo ahora. Siempre lo has sido, por más que yo haya estado, a ratos, lejos de ser tu escritor ideal. A veces lo hemos hecho todo bien, ciertamente. Leernos así, escribirnos así, es un continuo tan dislocante y liberador que se me antoja un milagro cotidiano. De esos que están pasando siempre y que como tal se nos han hecho ligeramente invisibles.


Mirando atrás a todo lo que se ha sucedido en estas líneas, y a todo lo que ha sucedido allá afuera, más allá del margen, las personas que han ido y venido y vuelto y desaparecido y transfigurado y teletransportado a lo largo de estos cinco años, a la persona que se sentó en la cama que ya no es más la suya en un departamento que ya no es ni suyo ni de la cama en cuestión y tipeó "Como si siempre estuviéramos empezando, de nuevo" a modo de prueba, no puedo dejar de preguntarme qué fue de él, dónde se quedó, adónde se fue. "Como si siempre estuviera empezando de nuevo".

Estos cinco años han sido, por supuesto, un milagro. Todos los días lo son, como si siempre estuviéramos empezando. Así es el afán.


De nuevo,

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El libro, las cartas y la postal.

Encontrar el libro de Heidegger y Arendt (más Heidegger que Arendt, como se verá más adelante) fue toda una experiencia. Perdido en la monotonía ligeramente aséptica del primer piso de la biblioteca de mi universidad (el primer piso que en realidad es el segundo subterráneo en relación a la entrada, porque el campus está sobre un pequeño monte), memoricé una vez el número de catálogo y fui a buscarlo.

Nada, me había olvidado del número. Volví al computador de rigor, abrí una vez más la sesión de rigor, y me aprendí, ahora sí, el número en cuestión.

Nada. No me lo había memorizado del todo y Heidegger ocupaba Harto espacio en los estantes. Volví al computador de rigor, abrí una vez más la sesión de rigor, y me aprendí, ahora sí, el número en cuestión con más rasgos distintivos.

Nada. El libro, que figuraba como disponible, no estaba en los estantes. Como la primera persona de la que desconfío es de mi mismo, volví al computador de rigor, abrí una vez más la sesión de rigor, y verifiqué que no se me hubiera ido ni un sólo detalle.

Nada.

Empecé a recorrer los estantes aledaños, La Ciencia de la Deducción mediante, era esperable que alguien lo hubiera tomado y no lo hubiera devuelto al lugar exacto de donde lo sacó. Más nada. Nada de nada. Inicié el acoso de rigor a las personas que leían por ahí, revisando que no lo tuvieran por esas cosas de la vida en ese preciso momento, sin haberlo registrado como tal.

En efecto, nada.

Más Ciencia de la Deducción.

Ahí, en el estante del pasillo siguiente, seguramente empujado por la última persona que guardó un libro aledaño de Heidegger figuraba la correspondencia ente el filósofo alemán y la politóloga judía. Cincuenta años de cartas, profesor y alumna, amantes, amigos. Perdidos en el tiempo una, dos veces. Con fortunas a menudo contrastantes: Heidegger se amarra al gobierno Nazi y el mundo le pasa la cuenta en los mismo años en que Arendt empieza a hacerlas de superestrella teórica. Una delicia.

Es un libro más de Heidegger que de Arendt, ciertamente. Más que nada por el volumen en la correspondencia, la autora de La Condición Humana se encargó de conservar la mayor parte de las cartas del escritor de Ser y Tiempo (perdóneme lo chulo de este último paralelismo, pero tengo sueño y escribo más por grafomanía que nada). Así, al menos la primera mitad del texto está dominada por un Heidegger exaltadísimo, despierto a la vida por el entusiasmo de esta muchacha maravillosa, un poco tímida al principio, dotada de una inteligencia deslumbrante y una inseguridad sobre el mundo mismo que refresca al ya-padre-de-familia M.H. Los escasos textos existentes de Arendt son, eso sí, preciosos y hacen un contrapunto emocional e intelectual límpido a la voz entrecortada de entusiasmo de Heidegger.

Una vez conseguido mi libro de premio, continué mi tarde de estudio y en cosa de horas procedí a volver a ese ritmo de vida que es leer para estudiar-leer para descansar del estudio-leer para estudiar-leer para entreterme. A veces, leo para quedarme dormido. Cuando lea para despertarme podré equipara mi relación con la lectura a la que Elvis tenía con las pastillas.

Faltaba un poco para que mi clase empezara, así es que dejé la sala de estudio y partí a sentarme a un banco cerca de la entrada del campus y cerca también de mi facultad propiamente tal. Entonces, la postal del día

La Postal del Día: Figuraba yo sentado, leyendo, sin anteojos de sol porque quería apreciar los colores del día sin filtro alguno, ahí, al pie de un edificio antiguo con aires de catedral, recibiendo el calor del sol del primer día de otoño, y empezando a leer la ya mencionada correspondencia entre los ya mencionados personajes históricos. La historia de un amor velado, cifrado, o una historia de amor velada, cifrada en cartas y ensayos, intercambios donde lo público y lo privado se convulsionan en cosquillas a veces juguetonas, a veces oscuras, a veces de una oblicuidad que no deja de deleitar. Arendt le escribe a una amiga el 50, a propósito de la reaparición de M.H. en su vida "Parece no haberse dado por enterado de que lo nuestro pasó hace 25 años" para continuar, líneas después con un "esencialmente, estoy feliz por lo que esto confirma: que hice bien al no olvidar".

La postal es esa, no la del muchacho leyendo en el banco, sino de la infinitud de dimensiones que transitamos, que nos dividen y segmentan sin separarnos. La postal es del infinito número de pulsiones que nos mueven y que, a veces, leyendo en un banco mientras el sol empieza a dar por cerrado el primer día del otoño, podemos llegar a palpar: las discretamente infinitas facetas que nos constituyen, a veces tan contradictoriamente a ojos de la lógica clásica. La vida como experiencia, como acumulación de experiencias que se articulan en torno a aquello que creemos vital y que pareciera ser tan distinto para cada uno de nosotros.

Yo leía como si las cartas las hubiera escrito yo, leía pensando en Hannah, leía sintiendo la distancia física y en el tiempo con mi familia, con mi inexistente país de origen, con el mítico país donde vivo, con mis amigos de allá, mis incipientes amigos de acá, mis novias, mis amantes, mis profesores. Yo leía y sentía como todo se relacionaba, como todo se había configurado para lograr el momento, la postal aquella. Me paré del banco con la preciosa tranquilidad de haber hecho de mi vida la sucesión de consecuencias de mis actos y con los ojos bien abiertos a todas las consecuencias que mañana van a llegar de lo que hice hoy. Y ayer. Y hace veinticinco años atrás.


Otra de esas noches en las que lo único que me queda por decir, con toda sinceridad, es Gracias por leer, siempre.





Ah, el próximo post es el 555. Procuraremos que sea especial.

Detalles más adelante.

martes, 21 de septiembre de 2010

Pendiente

El post anterior me dejó con la sensación de que olvidaba algo. 
Lo que olvidaba contarles era mi naciente preocupación/interés por la correspondencia entre Heidegger y Arendt. "Hay una novela ahí" pensé, mientras una segunda historia entrando en diálogo con la del profesor y su discípula dilecta se empezaba a tejer en mi cabeza.


Extraños son los caminos del subconsciente.

Desde lejos.

Día tranquilo en DC. Demócratas y Republicanos se aprestan a la contienda de mitad de período peleando por los recortes a los impuestos, mientras la derecha en particular se deshace teniendo que abrirle paso a una derecha más extrema. Todo esto mientras el país hace como que se repone de un recesión. Ah, tuvimos una sesión de fotos como parte de la campaña de protesta en contra del impedimiento al matrimonio gay en California. Detalles de la campaña acá.

En Georgetown el día estuvo más tranquilo aún. Biblioteca, consultoría de escritura y el día entero leyendo a Fanon (Boris Vian es mi copiloto: A Tiro Limpio puede no ser del gusto de todos, pero si usted no se ríe en voz alta un par de veces debiera cuestionarse un poco su humanidad. Un poquito). Me cae bien Fanon, sobretodo ahora que estoy más viejo y menos amarillo. Por esas cosas de la vida, cuando tenía 22 y lo pasé como ayudante, tomaba distancia de él y lo miraba con mi cara de "bien, gracias, que le vaya lindo". A mis 29 estoy harto más dispuesto a tomar partido por las cosas y disfruto más de su escritura intelectocombativa. Buen espejo triangular.

Desde lejos sigo un poquito de lo que pasa en Chile. Me cuesta. Me cuesta por las mismas razones que me costaba cuando estaba allá: me da vergüenza. Me da vergüenza el payaso que encabeza el ejecutivo y también me da pena ver como el país tiembla en su mestizo debatir entre el conservadurismo oficial y el gusto por el desenfreno postrepresión. Los dobles discursos, las alegrías forzadas, la tontera generalizada, todas las cosas que me han molestado siempre, con los años, como mi lectura radicalizada, se han exacerbado. Y claro, impera esa sensación del casi-casi: ese sentir que las piezas están todas dispuestas para que el país surja o se decida a hacer algo, y que falta una chispa pequeña, un giro sutil. Pero ese pequeño paso es precisamente la bisagra inquebrantable , el punto ciego y la idea del desarrollo se me hace una aporía.

"Mi hoy inexistente país de origen"
Que es la forma en que Fresán nombra a Argentina a lo largo de toda su obra. Mi país de origen también es inexistente, pero eso es cierto en virtud del paso del tiempo para todos nosotros. En mi país de origen mandaba una dictadura y teníamos uno de todo: un animador, un programa de televisión, una forma de pensar oficial, un grupo musical que se escapaba de los cercos comunicacionales,y así. Me da gusto que ya no exista más ese país la verdad. No es que me den gusto sus vástagos, los hijos de la constitución del 80, los alumnos del mercado de las privadas ni los zombies que marchan por ahí. Que son mayoría nacional, lo que explica en buena parte la elección del actual jefe del ejecutivo. Pienso en toda la gente que hace esfuerzos sobrehumanos para pagar el cable o recurre a peripecias diversas para colgarse a este y al final termina viendo el estelar de turno, el programa aquél que habla del otro programa aquél. Y también en nuestras clases acomodadas que, sin apuro ni apremio ni excusa, van y hacen lo mismo. Que los ricos son tan imbéciles como los pobres fue una de las primeras lecciones de vida que aprendí, por allá por el 91, cuando alternaba entre mis mañanas como el niño acomodado del curso y mis tardes como el niño pobre del curso. Los Prisioneros la habían cantado clara unos seis años atrás, eso sí.

Otra Torre se Levanta, alías mi aporreada primera novela, se debate en la UTI mientras hablamos. Básicamente porque tengo que hacerle una transfusión del párrafo anterior y no sé cómo irá a reaccionar. Detalles, obviamente, más adelante.

A propósito de reflexiones nacionales: Seguimos a un nuevo blog, en donde sus tres autoras utilizan, cada uno en su estilo, aquello que Scott McCloud llamaría el lienzo infinito del cyberespacio para desglosar desde las cosas más locales hasta la más globalmente interconectadas. Mi más favorita es quien va bajo el nomme de plume Caracolambo. Su prosa está ahí, al ladito de la del Roland Barthes y la de trece mil patadas a la de [El Autor] de este blog. Disfrútela.

A propósito de reflexiones internacionales: Jon Stewart entrevista a Bill Clinton. Y es un buen pedazo de periodismo, un poco cargado, pero se lo dejamos pasar. Clinton no deja de ser un individuo bien brillante, y por ser ex-alumno de Georgetown no le vamos a sacar en cara Kosovo, sólo por esta vez. Ya que mencionamos a Kosovo, revise la entrevista del mismo Stewart a Tony Blair. Funciona Blair con su parada de liberal resignado, medio gastado, que escucha y llega a ese momento en que consigue hacer tablas y admitir que, naturalmente, decisiones como el bombardeo de un país y el derrocamiento de un régimen se vuelven el producto lógico de una pequeña diferencia en los principios de cada quién.



Desde lejos, hablar de la caída e imposición de regímenes es tan fácil.






lunes, 20 de septiembre de 2010

De Amores Deportivos y Otros.

Ta-raaaán. El blog que promete y no cumple se empieza a volver el blog que cumple. Apróntese a sentir como la Tierra inclina su eje un poquito más hacia afuera. Un poquito más suave y un poquito más duro.

Empezó, en parte, la semana pasada, el viernes. Metro de vuelta y Chauncey discute con Mark sobre el partido que se viene. Redskins contra Cowboys. Washington contra Dallas. Mi única acotación se limita a mencionar que mi mejor amigo es hincha de los Cowboys.

El domingo pasado me preocupé de revisar los resultados y descubrí que Washington había ganado. Los Cowboys habían tenido una jugada para ganarlo en el último minuto pero el árbitro la anuló. Me sonreí, sobretodo al ver la reacción local que era toda más o menos del corte "al menos ya sabemos que la temporada no va a terminar sin haber ganado un partido". Y claro, de los Washington Redskins no había escuchado en mi vida, porque nunca llegan a ningún lado.

Hoy, camino al ya mencionado evento en Takoma Park el metro iba lleno de fanáticos de los Redskins. Frente a mí se sentó la única chica con polera de los Houston Texans, el rival de turno. Aparte del civismo de la audiencia no le di mayor importancia al asunto, pero pensé que me gustaría ir pronto a ver un partido.

Horas después llegué a casa y me fui a buscar el resultado. Estaban en alargue, empatados. Los Redskins ganaban 27-10, pero les habían dado vuelta la mano. Jugada para los Texans, que intentan un drive y fallan. Respiré aliviado. Los Redskins cargaron y al llegar al cuarto intento fueron por el gol de campo, desde 52 yardas. La pelota cruzó el arco, pero la jugada no valía. Los Texans habían pedido tiempo muerto. Bueno, pensó [El Autor] de estas líneas, si la pudo meter en el primer intento, el segundo fijo que entra igual. Los comntaristas expresaron su concordancia con la frase de [El Autor] de estas líneas y el fútbol(americano) se reinició.


Y no se le habrá ido ancha...

Desazón mayor cuando los Texans taladraron, con una jugada dudosa y repetida hasta el cansancio en la revisión arbitral al comienzo. Y se pusieron en buena posición para terminar con un intento de gol de campo a 32 yardas. Gol y fin del asunto.

Una pequeña tristeza o microdesazón me hizo darme cuenta que quizás había algo más que mera "onda" con el equipo de la capital.

¿No son así estas cosas? ¿No conversas con alguien hasta darte cuenta que la echas de menos? ¿No empiezas por alegrarte de encontrarte con alguien para después darte cuenta que esa tristeza sin razón no es otra cosa que la tristeza de no haberte encontrado con ella? Un gesto, un movimiento, después la costumbre. Después el quiebre de la costumbre y uno se da cuenta de que, efectivamente, quiere pasarse más y más rato con aquella persona.

Al principio mis papás me llevaban al estadio, pero no me gustaba el fútbol. Después la lectura de Barrabases terminó redimiendo al deporte y empezó a gustarme y el molde estaba hecho y me gustó la U. Que me empezó a gustar cuando estaba en segunda y en los años que siguieron. Yo no tenía tan claro porque en la tele decían que era un equipo grande si ganaba uno de cada cinco partidos. Pero cuando ganaba era impresionante. Y la gente...

La gente iba más y más al estadio. Había meses en que parecía que mientras más perdía, más gente llevaba el equipo. Terminaban los ochentas y empezaban los noventas, había que hacer mucha catarsis quizás. Los noticieros hablaban de "un fenómeno social", y los hinchas se enorgullecían de eso. Un equipo sin estadio, un equipo que jugaba la liguilla del descenso todos los años, pero que tenía un orgullo en su derrota como ninguna otra institución parece tenerlo en un país donde abundan tanto los triunfalismos como los triunfos morales. Eso era lo que lo hacía distinto, eso era lo que hacía que el equipo fuera grande.

No sé mucho más de estos Redskins, pero sí sé que se sintió bien ir en un tren con hinchas hoy. Sé que espero que surjan y nada me gustaría más que seguirlos en su campaña hacia el playoff y el eventual SuperBowl. Falta mucho para eso, pero además intuyo que me gustaría seguirlos hacia una campaña que terminara marcando que la del otro día fue su única victoria. De eso se trata ser hincha. También los otros amores, pero eso es tema para otro día.

domingo, 19 de septiembre de 2010

El retorno de la crónica: Un poco del 18.

Las quinientas y tantas entradas de este blog no tienen mención alguna de las Fiestas Patrias. Por algo será. No es ni con mucho mi fiesta favorita. De niño y también ya más grande me pareció siempre que el 18 era una de esas canalladas que le hacemos en la zona central al resto del país. Cuando chico no entendía mucho por qué el folklor más fome y desabrido de un país con variedad de costumbres y delicias típicas se tomaba el país para las fiesta nacionales. El tiempo me enseñó el porqué y eso no hizo nada por mejorar la imagen de la fiesta "típica". Así es que hoy, a sabiendas de que habría una celebración chilena en Takoma Park, dispuse mi día a la suerte de los dioses. Teniendo en cuenta que tener buenas imágenes le vendría bien a este blog, decidí partir a comprarme una cámara, leer en el metro y después sentarme en las escaleras del Lincoln Memorial, a ver si me daba por hacer un discurso o tener un sueño o algo. Pensé que me podría llamar Pablo, a quién seguro que la "cosa típica" le provoca la misma urticaria que a mi, y decidí que ese sería el indicador del día. Si me llamaba, yo iría al evento y si no seguiría con mi plan.

Infaliblemente y sin haber siquiera tocado el tema antes, Pablo me llama cuando estoy saliendo de la casa.

Y partí.

Hice un alto para comer algo (más de doce horas con nada en el estomago pueden no ser buenas para la salud, niños), hice las combinaciones de rigor y en poco menos de una hora estaba bajándome del metro en Takoma Park.

Caminé un par de cuadras y cuando, a lo lejos, sentí la música desde el escenario, algún residente haciendo "Qué levante la mano" del impresentable Américo. Quise correr de vuelta, pero la palabra estaba empeñada.

La inmersión en lo que pretende ser una burbuja de tu país de origen en medio de una cultura distinta puede, por lejos, ser más traumática que la inmersión en dicha cultura a secas. Ver a este montón de gente (habría unas trescientas o cuatroscientas personas) pasearse por los stands de comida, comprar pastel de choclo, revistas Paula y tigretones por veinticinco centavos, mientras de fondo sonaban unas cuecas/trotes/cumbias varias era todo un espectáculo. Sobretodo matizado por las familias norteamericanas que iban al parque a jugar con sus niños, como cada domingo nomás.

Mi primera impresión además estuvo dominada por el número de camisetas del Colo que me encontré. Hace poco, en casa de Kate Sicard, me di cuenta que lo único que hecho de menos es tirar un par de garabatos cada tanto. Sucedió mientras picábamos cebolla y la cebolla atacó y yo seguía picando, parando cada tanto para enjugarme las lágrimas y decir, ritualmente:

- La concha de tu madre.

Para las risas y el deleite de una mexicana que andaba por ahí, todo esto fundado en las diferencias lingüísticas y el valor de la palabra "concha" en nuestros respectivos dialécticos.

Así, hoy, la colección entera de insultos se me salió al ver a tanto pseudocolocolino. Pseudo, porque en la medida que me acerqué me di cuenta que eran, en su inmensa mayoría, gringos que vestían la miserable tricota sólo por la ocasión. Más allá, un chileno con la camiseta de Seymour, firmada por el prócer mismo, cambió mi percepción de las cosas. Al poco andar me encontré con Pablo y la cosa fue cambiando. Acompañado como estaba por una muchacha de la zona que había vivido cinco años en Chile y que lo único que quería era que llegara marzo para empezar sus vacaciones allá, en el país aquél, era un poco difícil ventilar el sentimiento anticostumbrista. Me quedé acompañando a la chica, que se llamaba Melissa y que se ubicaba mejor en Santiago que yo y de pronto Pablo apareció, así, de la nada, con Isabel, chilena por jus sanguinis y encanto de persona, que nos acompañó hasta el final de la velada.

Entremedio aparecieron Cristina, Elisa y una serie de otros personajes de los que yo debería haber hablado antes, pero la verdad es que este es el primer post como crónica tal que escribo...¿en unos tres años? Me habrá de perdonar si la voz suena algo rasposa, pero le prometo que se pondrá mejor. O sí, sí.

[Acá viene el cameo de mi querida Jo (que tiene blog nuevo, a todo esto, sígalo) a quién apenas le alcancé a decir hola antes de que las circunstancias nos separan]

Las circunstancias empezaron a tornarse un poco más peculiares cuando, tras acompañar a Isabel a comprarse unas revistas Ya (que al final terminaron por regalarnos por docena) volvimos donde estaba Pablo y nos encontramos con el show en vivo de


¡EL POLLO FUENTES!!!

[El Autor] de este blog agoniza cada vez que escribe "Pollo Fuentes" para no seguirlo de un "conchatumadre" que no se ve ni la mitad de bien de como suena al ponerlo por escrito.

Ahí estaba, cantando "Te Perdí", "Con mi bombo y mi chinchín" y cuanta otra cosa más estuviera en su repertorio. Remató con un cover de Marco Antonio Solís. No hay nada más difícil que vivir con el estigma de haberte visto tan de cerca, José Alfredo.

En medio de esto, me senté y Pablo e Isabel iniciaron aquello que el Roland Barthes estaría pronto a calificar Fragmentos de un Discurso Amoroso. Me tumbé en el piso y miré las nubes, deseoso de recordar esas lecciones de violín. Busqué con la vista a Jo, pero debía haberse ido hace rato de rato. La vi a Elisa, un poco sola, un poco rodeada de otra gente.

Mejor volver a casa.

De vuelta a casa llegué y me senté a escribir esto. Me demoré al principio porque le tenía un ojo encima al partido de los Redskins. Estoy, señoras y señores, empezando a desarrollar algo que podría llamarse una relación amorosa con el equipo de fútbol americano de mi ciudad.

Pero de eso hablará otro post.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Las pequeñas jaulas.

En la biblioteca principal de mi universidad, donde acabo de prestar una pequeña asesoría a un alumno que no está del todo acostumbrado a escribir ensayos, escribo para descansar de una traducción que estoy haciendo, mientras espero la reunión de capacitación para los tutores de español. De repente estoy teniendo tres cursos, un cerro de lectura, tres trabajos freelance y esto se podr'ia volver en cualquier momento la vida de Peter Parker version 2.0. Quién sabe. Qué importa. Me sonrío nomás. I smile during the day and I sleep at nights. Algún día.

Hoy, en un nuevo capítulo de: Series a las que llegamos atrasados - Life on Mars.


John Simm ES el hermano perdido de Thom Yorke
 Es hora de que aceptemos la generalización y nos hagamos cargo del prejuicio: cuando se trata de hacer tele de calidad los ingleses le dan cancha tiro y harto lado a los norteamericanos. O tienen todas las sensibilidades correctas cayendo en muchos menos clichés o saben usar mejor la música o todas las anteriores o algo. Pero de que uno est'a en mejores manos con la BBC que con NBC, CBS et al. lo est'a.

En Life on Mars, John Simm (alias The Master, alias el hermano perdido de Thom Yorke) las hace de Sam Tyler, quién tras ser atropellado en 2002 aparece en 1973, el año en que Bowie lanzó el single que da título a la serie. O al menos su conciencia es la que aparece, contarle más fuera del tagline: Am I mad, in a comma, or back in time? De ahí en adelante la serie es toda suya: veála. No le digo nada más.

Lo que sí le digo es que el capítulo cuatro es tremendo. Que en algún momento Tyler termina diciéndole a una bailarina de nightclub proletario del Manchester de los setentas que en la vida hay harto más que bailar en jaulas oxidadas. Y la estructura entera del capítulo, con un guión amarrado perfectamente y acompañado de lo mejor de los Stones y The Sweet, termina dejándolo a uno con esa misma sensación: hay mucho, mucho más que vivir en las pequeñas jaulas que nos construimos. Hay un mundo allá afuera. Mejor que ir de la casa al trabajo del trabajo a la escuela de la escuela a la casa para despu'es ir de la casa a la fiesta de la fiesta a la cama de la cama al desayuno y así. Mejor que cualquiera de los pequeños círculos de rutina con los que nos cubrimos. Hay una vida allá afuera.

Y quizás en Marte también.


Más adelante editaré los acentos y esas cosas, mientras tanto, con ustedes, The Sweet con Blockbuster

Groovy, baby, groovy.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Reconstruyendo

Día (y noche) dedicado medio al estudio y medio a la reconstrucción de esa colección musical destruida. Día (y noche) por ende lleno de recuerdos, algunos inesperados, otros anhelados, en demasía incluso. Sorpresas entretenidas: Me había olvidado de todo lo que realmente me gusta escuchar a los Beatles como si fueran un grupo más nomás. Sin el aparataje espantoso de la Beatlemanía, como un grupo de flaites de puerto que tenía tanto pero tanto estilo para hacer covers de rock'n roll. You make me dizzy, miss Lizzie les  sale tan bien.

Reconstruir una discografía es como levantar un templo desde cero, uno termina de una forma u otra trazando columnas principales, dibujando decorativos dinteles, decidiendo qué va dónde, trazando así un involuntario e inconsciente arabesco, una genealogía musical personal. Las discografías completas y prolíficas apuntalan a los discos pequeños o la producción de esos grupos que tienen apenas dos o tres discos. Porque está claro que la discografía completa de los Strokes no puede ocupar el mismo espacio físico que la de Bob Dylan en ningún formato ni soporte. Pero se van entrelazando, reactualizando momentos mientras uno toma la decisión consciente de bajar (de nuevo) tal o cual disco.

Escuchando me acordé que tengo un mejor amigo con el que, hace diez años ya, nos fuimos un fin de semana a la playa, antes de empezar nuestras vidas universitarias, escuchando una y otra vez Last Nite de los Strokes, la misma canción que íbamos a cantar tan borrachos en Schenectady con otros amigos, seis años después. Me acordé que tengo una novela inconclusa, que no me va a esperar mucho más y donde figura tan prominentemente el Blood on the Tracks, el disco de rupturas por excelencia. Me acordé que alguna vez una chica bien guapa me dijo que escuchara a HIM, un grupo "para gente que vale la pena"; y que alguna vez un par de amigas me hicieron un mixtape para que pasara mis penas de amor. También que Romeo&Juliet de The Killers es, a veces, la canción que quieres que suene cuando se hace un silencio perfecto con alguien perfecta y que todo lo que toca Bowie es oro, en serio. De lo bien que me caen los Kaiser Chiefs y de lo que era mover la cabeza con seis o siete años mientras Fito cantaba Taquicardia.


¿Suficiente sentimentalismo por hoy? Bueno, un poquito más. Damas y caballeros, Harvey Danger sabe lo que hace, mal que mal, se apellida Danger. Buena letra y buena performance: Little Round Mirrors

domingo, 12 de septiembre de 2010

Varias horas de silencio.

Tras una larga agonía, mi iPod murió, llevándose con él horas de horas de música. Mi colección completa de CDs subida al formato electrónico para luego ser subida en su forma física al altillo de mis abuelos. La música de mis series favoritas, esas rarezas bien raras que tenía por ahí.
Todo se ha ido.

Fueron meses de lucha contra la inminente desaparición, pero la verdad es que desde el día que sufrió ese trombosis que acabó con su pantalla, nada pudimos hacer. Víctimas del sistema de salud privado, no pudimos repararlo ni recambiarlo porque perdimos la boleta que indicaba que lo habíamos comprado hace menos de un año. Eso no me habría devuelto la música, claro está. Y mi iPod sigue ahí, ahora mismo regenerándose, como un Doctor Who que no se acuerda de casi ninguna canción.

Mi iPod ha muerto, viva mi iPod. Es hora de ponerme a bajar música.

sábado, 11 de septiembre de 2010

De a poco, el hogar.

Ha pasado un rato, pero tampoco estoy seguro de cuánto. El tiempo, aquella extraña dimensión en la que parecemos movernos linealmente, es sin duda lo menos lineal y aprehensible de esta vida.
Fuere como fuere, ha sido un buen rato. Encontré casa, me compré colchón, he empezado a conocer a la gente y a disfrutar de la ciudad. Pensé que ya no escribiría más en un rato, pero anoche, en el metro de vuelta de la casa de unas compañeras, me encontré en medio de una discusión entre un hincha ácerrimo de los Redskins y un fanático de los Dallas Cowboys. Me encontré hablando con ellos de cine, alabando a Peter Sellers en Doctor Strangelove y diciéndoles cómo era que Inception estaba de sobrecargada.
Nada más parecido al hogar.
No echo mucho de menos, pero, se sabe, así es mi naturaleza. En verdad no echo nada de menos. Camino con las voces de mis más queridos en mi cabeza y sí, me gustaría que estuvieran aquí para experienciar aquello que sólo puedo hacerles llegar con palabras o la impertinente foto de un celular. Ni siquiera la idea de Septiembre y la imagen de Los Cerezos tapizada de las hojas caídas me lleva mucho a casa. Me siento un poco a la deriva, pero me sienta bien.
Me acuerdo harto de Katty y la forma en que con ella aprendí a amar, desear y respetar aquello que es diferente, aquellos que son diferentes. El deseo canalizado que hace que podamos encontrar belleza en una mujer amputada y sonreírnos con todos los dientes ante la bella sonrisa de aquél que no tiene todos los dientes. Me acuerdo de mucha otra gente, pero como dije, los llevo conmigo. De eso se trata la experiencia social, a veces.
También de hacer nuevos vínculos. Ayer empecé, en la mencionada casa de mis compañeras. Tomando vino y comiendo pizza (y brownies [y scones]) que daba gusto. Hablando de cine. Viendo The Hurt Locker y escuchando vinilos de Sam Cooke y Ray Charles. Defendiendo con todo la supremacía de Al Green por sobre Sam Cooke.
Nada más parecido al hogar.
La experiencia del viaje esta vez está mediada por presencias, cercanías. Tener conocidos, hacer conocidos. Jo está acá y me he visto con Pablo González, del colegio y la U. Kait Tagarelli, anfitriona y cuasi-madre por un par de semanas también ha influido en este proceso, en no sentirme solo. Pero ahora sí, hoy sí, finalmente. Escribo desde mi pieza, mirando por la ventana al árbol que se agita noche tras noche cuando el viento de otoño empieza a borrar el verano en Virginia. Tengo algo de soledad y me permite disfrutar de mis caminatas, meterme en los pasajes pequeños que no llegan a ninguna parte, inventar las oscuras historias y cantar El Frío Misterio.
Nada más parecido al hogar.

lunes, 6 de septiembre de 2010

De lo que hice anoche y las cosas que vi.

De lo que hice anoche y las cosas que vi anoche no hablo. Han sido enterradas, cual semilla, con la esperanza de que crezca una historia de tamaño medio.

Tomé desayuno en Kramerbooks, sólo. Me compré un libro de Leonard Cohen y me vine a casa.

Hoy estudio y escribo. ¿Y tú?

viernes, 3 de septiembre de 2010

Weebly wobbly, timey wimey

Hoy fui al cine. Pero este post no se trata del cine. Al menos no tan directamente.

Se trata de los trailers y los extraños caminos del inconsciente. Este post comienza con la frase "Hoy fui al cine" y termina con una recomendación y la palabra "tranquilo".

Hoy fui al cine y entre los trailers, pasadas ya las atracciones locales que en acuerdo comercial con la cadena de establecimientos promocionaban las series de CBS, alguna película Paramount con Jamie-Lee Curtis y Sigourney Weaver (todo lo que queríamos ver veinte años atrás) y otras tantas más, figuraban, como es costumbre, un par de secuelas, algunas adaptaciones, y otras cosas de las que ya no me acuerdo, probablemente porque tenía los ojos cerrados.

Siempre refunfuño contra la enorme cantidad de secuelas, adaptaciones y remakes que pululan por Hollywood en estos días. Afortunadamente la película que vi, Inception, no era ninguna de las anteriores. Pero este post no se trata de la película. Al menos no tan directamente.

El primer trailer era de la secuela de Wall Street, con un avejentado Michael Douglas saliendo de la prisión donde terminó la original. Habría sido interesante traer de vuelta a Charlie Sheen, pero parece que sólo le tocó cameo esta vez. Esta vez, el ingenuo que cae en las garras de Mike "fui un adicto al sexo" Douglas no es otro que el infumable Shia LaBouef, cuyo personaje sería el yerno de Douglas, pues está casado, como suelen estarlo los yernos, o comprometido al menos con la hija de.

Y entonces aparece la hija de.

Y yo digo en voz alta, pero baja, pues estaba en el cine, mal que mal: "Me encanta ella". Dicho con toda la propiedad de quien se reencuentra con una chica que le gusta. El trailer se puso de súbito interesante, la chica en cuestión me gustaba, pero no sabía dónde la había visto antes. Si es que.
Un ángulo, otro ángulo, tomas de fondo, tomas en las que se veía a la sombra de Michael Douglas, tomas en que se alejaba de LaBouef. Nada. Se sabe, mi reconocimiento de rostros no es el mejor de mis atributos.

Finalmente, los créditos.

Michael Douglas

Shia LaBouef

Algún otro tipo de nombre lo suficientemente masculino para no ser ella.

Carey Mulligan.

¿Quién carajos es Carey Mulligan? Ni la conozco, ni, al parecer, me gusta tanto. Extraño que se me haya salido la frase tan entusiasta. En español. En un cine gringo. Extraño. Llegar a casa a investigar.

Nueve horas después llegué a casa y ni me acordé de la tal Carey, que no era ni tan linda ni nada. Cansado y muerto de sueño, pero con la tranquilidad de haber terminado la semana de estudios, me decidí regalar un capítulo del buen Doctor Who. Lejos de partir a ver los que no he visto con Eccleston haciéndolas del noveno doctor, me repetí Blink, con Tennant en el papel principal. Lejos el capítulo mejor logrado de la serie, un unitario para el que no hay que tener casi conocimiento previo de la serie para disfrutar al máximo. Con una joya de guión, méritos de sobra para que ahora su guionista sea director ejecutivo de la serie, me eché en la misma cama desde donde ahora escribo esto y me dispuse a disfrutar de mi capítulo favorito de mi serie favorita.

Sally Sparrow pierde a su amiga Cathy Nightingale (sí, Nightingale&Sparrow) en el tiempo, aparece un señor negro de acento africano que no puede ser más encantador (y que tiene el tino de despacharse una de las mejores pick-up lines de todos los tiempos a la tal Sally Sparrow, que es digna precisamente de tales líneas) y una historia bien redondeada, donde el doctor además saca a relucir por primera vez su frase típica "weebly wobbly, timey wimey" mientras explica como es esto del tiempo no-lineal. Una delicia.

La que es una delicia también es la tal Sally Sparrow y, como la primera vez que vi el capítulo, terminado este me fijé con especial atención en los créditos.


En efecto, era una tal Carey Mulligan la que hacía de Sally Sparrow.


A mí la cosa no me cerró hasta que busqué las imágenes en google.

Después, para cuando me enteré que es la novia en tiempo real de Shia LaBoeuf, la cosa ya era anecdótica.

Bien por mi cerebro, que me permite irme a dormir tranquilo. Yo le devuelvo el favor, poniendo el episodio por escrito, para poder irme a dormir tranquilo.

¿La recomendación?
Aquí os va:

Ahora sí, a dormir tranquilo.