lunes, 29 de noviembre de 2010

Sólo esto.

Sólo texto.

Supongo. Quién sabe. Escribo desde un sistema operativo distinto, una plataforma que es al mismo tiempo más moderna y más arcaica. Como tal, este post viene sin links ni efectos especiales. Usted lo verá con el formato de siempre, yo lo veo en esa letra que me recuerda las máquinas de escribir, un universo entero atrás, cuando todavía creíamos en algo que se lamaba "corrector", o así me cuentan los ancianos de la tribu.

No estoy muerto ni he andado tan de parranda como algunos medios han publicado. Vino Thanksgiving y se fue, las tiendas se están iluminando de Navidad y los fines de semana las familias salen a comprar el pino del año. En lo personal he tenido unas cuantas experiencias de muerte y resurrección, lo que ha sido bueno. Cortesía de la ineptitud del Banco de Chile, pasé funestos días en los que conocí el hambre y tuve que batírmelas con lo más mínimo de lo mínimo. Fue largo, fue duro, y una vez que pasó me encontré renovado en formas que no habría podido anticipar. Siempre es bueno cuando pasa algo así, lo que viene después es encontrarse uno mismo con un upgrade, capaz de nuevas cosas, dispuesto a nuevas experiencias. Y siempre es un gusto redescubrirse.

Hago una pausa para escribir "Sólo texto." y miro a la derecha mi pequeña biblioteca local, que está más llena de libros con texto e ilustraciones que libros de sólo texto. En ese sentido, no me quiero meter en las definiciones posmo del texto. Y eso que acabo de ver por cuarta vez en mi vida la Ted Talk de JJ Abrams.

Pienso en la construcción del yo a través de un cuerpo textual, el que curiosamente será el tema de uno de mis papers finales. Abajo, uno de mis roommates silba insoportablemente. Como mi abuela Raisa. Y a mí que me duele un poco la cabeza, por el frío de la tarde más que por cualquier otra cosa. Nota mental, comprarme o un distinguido sombrero o un gorro como el de Tito, de la Pequeña Lulú.

El soundtrack del día estuvo cargado a Apples con "Theo", una canción piola, upbeat y medio standard, pero bien pegajosa. Aparte es fácil cambiarle la letra a "Theo, Theo, get yourself together, we all make mistakes"...
Había otras, pero cuando abrí facebook en la noche, ya en casa, la Javi Cifuentes había subido el video de The Sundays para "Here's where the story ends". Mis mejores recuerdos de esa tremenda canción son hallarme en estado de absoluta miseria, con el corazón trizadísimo en treinta y tres pedazos y, en la populosa soledad de una estación de servicio, escuchar salir desde los parlantes la meliflua voz de Harriet Wheeler cantando

It's that little souvenir//from a terrible year

Y habiéndome dado cuenta de lo ridícula de mi patética situación, haber respirado profundo, cantado el coro y haberme reído de mí mismo. Fin del asunto.

Y ya que estamos en esas, terminemos este post.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hipotéticas

Me gustaría escribir un post sobre lo mal que están las cosas en el mundo, la forma en que las telecomunicaciones se han encargado de hacer patente la inmensa estupidez de la inmensa mayoría de la especie ([El Autor] de este blog incluido, qué duda nos puede caber a estas alturas, mi buen lector). Un post sobre la gente que se queja de todo y no propone alternativas.

Me gustaría, también, escribir un post sobre los infinitos matices que pueden advertirse entre todos los tonos de amarillo en las hojas de otoño tumbadas por el viento antes de la lluvia. Hablar de la humedad del aire y el crujir sutil antes de un lluvia perfecta. De la oscuridad de la noche y las luces de la ciudad contra los árboles configurándose como una constelación de otro, otro lugar.

También un post sobre las intensidades del amor y la esperanza, la belleza que se encuentra en la honestidad y la ingenuidad. Lo indescriptiblemente complejo y sofisticadamente simple que es todo.

Explayarme largo y tendido sobre los perversos sentimientos que aún me inspira Jaime Guzmán Errazuriz, contarle de los soliloquios que dan vueltas en mi cabeza cuando voy y vuelvo al metro y pienso en el estado de las cosas en el mundo.

Un post para narrar todas las ideas que tengo y que se quedan colgadas como de la puerta de una micro amarilla. Un post lleno de historias y otro lleno de teorías. De las cosas que se mantienen, los puntos fijos  en el tiempo y de la forma en que todo muta. De la vida como una construcción cíclica y de los extraños sueños que he tenido ultimamente. De la forma en que, cuando siento algo muy intensamente me duele el pecho y de como cuando cierro los ojos y escucho un ruido muy fuerte, veo un centellar en la oscuridad.

Escribir una crónica discográfica sobre la carrera de Fito Paez y describir el momento exacto en que su carrera alcanza el punto zenit y comienza lentamente a desvanecerse. Escribir para liberarme de la urticaria profunda que me produce la Beatlemanía y para intentar capturar el gusto de ver escupir a James Hetfield en medio de Battery.

Un post que encontrara la manera de describir un modelo perfecto, una representación tridimensional de un constructo teórico. Porque ya va siendo hora de que empezamos a modelar nuestras representaciones de la realidad con volumen ¿no? Un post para describir, en trescientas palabras o menos, una experiencia psicodélica.

Un recuento de los días en que pasé hambre en mi vida, de la forma en qué escribí salidas posible para el peor de los escenarios y terminé escribiendo un cuento que terminó apareciéndose en la realidad casi al pie de la letra. Conectarlo con esa inédita segunda parte de esa inédita novela y el capítulo en que cada alusión se cumplía en a lo más tres semanas.

Esos son algunos, unos cuantos, los que están rondando. Quedan 2 días para Acción de Gracias y 31 días para Navidad. Acción de Gracias es uno de esos feriados que secuestraría, tergiversaría, cambiaría todo sobre ellos, pero me dejaría el nombre y el rito de comer rico.

Es bueno dar las gracias.

martes, 23 de noviembre de 2010

Todavía los hacen así: El Último de Kanye

Filtrado a la red la semana pasada, las críticas y evaluaciones para el nuevo disco del bueno de Kanye se dispararon a los cielos. En términos de estrellas y todo. Hacía mucho, mucho que no veía a tanta gente soltar tantas líneas de halago, tanta crítica repartiendo 9.8 de 10, cinco estrellas de cinco y así. Como es mi costumbre, y a pesar del mucho gusto que me han traído las producciones del egótico rapero, desconfíe de tanta maravilla proclamada.


Llegué a casa hoy, bajé el disco como buen hijo de vecino y lo puse de fondo mientras trabajaba. Naturalmente, le puse más atención al principio, siempre con esa mirada de ojos entrecerrados y el sonido de un "Hmmmm" de fondo, listo para tomar apuntes de todo lo que no me gustara.


Me duró, exactamente, 25 segundos.


Y yo que pensé que ya no los hacían así: My Dark Twisted Fantasy es de esos discos que, en efecto, te obligan a escucharlos pista a pista. Tiene un ritmo interno y a veces la tentación de adelantar un track, con ganas de descubrir una pista aún mejor después, es grande, pero el mismo disco se impone y te da el respectivo varillazo en las manos. Quédate tranquilo, con mesura se disfruta más.

Y como en todas partes van a hablar del sonido "épico" del disco, de la realización final tras años de berrinches del Sr. West, del bizarro dream team del hip-hop que se pasea de invitados (mitad clásicos como RZA, mitad novatos), de esas orquestaciones acompañando, de la forma en que este disco pareciera mezclar todo lo mejor de los anteriores, de ese momento en que parece que las canciones no se pueden poner más depresivas y aparece Chris Rock con unas líneas de comedia desquiciada, y así; este humilde espacio, que siente genuinas simpatías por todos aquellos que se reconocen egocéntricos y no les puede importar menos porque saben que el mundo, en efecto, gira alrededor de nadie más que de ellos, toma este disco como, precisamente, un triunfo para los que creen en sí mismo, a pesar de todo. Y a pesar de todos, a veces.

Porque cuando Kanye West debutó con ese impresionante "The College Dropout" se llevó todos los laureles de niño prodigio y como todos los niños prodigio se encontró un par de años más adelante con una horda de gente pidiéndole más y más de lo mismo. Y West nunca dio más de lo mismo. Empujando siempre hacia adelante, buscando nuevas cosas que hacer, el rapero que no escucha rap sino a Thom Yorke porque "tras un día de trabajo lo último que quiero escuchar es más rap todavía ¿Porqué habría de escuchar siempre lo mismo?" aguantó todos los golpes y todos los quiebres tras su disco anterior, que para colmo venía precedido de la muerte de su madre y la ruptura con su novia. Un año a la fecha, Kanye parecía haber perdido todo lo que lo había distinguido en sus comienzos como un músico diferente, particularmente en el medio del hip-hop: la diferencia en sus temáticas, el estilo en el vestir, la cordura en general de tener una relación estable en medio de un mundo de plástico. Remató con un disco con extraños beats y auto-tuning, un disco en bruto, que pudo haber sido tanto mejor si sólo su autor se hubiera dado el tiempo de pulirlo. Pero Kanye no estaba ni por ahí, al parecer.

En medio de esto, su mántrica repetición de que era el mejor artista del mundo o que iba camino a serlo parecía cada vez más paródica. El Kanye de College Dropout o Late Registration, incluso de cierto Graduation podría haber dicho eso y ser tomado más menos en serio, el de 808 and Heartbreaks lo decía y recibía todas las burlas del caso. Hoy, de nuevo, está para darle algo de crédito. Aunque no lo diga, está ahí, a lo largo de todo el disco. La metáfora es más que evidente, tras la trilogía dedicada a la universidad y el disco sobre rupturas y pérdidas, que es de esas cosas que suelen venir cuando uno termina la universidad, sale un disco duro, maduro, recopilando lo mejor de épocas pasadas para generar algo nuevo. Si Graduation era un disco para alegrar los días de fiestas, de The Good Life y The Glory (y the Hot 'n Drunk Girls), My Beautiful Dark Twisted Fantasy es un disco para levantarse en las mañanas en que no hay más que el vacío de la adultez. Ese perfecto vacío que viene acompañado con la responsabilidad de ser llenado día a día, antes de que te lo llenen. El disco no es sino la respuesta de un hombre a esa pregunta e inquietud. Y hace un tremendo soundtrack para todos los demás. Can we get much higher?




Ahora vaya y bájelo de su forma favorita, porque el audio de este video no le hace justicia al quiebre de entrada de un gran disco.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Catárticas post-traumáticas.

Sucedidos los acontecimientos, minuto 28 del segundo tiempo, partido igualado a dos, la U con un hombre menos dada la expulsión de Iturra. Penal.


Rivarola.



Palo.
IpsofactopenalparalaUCexpulsióndeJuánGonzalezMirosevicGolnuevecontraoncelacosaquedamásqueclarayel4-2enelminuto94noesmásqueunaredundancia.


El comentario que mejor resume el partido, desde la perspectiva de este humilde servidor es: "Ay"

Catarsis - Hora de recordar.
Hágase una idea: Arriba - Cristián Mora, Eduardo "Gato de Yeso" Fournier, Roberto Reynero, Carlos Soto y Morales. Abajo - Hugo Bello, Pepe Castro, Walter "Tanque" Fernandez, Juan Soto, Franz "Otto" Arancibia y Mariano Puyol
Año 91 del siglo pasado, papá, mamá y yo yendo a Santa Laura. Ubicados en el equivalente a la tribuna Pacífico (nunca me supe los nombres de las tribunas del antiguo Santa Laura, seguro que el señor Segovia ya las rebautizó a su pinta en todo caso). El 91, queridos amigos, fue lejos uno de los años más oscuros dentro de una época particularmente oscura para la entonces Corporación de Fútbol de la Universidad de Chile. Habiendo ascendido a primera recién el año anterior, la U terminaría en los últimos lugares de la tabla, jugando la liguilla del descenso. A finales de ese año estábamos tirando fuegos artificiales por no haber descendido. Para colmo, terminada la intervención militar en la Universidad, las nuevas autoridades tenían manga ancha para quitarle el nombre al club, cosa con la que amenazaron una y otra vez. La expresión "perdió hasta el nombre" se veía particularmente textual. La Universidad terminó finalmente cediendo, so condición de que el presidente de la institución fuera alguien ligado a la casa de estudios. Entraron en escena sucesivamente Mario Mosquera y René Orozco, pero esa es otra historia.

Esta historia me tiene a mí, a mis 10 años, yendo al estadio con mis padres, en un año en que ir al estadio estaba mucho más asociado al sufrimiento que a la gratificación emocional. Si la Universidad quería quitarle el nombre al equipo era en parte por los destrozos que generaban sus barristas, los cuales ventilaban su rabia por tantas cosas en un equipo que ganaba un domingo de cada cinco y que había tenido unos últimos años durísimos. Los medios hablaban del "fenómeno social" de este equipo que perdía y perdía y cada vez llevaba más gente a los estadios. Se formaba una suerte de mística: mientras Colo-Colo perdía un partido y se encontraba con su estadio a un cuarto de la capacidad el domingo siguiente, la U cada vez arrastraba más y más seguidores. Al parecer en la academia no estaban las cosas para hacer el evidente correlato con la situación post-traumática que vivía al país tras el regreso de la democracia, y ahora es un poco tarde para escribir un paper completo sobre un pueblo identificándose con un equipo alguna vez glorioso y ahora tan pero tan mermado. El antecedente queda en todo caso.

Ese partido, hace casi veinte años, estaba igualado a dos también, con el sudor de un equipo entero. No cabía lugar a dudas de que Católica tenía un plantel que estaba a años luz de un equipo cuya estructura básica era la de uno de segunda división. Todo lo que a la Católica le parecía salir fácil a la U le costaba un mundo. Católica, como hoy, partió ganando. Una vez, dos veces. La U, como hoy, empató una vez, dos veces.

Después lo echaron a Puyol.

Y se acabó el partido parejo, el balance de dos fuerzas de por sí desiguales se terminó de ir al carajo y Católica, sin despeinarse, pasó la aplanadora y ganó 2-5.

El problema, una vez más, no fue perder. El problema fue haber estado cerca de ganar o haberlo dejado todo en el esfuerzo por empatar. Al punto que el sobreesfuerzo terminó rompiendo el engranaje y todo se derrumbó dentro de mí, dentro de ti. El fútbol, el más injusto de los juegos, tiende a darnos lecciones de vida como esa. O tiende a reflejar lo peor de la vida de esa forma.

Lo de hoy no fue tan terrible por el resultado, quedarse fuera del campeonato y relegado a la liguilla para llegar a la Libertadores nada más. Fue terrible por el palo en el penal de Rivarola, por la forma en que un equipo claramente inferior dio todo y no bastó y quedó tirado y descompuesto y a merced de un cuarto gol que es signo de lo que terminó siendo la tarde: Pratto entra solo al área recibiendo un balón por la espalda y fusila a Pinto que nada podía hacer. Pratto entró solo porque la U ya tenía dos menos, así cuesta mantener las marcas. De nuevo, el exceso de esfuerzo de un equipo que no entiende su lugar en el mundo o que aspira a ser más de lo que es termina así masacrado.

No siempre, en todo caso. El campeonato 94 nos dio un final feliz, de esos en los que sólo falta la princesa en vestido con vuelos y los animales que hablan (el Mono Riveros jugaba en Wanderers por esos días). Un equipo que, de nuevo, siendo inferior a su contrincante, teniendo muchísimos menos recursos -Católica contaba con un plantel armado con tres seleccionados argentinos y figuras de primer orden, la U tenía apenas un debutante juvenil de 18 años, oriundo de Temuco, y no teníamos forma de saber que iba a terminar siendo más grande que los otros tres juntos. No en ese entonces, por lo menos- habiendo sufrido catastróficas caídas en la primera rueda, el equipo remontó, aguantó y esa noche del 14 de Diciembre hizo lo suyo: esperó, se salvó de la raya en una o dos jugadas y cuando todo parecía decir empate, ganó con un gol inolvidable. Un sólo gol. De menos a más.

Con todo, la jornada aquella del 91 me marcaría por siempre. Por primera vez llegué a casa de vuelta del estadio sintiendo genuinamente que algo andaba mal. La pena y la rabia de toda esa gente combinaban con mi profunda frustración. Parecía tan cerca. Una actitud que quedaría moldeada por años en mi psyché, el dolor de hacer más de la cuenta y terminar cavando tu propia tumba. Ese día supe que nunca me iba a dejar de gustar ese equipo azul. Que valían las burlas de los Lunes y las peleas por el fútbol, que el precio de creer en algo aunque todos los demás te apunten con el dedo y se ufanen de todo lo que ellos tienen y tú no sí vale la pena. O quizás no. Quizás todo sea un juego nada más y esto esté absolutamente fuera de proporción. Pero aún así, dada la elección, elijo creer y desproporcionar todo lo que se relaciona con este juego, como otros eligen ser desproporcionados en su religión, sus hábitos alimenticios o su amor por los animales. Ninguno es, realmente, más importante que el otro, y en esa elección libre, absolutamente relevante y totalmente intrascendente a la vez, está lo más lindo del ser humano. Ser como verbo, claro está.

Querido lector, gracias por acompañarme en esta tarde de domingo. Doy por cerrada esta sesión catártica con una canción que servirá de pie forzado para un post-futuro. Los Fabulosos Cadillacs cantan para usted esta pequeña joyita del disco aptamente titulado El León. Con usted: El Crucero del Amor.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

SEISCIENTOS

La madre del cordero o El origen de la tragedia.
Este blog, por esas cosas de la vida tuvo la fortuna (?) de cumplir cien posts alrededor de la fecha en que Ultimate Spider-man cumplía 100 números, lo que generó una suerte de resonancia en este humilde espacio, el que de ahí en más celebró casi todos sus números especiales con algún tipo de "evento". El primero, el más sencillo, tenía esa imagen de los lectores o integrantes del mundo real que desfilaban por acá. Por esas cosas de los diversos cambios que ha sufrido el blog, los comentarios originales están dando vueltas en el ciberespacio, pero fue todo un éxito en su momento. Los doscientos posts los celebramos con un cambio de casa, un comienzo desde cero, o más bien desde un nuevo número uno. En algún punto nos cambiamos más de casa todavía y tuvimos una corta pasada por bligoo como plataforma, la que terminó saturándonos un poco por ciertas restricciones de código. Peor aún, salir de ella fue un infierno y tuvimos que mover post por post la información, perdiendo los pródigos comentarios en el camino. Están ahí aún, lv55.bligoo.com, acabo de revisar y encontrar comentarios nuevos, junto con un diseño nuevo y propaganda(!). Como entrar a una casa que te pertenece y dejaste abandonada y ahora está enmalazada. Al menos no hay okupas.
El número 300 fue el primer fin de los fines. Volvía a Chile después de un año en Schenectady, NY (donde está la acción) y eran tiempos de cambio. Para el número cuatroscientos parece que estaba tan otro que festejar no estaba en los planes, o será que, habiendo tenido algún tipo de mención para el 150, era necesario saltarse una efeméride. El número quinientos fue el más final de los finales. Bajamos la cortina en un número aniversario y pensé que no escribía más. Pero la tentación de llegar al quinientos cincuenta y cinco era grande y, se sabe, la grafomanía es más fuerte. Tan fuerte que ese mismo fue el título del número quinientos cincuenta y cinco.

Entonces, ayer tuvimos una reunión del Cómite Creativo y nos hicimos LA pregunta. ¿Qué carajo vamos a hacer para el número 600? Una minúscula mano se levantó desde el fondo de la asamblea y dijo "Tengamos un [Autor] invitado". A lo que la concurrencia replicó "¿Pero quién? ¿Pero quién?".


SALMAN RUSHDIE!!! (durante el temblor)

Y claro, nuestras conversaciones con los editores del señor Rushdie no nos permitieron siquiera sacarle una foto estable, mucho menos tenerlo acá, pero lo intentamos. En la reunión de pauta de hoy, alguien sugirió que ese fuera el nuevo subtítulo del blog "LV55 - Fallamos, pero lo intentamos". Todavía lo estamos pensando. Pero hoy Rushdie nos dijo, medio haciendo eco de Chesterton:

"Si la futurología es la ciencia de algo, es la ciencia de estar errado sobre lo que va a pasar. Lo más común es que lo que está en el porvenir se parezca en nada a lo que creemos que viene. Y estos son, sin duda, tiempos oscuros; pero espero sorprenderme y uno debería, más que ser un optimista obcecado o un pesimista acérrimo, estar por lo menos dispuesto a sorprenderse. Y yo espero que el mundo me sorprenda. Ojalá lo antes posible". 



Igual cuenta como nuestro [Autor] invitado ¿o no?

martes, 16 de noviembre de 2010

Bleep - Bleep - Bleep - Bleep

Con pulso regular y signos vitales estables, [El Autor] de este blog se recuesta en su cama y entra en un trance de escritura semiautomática del que no puede realmente hacerse responsable. Se podría decir que su escritura consciente yace en un profundo coma, mientras su cuerpo emite reflejos impulsos eléctricos que hacen posible la producción de estas líneas.

Le pasó por pasar de largo editando videos. Le pasó por quedarse dormido a mediatarde (2 horas) y hacer de eso el único sueño en un día entero. También por errar el cálculo en sus raciones de alimentos y tener un día de esos con pródigos intercambios electrónicos con diversos personeros. También porque los sistemas le jugaron una mala pasada y se halló teniendo que comprar un pendrive de emergencia para poder traspasar su archipesada presentación. En el apuro no pudo aplicarse su dosis de cafeína de los lunes. Después hizo una tutoría y trámites diversos en la biblioteca. De alguna forma se las ingenió para llegar al metro...

Al salir del metro todo era distinto, la noche estaba tibia y el viento soplaba refrescando en la justa medida, transportando los aromas de las hojas caídas y la tierra húmeda. [El Autor] se sintió rejuvener y olvidó su cansancio para caminar lento, lo más lento posible esas dos cuadras hasta su casa, respirando profundo y delicioso. Ahora, yace tumbado, estable, pero su día ha terminado.

La presentación misma fue un moderado éxito. Dado ciertos contratiempos de programación del curso, encontró su presentación cortada en dos y habrá de terminarla en dos semanas más. Lo que no hizo que su dicción fuera menos impecable, su retórica apasionada; y si le permitió cerrar, ante el aplauso de la popular, con una de sus expresiones favoritas:




To be continued...

Mi amigo Mac.

Lo confieso de entrada: nunca vi mi amigo Mac. Teníamos un compañero cachetón y medio rubiocolorín y le decían mi amigo mac y se lo de la pose de las manos y el silbito llamando, intuyo, a la nave madre. Me pareció siempre una versión B de ET y como el mismo ET mucho no me interesó (y eso que la fui a ver al cine Pedro de Valdivia en su re-edición), la verdad es que la única posibilidad que Mi Amigo Mac tiene conmigo es si su raza entrara en conflicto con la de ET. Podría ser una buena película. O la peor de todas.

Pero no se trata de alienígenas arrugados este post, sino de mi más seguro servidor, el computador en el que estoy tipeando estas líneas. Adquirido a mediados de 2007 en Schenectady, NY, donde no está la acción, marcó mi paso de entrada al mundo de los productos apple. Mentira, tenía un ipod antes, pero el cambio de sistema operativo, el nunca-nunca-más-windows vino ahí. Torpe, como cachorro, pasé un mes creyendo que el botón Enter iba a activar las cosas o cerrando con el botón rojo...y me tomó seis meses descubrir como hacer el segundo click (básicamente porque me las había ingeniado sin él, si Sonia no me dice cómo, todavía no lo estoy usando. Y ahora que la menciono, Sonia Ortiz, la otrora voz del menú de Tevito, fue parte importante del comité de "no quiero influenciar tu decisión y quiero que lo evalúes y lo pienses bien peeeero....mi mac no lo cambio por nada"). Mitad interés personal y mitad designio del destino (el lector arcano recordará que yo le iba a comprar su PC nuevo a Amina, la que así iba a poder comprar este Mac), comencé mi relación con la que fue, además, mi primer computador nuevo, sacado de la caja y todo. Las cajas de los macs además suelen venir con una serie de instructivos del corte "¿Nervioso? Ya falta poco" en sus dobleces. Una delicia.

Hoy, más de tres años después, mi computador de compañía ha visto innumerables horas de películas conmigo, ha aguantado un cambio de disco duro y tres de sistema operativo, ha tocado y albergado por lo bajo quince mil canciones y me acompañó durante la concepción y escritura de ese elefante dormido que es Otra Torre se Levanta, producto del cuál, de hecho, sus teclas "a", "s" y "l" empezaron a perder color. Sala las alas, ¿La sal? ¡Allá, lasa!, pareciera ser una expresión muy repetida en el texto.

La buena onda, socito, pareciera estar
diciendo este genuino camel cricket.
No sólo tiene las teclas gastadas y no sueña nunca con volver a ser blanquito como cuando recién salió de su caja, también tiene algunas trizaduras (porque sino no sería un electrónico mío) en su marco y su ventilador parece estar poseído por el espectro de un camel cricket, a juzgar por el ruido que mete.

Y aún así, en esta noche que pasamos en vela haciendo nuestra presentación sobre los documentales de Patricio Guzmán, mi amigo Mac ripeó dvds, cortó y pegó subtítulos, transfirió imágenes y las juntó, mezcló y edito de un lado para otro, sin chistar. Cuando ripeaba hizo una invocación al camel cricket y sería. Pero aún así, tres años, quince mil canciones, todas esas series y noches de películas, todos esos cómics y clases y presentaciones y papers después, se portó como un crack. Esta es mi nota de agradecimiento.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Desde detrás del sofá.

Por allá por los 60s se supone que los niños de la Gran Bretaña veían un programa de televisión llamado Doctor Who, el cual trataba de las aventuras en el tiempo de un alienígena bien particular, el que siempre tenía un acompañante humano. A veces más de uno. El show además solía ser de lo más terrorífico, con androides de voces perturbadoras y horribles, horribles criaturas. De ahí que se acuñara el término "verlo desde detrás del sofá" para describir la experiencia colectiva de miles de niños de la Gran Bretaña de los 60s. 

Alguno de estos niños crecieron y algunos incluso se hicieron cargo de que el buen doctor volviera a la televisión. Con la mano más cargada hacia el sci-fi y la entretención familiar, eso sí, el doctor comenzó a reflejar otros tiempos, como era su costumbre. Y así como Tom Baker durante la segunda mitad de los 70s se alzó como un doctor que atravesaba por diversas experiencias de estado de conciencia alterada, Christopher Ecclestone, David Tennant y Matt Smith han pasado por aventuras más o menos dedicadas a entretener, ciertamente no a asustar. 

Hoy tuve un día tranquilo, moderadamente productivo. Avance un poco en los 55 Cabos Sueltos aquellos y salí, en modalidad peregrinación, hacia Sherindan Circle, la rotonda donde Orlando Letelier y su asistente fueron asesinados de un bombazo en su auto el año 1976. Tengo que presentar este martes sobre La Batalla de Chile y la labor documental de Patricio Guzmán así es que decidí que una experiencia moderadamente shamánica me vendría bien. Me vino bien en efecto. Lo que sí, al final del día me dolía la cabeza de tanto caminar, poco comer y darle vueltas a muchas, muchas cosas. Así es que no tuve cabeza para volver a ver las tres películas (mañana, en la biblioteca, día del encierro y trabajo) y llegado a casa me dispuse a ponerme al día con el doctor de Ecclestone, a quién nunca terminé de ver. 

A mitad de camino del tándem The Empty Child/The Doctor Dances me hubiera gustado tener un sofá cerca. 

Puede haber sido el cansancio del día, de la semana, de las últimas tres semanas o de la vida en general, pero caí redondito ante el manejo de cámaras y los niños con máscara de gas. La primera aparición del capitán Harkness (¡Niños!¡Hay una foto de él más abajo en este blog! Todo empieza a tomar forma) pasó como agua, aunque sí tiene algunas de las mejores líneas del segundo capítulo (Who looks at a screwdriver and thinks "Oooh, this could have been more...sonic"??).

En fin, buena forma de terminar el fin de semana. Ahora a leer, sólo un poquito antes de dormir. Mañana es un día largo. De los mejores, de esos con encierre en la biblioteca y poco más. Mientras tanto y para calmar los nervios, sacado, sólo por esta noche, del soundtrack de The Empty Child, Glenn Miller y su orquesta. - Moonlight Serenade. Si usted tiene el tiempo, busque un compilado de Glenn Miller con Moonlight Cocktail, Moonlight Serenade y Sunrise Serenade, en ese orden. Proceda a escucharlas con la persona de su afecto, en ese orden. Disfrute. 

sábado, 13 de noviembre de 2010

Comiendo.

Comía una deliciosa hamburguesa de Five Guys, el punto de encuentro entre calidad y costo qué duda cabe, cuando entró al local un hombre de unos cuarenta y tantos, asiático, medio pelado en la frente y de larga barba en punta. Un monje shaolín cualquiera. Vestía ropas andrajosas pero no harapientas y las chalas  no estaban todo lo gastadas que podrían haber estado. Se sentó unos cinco lugares a mi izquierda (yo estaba en la barra, comía solo, con mi mejor cara de pasajero en tránsito) y al rato empezó a hablar sólo. La gente parecía no percatarse de su presencia y si no conociera mejor la cultura de este país, podría argumentar que sólo yo podía verlo. Pero la conozco, así es que no nomás. El individuo en cuestión sacó un tazón de arroz y empezó a comer mientras hablaba y hablaba. Sonó una canción de Jethro Tull y se paró a aplaudir al ritmo de la música. Vino después Don MacLean con Amercan Pie (por dios qué buena que es) y el tipo siguió, aplaudiendo, cantando, golpeando la barra fuerte al ritmo de la música. Lo miré, medio de soslayo, y mientras hablaba empezó a cargarse hacia mi dirección y dijo:

"You are dead. I am your shadow".

Debo aclarar que la primera frase no fue dicha como una amenaza, sino más bien como una mera constatación de la realidad. Después se paró y comenzó a hacer un bailecito, diciendo:

"time and space Delete timeandspace. Timeandspace timeandspace detach timeandspace".

Y ahí mis ojos, que no lo miraban a él sino que a la ventana, dominando la esquina completa de la I con la 16 se abrieron a todo lo que dan. O yo sentí que se abrían, de más que sólo levanté las cejas. Había terminado mi hamburguesa con cherry coke y era hora de partir. Me regaló una historia y un concepto, el curioso personaje, pero mentiría sino dijera que algo me asustó. Había algo en ese "detach timeanspace" que todavía no sé muy bien que es, pero me miraba con ojos brillantes en la noche oscura.

Y esto pasó a mediodía.

El calor de la mañana.

Anoche fue una de esas noches que, sin mediar sustancia alguna mediante, parecen haber sido vividas por otra persona. Es de conocimiento público que durante los ritos de iniciación de ciertos rituales tibetanos involucran que el adepto pase por una serie de situaciones en las que experiencia como su corporeidad es desmembrada y luego devorada por demonios de la peor calaña, mientras su yo interior contempla todo esto sin inmutarse al ver el carnoso espectáculo. Más o menos así fue mi noche, supongo. En retrospectiva, claro, así es que asumo que la prueba no está superada y me sigue dando asco el espectáculo aquél.

Sin orden en particular alguno, la noche que pasó involucró encontrarse inesperadamente con el Under the Iron Sea de Keane, disco y banda a los que me consideraba inmunes, escribir un cuento cortito que se llama "Respuesta al Mail Más Largo del Mundo" y que me dejó contento, la verdad, sentí que había algo parecido a mi voz por ahí; intentar volver a ver The End of the Affair para descubrirme incapaz de ver más allá de los primeros diez minutos; y una serie de reflexiones y eventos, todos medios trágicos en su humanamente desalineada manera.

Cuando salió el Circo Beat de Fito Paez me pareció que era una muy buena pieza de música. En retrospectiva lo sigue siento, aunque debo decir que Buena Parte de la gracia del disco está en esucharlo de corrido (detalles en el post anterior y más adelante), las canciones sueltas sencillamente no se sienten igual de intensas. Me acuerdo de haberlo comentado con mi amigo Andrés, quién por ese entonces tenía un interés en la música y no dos grados académicos en el tema aún. Teníamos quince, mal que mal. A Andrés, alías Yosi, le gustaba mucho Soy un Hippie y le cargaba Nada del Mundo Real. A mí me pasaba un poco al revés. Nada del Mundo Real, mi querido lector, las hace de contrapunto al disco entero, que se da por terminado en la canción anterior, en la mismísima maniobra que A Day in the Life hace con el Sgt. Pepper, sólo que aquí tiene otras connotaciones. Puede ser la línea que le da al nombre o puede ser que la imagen del final de todas las cosas en el séptimo libro de Narnia está siempre muy presente en mi cabeza, pero la canción siempre me dejó un gustillo platónico-cósmico de lo más delicioso. Me dejo otra cosa, también, una pequeña línea, Fito iniciando una enumeración del susodicho mundo real con

"El calor    de la mañana"


Signo que vino a quedar sellado en mi mente como esa tibieza del sol matinal, esa que dados mis hábitos me es más bien exótica y suele significar que pasé otra noche sin dormir. Pensarla es pensarme llegando a la casa de mis papás, es el momento en que puedo dejar de hacer las cosas despacito porque están todos despiertos, es una suerte de refugio pequeño y efímero, como el momento en que la luz de la mañana aún no es la luz del día como tal.


Hoy desperté y lo sentí. Un poquito. Lo justo y necesario. Me di cuenta que la persona que fui anoche ya no es más y me preguntó qué habrá sido de él. Todavía tiembla algo en mi pecho al recordarlo, así es que podemos asumir que quedan un par de noches de exorcismo más.
Mientras tanto, aprovecho el calorcito aquél. Respiro hondo. Y sonrío.
El plan del día es aprovechar las escasas horas de luz para caminar, escribir y poner los pies en la tierra. Quién sabe qué clase de demonios pueden venir esta noche, así es que mejor será aprovechar el día.

viernes, 12 de noviembre de 2010

En una sentada : The Clash - London Calling

Señora, señor, ¿Siente usted acaso que la era del disco terminó? ¿Se levanta por las mañana con una inexplicable pulsión que sencillamente lo compele, más allá de su propia voluntad, a seleccionar "shuffle" o presionar ese botón con la doble F en medio de una canción que, después de todo, tan mal no está?

La solución puede ser tan simple como adquirir un reproductor de vinilos. O escuchar el disco correcto. Porque, es cierto, cuesta dar hoy en la era del single con una obra que pida ser escuchada entera, cuesta no sentir un extraño prurito en la punta de los dedos cuando, digamos, Lady Gaga canta "Teeth", o Bloc Party empieza con "On". Siempre he admirado a la gente que se sienta a escuchar música. Y no hace nada más que eso por un disco entero, una unidad de tiempo sublime y ahora un poco en desuso. Dado el adviento de la descarga digital canción por canción los propios artistas han entendido cómo es que la gente accede a su música y se han adaptado como tal. Así, ganamos todos. Todos menos el disco como unidad. Lejos de pensar en esos trabajos "conceptuales" como el Pet Sounds de los Beach Boys, el hiperinflado Sgt. Pepper de los Beatles, el Dark Side of the Moon de Pink Floyd (a The Wall mejor mirarlo de lejitos nomás) o incluso el Killroy Was Here de Styx, pienso en esos discos que, sencillamente, no se pueden soltar. Esos que te hacen sentir mal de haberlos dejado, que cuando uno dice "ya, esta es la última", te hacen quedar escuchando la misma canción, al punto de oponerse incluso a la fórmula de repetición de las mejores canciones, porque la siguiente es mejor o al menos distinta en la mejor forma posible que la anterior.

Como el London Calling, de los Clash.

Esta, la primera entrega de nuestra serie de treinta y cuatro capítulos de "En una sentada" está dedicada a este, un serio contendor a Mejor Disco de la Historia. Para el 79 los Clash tenían bien fusionado el punk con el ska y hacían de ello un sonido que sería, además, un sonido de ellos. Hoy uno escucha ciertos beats de Los Fabulosos Cadillacs o incluso los tempos más acelerados de los Auténticos Decadentes y dice, en vez de "esto es ska", "esto suena a los Clash". El disco parte con la canción que le da titulo, que con los años se ha desgastado un poco a base de ser usada ad infinitum en programas y campañas varias, pero que aún tiene punch en su letra, con esa perspectiva de clase trabajadora propia del grupo, la misma que lleva a la mina de Brand New Cadillac a robarse el auto y partir para no volver más. De ahí en más el disco no para, afloja apenitas en Hateful, como tomando el respiro justo para disfrutar del combo Rudie Can't Fail-Spanish Bombs, la última siendo el mejor ejemplo de una letra inteligente puesta en conjunción con música animada para generar por yuxtaposición el efecto justo de tenerte repitiendo una y otra vez parte de la historia de la guerra civil española.
Por ahí uno puede querer saltarse Lost in the Supermarket, particularmente en un mundo post-Diamela Eltit, pero no es tan infumable y, de nuevo, es uno de esos momentos de pausa, inmediatamente seguida por Clampdown y Guns of Brixton, otro combo de aquellos. Así, pista a pista, el disco compone una buena trama sobre la cual descansar y escuchar canción tras canción, hasta el remate final con I'm Not Down- Revolution Rock - Train in Vain. La experiencia digital nos priva de las pausas necesarias entre lado y lado del vinilo o cassette de este disco doble, pero aún así uno puede intuir los altos y bajos, la forma en que están delineadas las pausas y los momentos de mayor intensidad de este, para mí, el mejor disco de, por lo menos, la segunda mitad del siglo pasado.

Está aquí, por si acaso. Hágase de una hora y cuatro minutos. Y disfrute.
EDITADO PORQUE YA NO ESTÁ MÁS AHÍ. COSAS DE LA INDUSTRIA DISCOGRÁFICA ¿SABE?

All the love in the world.

Sucedió el martes pasado. Había sido una clase más o menos aletargada, una presentación fome, otra entretenida y otra a mita de camino entre el aburrimiento y el interés. Mal orden de los factores, cuando la presentación entretenida va al final, ganamos todos. Lo que vino al final fue una reflexión de mi profesor sobre el rol de los estudiosos y activistas en causas postcoloniales y la forma en que usan a estas gentes y también la forma en que estas gentes los usan a ellos y como se va generando una relación simbiótica (esto último es mío, supongo que en parte porque vengo de leer cómics a la hora de escribir esto) entre ellos.
Cuestionando el rol del primer mundo a la hora de intervenir en estos asuntos y la forma en que pueden llegar a servir, Schwarz, i.e. mi profe, dice:

"Porque finalmente todas estas publicaciones, hechas con todo el amor del mundo, al final buscan llamar la atención y tratar de generar algún cambio."

A lo que yo, que había estado más bien silente esa clase en particular, en parte porque las presentaciones habían estado un poco planas y en parte porque tenía hambre y algo de sueño, me halle respondiendo en automático.

"Claro, porque todo el amor del mundo no sirve de nada si uno no escribe los artículos..."

A lo que mi profesor, en el gesto más extraño que le he visto en un buen tiempo, se gira de inmediato hacia mí, baja sus lentes por el puente de su nariz, al tiempo que mira hacia arriba, asegurándose de estar mirándome directamente a los ojos y me dice

"...o si uno los escribe y se los queda para sí, sin publicar".


Y si esto fuera una película o un cómic, sería EL MOMENTO en que el personaje rompe la cuarta pared.


"All the love in the world" es una canción de The Outfield. También una de las Corrs y de Nine Inch Nails. Peero, hay un grupo que escribe las mejores canciones para atardeceres, y ese grupo es The Thrills. "Not for all the love in the world" del Let's Bottle Bohemia, que es uno de esos discos que se tienen que escuchar de principio a fin. Detalles más adelante para ese concepto.

The Thrills - Not For All The Love In The World
Uploaded by EMI_Music. - Watch more music videos, in HD!

jueves, 11 de noviembre de 2010

¿Quién es?

Oh, las maravillas del viaje transdimensional. Salí del metro hoy y me encontré con este panfleto:


Que, como mis lectores más antiguos y personas más cercanas sabrán es el mismo que el dinosaurio Godzilla está leyendo en esta foto, que data de Mayo de 2009:


Lo que sólo puede significar una cosa: el momento en que viajo en el tiempo para tirar por debajo de mi propia puerta en el año 2008 el panfleto aquél ha de estar próximo. Detalles más adelante.

Nosotros, los lectores.

Nosotros, los lectores, y en particular los que tenemos el gusto por ese particular tipo de lectura que algunos llaman escritura, tendemos a crear sentido en espacios particularmente pequeños. Si la totalidad de la existencia humana está cubierta o quizás definida por nuestra capacidad para encontrarle sentido a una existencia que de por sí no lo tiene, nosotros los lectores vamos y hacemos que más cosas tengan más sentidos aún más imposibles. Y es una delicia.

Hay días en que me levanto un tanto acomplejado de la total libertad que tenemos para hacer lecturas, sobre todo cuando van aparejadas de consecuencias tangibles. Cuando las ideas cruzan hacia el mundo físico tridimensional hay ciertas consideraciones que deben ser respetadas, yo siento. Así, pataleo contra la academia y sus lecturas estiradas y forzadas, aún cuando a veces soy el mejor de todos para el estiramiento y el forcejeo. Otros días, como ayer, cuando por esas cosas medio mágico-pixie-faerie de la internet me llegó el link que motiva este post, me alegro de encontrarme con una buena lectura.
Margaret Drabble lee uno de los últimos autorretratos de Van Gogh. Vaya, escúchela, yo voy a seguir acá cuando a la vuelta. Si no entiende el idioma, escríbame a cartasaleo/arroba/gmail.com y yo le hago llegar una transcripción traducida. Después, quizás quiera seguir leyendo este post.

Mi relación con Van Gogh es larga y medio indatable. No me acuerdo de qué tan chico era la primera vez que escuché a Don MacLean cantando Starry Night, pero si tengo claro que esa fue la vez que el pintor holandés entro en mi conciencia. Lo suficiente para que a los ocho años me encontrara con una biografía que mi mamá leía ese verano, préstamo de alguien más, alguien a quien hubo que devolverle el libro después, cuando yo ya lo había leído y releído, como era mi costumbre de la época. Ahí supe de Tolouse-Lautrec, de Gauguin, de Theo y de tantos otros. Recuerdo poco de Van Gogh mismo, poco más que la sensación de incomprensión y la sensación personal de leer con el libro en el piso, tumbado en la cama, el mentón y a veces los dientes apoyados en el borde de esta. Recuerdo que me dio pena y alegría y recuerdo que lo que más me gustó eran todos esos conceptos nuevos que estaban ahí, en mi vida, gracias a él. Pinturas en carbón, estudios, prostitutas, borrachos, Paris, Holanda.
Me iba a volver a encontrar con él, tiempo después. Este año, de hecho, aunque no lo parezca. En su versión para todo público en el décimo capítulo de esta temporada del Doctor Who. Para todo público quiere decir con sus dos orejas, sin tanta puta ni tanta cosa. Sin pintores enanos, tampoco, aunque eso no sería nada. Sí con su bipolaridad tremenda, con la ilustración perfecta de lo que es no tener fuerzas para salir de la cama y sentir el peso del universo entero sobre uno y a los dos minutos estar de lo mejor.
Nos cambia la vida, Vincent. Nuestra existencia deforma el universo.
La nuestra, la de nosotros los lectores, claro.

La luz al final del túnel...era un travesti.

Intentando escribir ese post en Blackboard para la clase de mañana, la discusión me llevó a comentar los movimientos de cámara al final y al principio de las películas. Melora Walters y esa sonrisa directa a la cámara al final de Magnolia se llevó una mención honrosísima (y Melora Walters en Magnolia es todo el desastre con el que uno querría enredarse en esta vida), y depués me puse a pensar en las aperturas de toma y como son el prototipo de final feliz, la cámara que sube y no se quién me metió en la cabeza que ese es el final de Tootise y entonceeees....



Y lo peor y lo mejor de todo es que la cámara ni siquiera se abre al final de Tootsie. La misma toma se queda fija y los personajes se pierden en ella, continuando su historia sin que nosotros la sepamos. Lo peor y lo mejor de todo es que Tootsie la vi una vez hace por lo menos veinte o diecinueve años. Lo peor y lo mejor de todo es que pese a ello o precisamente porque quedó muy confijada en mi inconsciente, la canción de Stephen Bishop siempre me pareció la forma perfecta de terminar una película con todos felices. Pensé que era la canción prototípica para, precisamente, alejar la cámara y ver como el nerd y la guapa bailan el lento en la graduación y los globos caen. Y filmé, a lo largo de mi vida, mil trescientas escenas parecidas en mi cabeza.
"Esta es la canción quintesencial para terminar una película, mientras la cámara se aleja y todos contentos", le dije una vez a Katty, y ella me contestó
"¿No es la canción del final de Tootsie?"

Y todo me hizo un poco más de sentido. Y esa vez, como ahora, como cada vez que aparece en el shuffle de mi vida, no la puedo escuchar sino doce veces seguidas. Así es que escúchela una vez conmigo. Y dígame si la toma no se empieza a alejar en su vida y no ve pasar, a lo lejos, unas pequeñas letras subiendo hacia quién sabe donde.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

OVERKILLLLLLLL

El post de hoy, queridas niñas y niños, no trata precisamente del pintoresco personaje de Spawn o de la banda de heavy metal. Trata del concepto de saturación, del punto de exceso que viene con dicha palabra.

Porque "saturación" no habría bastado, fíjese. Si estuviera "saturado" tendría la boca no tan seca, probablemente jadearía y esperaría para retomar el ritmo de mis días. "Overkill" es tener la boca reseca de sangre, las manos con esa sensación de piel resquebrajada cuando la sangre se seca y sentir un jadeo que es más una suerte de ansia triturada que una señal de cansancio. Así me sentí hoy en algún momento.

El punto de quiebre del semestre fue estar esperando que llegara mi tutorado en la biblioteca, saliendo de una clase en que discutimos tanto sobre la esclavitud en este país durante el siglo XVIII, para después irme a ver otra película para mi clase sobre Clases Sociales, otra de esas películas de amargura y situaciones en que la gente que está más abajo se mete aún más abajo en su desesperado intento de salir de abajo. Esto después de ayer, después de la clase en que nos preguntábamos ante la pasividad de la audiencia qué hacer, hasta qué punto uno tiene el derecho a intervenir, qué rol le cabe a uno como sujeto con una comunidad que no tiene oportunidad alguna, como todas esas tribus en India que aún son tratadas como criminales de nacimiento, por más que la ley que así los declaraba lleva tres décadas abolida. 

Y el sistema colapsó nomás. O más bien se puso leeeento y durante hora y media sentí cómo la realidad se plegaba ante mis ojos y yo me desdoblaba y no estaba ahí sino en cualquier otra parte mientras estaba ahí. "Esto es lo que siente un computador viejo cuando se pone lento", pensé en algún momento. Y después todo volvió a algo parecido a la normalidad y pude pensar a ritmo normal y concentrarme un poco más. Frente a mi, la película seguía corriendo, le quedaban veinte minutos y por ende sus personajes, en plena peripecia, pasaban de estar muy mal a estar peor a más peor a más muy peor y así.




Y de repente pensé que nada me gustaría más que ver unos pequeños ponys. 

O escribir un ensayo sobre Hello Kitty (Can Hello Kitty really speak? Se preguntará Gayatri Spivak al percatarse que Kitty no tiene boca, y teorizará sobre la imposibilidad de una respuesta verbal de una criatura nominada en torno a un acto de saludo, de encuentro. ¿Demarca entonces, Hello Kitty, la imposibilidad del encuentro con el Otro?). O algo con colores brillantes, como la Rainbow Brite. Ni siquiera el bueno de Scott Pilgrim da el corte, porque reflexiona mucho sobre las ansiedades de terminar con tu pareja y es una suerte de paso desde el limbo hacia la madurez. 

En fin. Habiendo hecho mis descargos, procederé a ver los veinte minutos que me faltan de mi película tristona y desesperanzadora. Procederé a leer los artículos y las entrevistas y escribiré un post mas o menos brillante al respecto en el foro del curso. El caballero que está más abajo me avisa que su nombre es Overtkill y no Overkill y que en algún momento me hará pagar por eso, así es que procuraré no quedarme mucho más frente a la pantalla.
Allons-y!

martes, 9 de noviembre de 2010

El punto en que el tiempo no importa.

Anoche, mientras veía mis películas para la clase del miércoles y apuraba el tranco con un par de cuentos para hoy, esas cosas de la comunicación y descomunicación a distancia me hicieron conectarme al viejo y querido artilugio que es Messenger. Alcancé a estar en línea algo así como tres segundos completos, lo que bastó para ver el mensaje de estado de mi prima (que tiene dieciocho y pocos meses). 

"you know I'm such a fool for u"(sic)

Y nada iba a ser lo mismo después de eso. A veces basta con una línea de una canción, un momento capturado en el tiempo, para que todo el edificio se venga abajo. Todo. Construimos y edificamos personalidades y modelos descriptivos de la realidad, pero aún así, en las cosas más pequeñas, que suelen ser un libro o una canción, esas cosas más pequeñas que suelen contener historias y universos muchísimo más grandes que ellas mismas (bigger on the inside, como dice un amigo mío) para que uno quede descolocado, descuajeringado y desestructurado.

Por uno, me refiero a mí, claro está, pero a generalización es una invitación, al menos en este caso.

Lo primero que pensé fue en todo lo genuinamente adolescente que era el gesto escritural de mi prima, lo que me devolvió las reverberaciones de mis propios gestos adolescentes ¿con la misma canción? Revisé y claro, la canción tiene ya diecisiete años. Me sonreí de pensar en la ecuación de mi prima con los Cranberries y yo con Serrat. Después, simultáneamente después, pensé "DIECISIETE AÑOS" y después pensé ". . .", y también "...". Para ese entonces, revisando esos diecisiete años quizás, el edificio se vino abajo completo. 
Lo curioso, mi querido lector, es que Linger no es precisamente mi canción de los Cranberries. O no mi canción estrictamente adolescente (esa es "When you're gone"), pero recordé los veranos en el Norte, con ese disco, cuando todavía soplaba las velas de mi cumpleaños pidiendo que la U fuera campeón por primera vez en mi vida, me acordé de ese verano y esa chica que me gustaba, y ese verano en que mi tomo de compañía era Reign of the Supermen, cortésmente cedido por Perucca, con esos préstamos de fin del año escolar que se vuelven por todas las vacaciones. Lo curioso, mi querido lector, es que Linger es una canción que iba a llegar con toda su fuerza años después, cuando la adolescencia era más una condición emocional que algo marcado por la estadística etaria. Es la canción de alguien indescriptiblemente importante en mi vida y portadora de sus historias y de su imaginario. Y de la forma en que yo me imaginaba sus historias cuando me las contó por primera vez y cómo las fui reinventando con los años, siempre en torno a esa canción. Es también la canción de alguien con quien no hablo más, por lo que encontrármela así fueron las reverberaciones de esa voz, la voz de una persona que ya no existe más, porque seis años son un buen tiempo para decir que una persona no existe más. Así como ya no existe el muchacho tímido que escuchaba las historias y el niño aún que fue tan feliz de que hubiera una luna llena sobre el mar para su cumpleaños ya no son más. Pero las reverberaciones vienen ahí, desde el pasado, expandiéndose y pegando más fuerte quizás por la distancia, una onda expansiva afinadamente entretejida entre verso y verso.  

Diecisiete años. Cuando era chico el número estaba asociado indisolublemente a la dictadura. Quizás por lo que me costó sacarme de la cabeza la inexactitud del cántico de barra que decía "Son quince años, son quince años..." y algo más que no recuerdo ya. Es una pequeña eternidad, uno de esos bloques de tiempo que probablemente uno llegue a multiplicar por cuatro nomás. Y sin embargo, qué importa.

A veces, Siempre, es la experiencia la que importa, el tiempo se deshace en torno a aquello que no podemos reproducir de forma más que parcial y nos hayamos conectados por atajos simples, como una canción, con las personas que fuimos y que dejamos de ser. El tiempo se contrae entero y si uno sólo consiguiera asomar la cabeza un instante, seguro que lo entendería todo. Todo de todo.

Mientras tanto, trato de pensar que mi frase favorita pasó a ser "Oh, I thought the world of you" o esa siempre segundona "But I'm in so deep". Trato de creer que puedo usar la canción como un punto para hacer trigonometría y encontrar todo lo que he cambiado en estos años con exactitud y precisión.

Pero no, "I'm such a fool for you" nomás.

Damas y Caballeros, del disco que venía apenitas detrás del No Need to Argue, The Cranberries, Linger:

lunes, 8 de noviembre de 2010

La respuesta es sí.

Sí, siguen siendo igual de terroríficos.

Donald y Angela Pleasance, padre e hija en la vida real y en el segundo segmento de From Beyond the Grave, claro está.  Ella me perturba sobremanera, en su mirada fija, sus escasos pestañeos y algo, algo más. 
Siga el encuadre de abajo, parta desde el minuto 5. Disfrute (está en un par de partes más) o si quiere véala completa. Ojalá no en youtube, hay una copia de 700 megas dando vuelta por los torrents que al menos se ve de una y tiene ese silencio crocante de las películas antiguas, ese que es la textura del terror y uno de los sonidos más exquisitos que pueda haber.
Allons-y!

Nos quedamos pegado viendo: Torchwood - Children of the Earth

Porque no podía ser de otra forma, supongo. Pasadas las dos temporadas de Torchwood, me quedaban esos cinco capítulos, especiales de una hora, en que terminaba el ciclo de Gales de la agencia de investigación extraterrestre esa. Era una deuda pendiente y me dispuse a ver el capítulo uno, teniendo sólo como referente el que cada capítulo tenía lugar en un día y también sabiendo lo que sucedía al final con el favorito de todos, el señor Ianto Jones.

El primer capítulo es tan pero tan bueno que de inmediato supe lo que iba a estar haciendo durante las siguientes cuatro horas.
A ver cómo salimos de esta,
es precisamente lo que está
pensando el bueno de Ianto.
Las buenas ideas de la primera temporada y lo zonza que fue la segunda encuentran su razón de ser en esa primera hora. Con los personajes establecidos, todas sus zonas de comodidad son desarticuladas y explotadas. El set-up clásico, de los que más me gustan, la verdad: poner a los personajes en la peor de las situaciones imaginables. A ver cómo salen de esta. Así, cualquiera se queda pegado por un rato más.
El día dos da miedo. Todo lo que no guarda relación con el trío (o cuarteto) de protagonistas funciona bien, aunque los habituales decepcionan un poco y el guión de Russell T. Davies tiene un poco de lo más malo de la segunda temporada y los miembros de Torchwood corren el serio riesgo de romper con el verosímil. Lo salvan las metáforas de persecución y paranoia, la construcción de una feble analogía política. Y el suspenso, claro. Quizás a sabiendas de que este sería el punto más bajo, el guión se apuntala un suspenso fácil y efectivo. Los aún invisibles alienígenas articulan a través de millones de bocas "we are coming back. tomorrow", quizás queriendo que el televidente haga eco de esas palabras, como una suerte de mantra del rating. We are coming back tomorrow.
El día tres es tremendo. Quizás el mejor manejado de todos. Si los dos primeros capítulos habían jugado con no mostrar, este muestra, seductoramente. La aparición del enemigo visible, en un primer nivel, está manejada que da gusto. Y susto. Y tensión. Cuesta creer que el capítulo dure una hora como todos, los minutos se estiran cuando el representante terrestre confronta a los recién llegados alienígenas. Y hay veinte minutos al medio del episodio que hacen bien todo lo que El Día de la Independencia hizo mal. Todo. Puntos de bonus por mostrar personajes reaccionando humanamente ante lo desconocido. El único personaje bi-dimensional aquí es el bueno de Jack Harkness y nadie le quita ese sitial.
Nuestra pareja favorita, por más que uno sea demasiado bueno para el otro.
El cuarto episodio vuelve a hacerlas de peripecia y de nuevo es débil, al menos en lo que a desarrollo de trama compete. No pasa nada mucho pero, eso sí, queda claro que se invente la criatura que se invente, nada más malo que el ser humano. Como en los mejores capítulos de las temporadas anteriores, siempre los villanos más terribles son los más sencillos. Hoy: políticos y militares. Qué más temible.
La serie cierra con una victoria pírrica. Cierra también con un par de alusiones al Doctor que estaban un poco de más y distraen. Uno se queda pensando si acaso Davies y su director tutelado, Euros Lyn, no usaron esta serie y este episodio en particular para ensayar su despedida de Doctor Who en cosa de meses. Aparte, al mencionar al Doctor, se quiebra la tensión dramática y uno no puede evitar pensar que, de estar ahí, habría resuelto la situación en media hora y después se habría ido a comer con los aliens en cuestión. Lección del día: cuidado con subestimar tu propio drama.
Oh, los misterios de la caja azul. Siempre una caja azul.
Con todo, Children of the Earth es un buen cierre a las aventuras de Torchwood Galés. Buena caracterización, algunos personajes secundarios para el recuerdo. Varios, la verdad sea dicha. Cuando se propuso generar suspenso y tensión lo logró. A la hora de terminar y resolver se anduvo quedando medio corta, como suele pasarle a los guiones de Davies, pero aún así, la experiencia recorrida termina pesando más. Se sabe, la cuarta temporada será una coproducción Anglo-Americana y se filmará en locaciones alrededor del mundo. Quién sabe qué va a salir de eso. Mientras tanto, queda claro que la moraleja de la serie es que mientras más insípido y/o hijo de puta se es, más posibilidades se tienen de salir adelante en esta vida. Qué lindo ¿no?


A modo de bonus track, y como no pensaba originalmente escribir este post con tanto detalle y tan poca sustancia, he aquí los apuntes tomados por [El Autor] entre capítulo y capítulo, desde el momento en que le quedó claro que iba a ver la serie de una y que después se dedicaría a tipear.
DAY 1 - Tremendo set-up, clásico. De los que más me gustan, el equipo puesto en la peor de las peores circunstancias. Y esos niños asustan.
DAY 2 - Un poquito desilusionante, la salida clásica de Torchwood segunda temporada. Algo de trabajo con los personajes y los niños siguen asustando. Trabajo de persecución y paranoia.
DAY 3 - La tensión al punto máximo. La llegada de los 4,5,6 no pudo ser mejor maneja, esa escena cn Frobisher y la caja es increíble. Ayuda tener un personaje como Jack Harkness y poder aludir a un pasado que no se muestra.
DAY 4 - El contrapunto, más de Torchwood series 2, Jack mete la pata, como siempre. Un par de muertes significativas pero ¿no se está alargando un poco todo eso? The 4,5,6 siguen dando el susto que los niños ya no dan. Ah, y como en los mejores capítulos, los más malos de los malos siguen siendo los humanos. Quizás la mejor fortaleza de Torchwood.
DAY 5 - De las pírricas. Retribuciones. Ensayando el final del Doctor. Y porque es que no hay que mencionar al doctor. Y JAck como el hijo de puta que es nomás.
Y a modo de segundo bonus track quería poner una canción ad hoc, pero no encontré ninguna. Si la hubiera sería esas del corte del tercer disco de Keane mezclado con el Final Cut de Pink Floyd: una canción semi-llorosa, algo cliché, pero con un gustillo a metal oxidado para darle realidad y redimirla.
Mi canción del día Lunes es Rezo por Vos de Charly García, pero sobre eso habrá detalles más adelante.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Nos sentamos a ver: A History of Horror with Mark Gatiss.

Y nos gustó. Bastante, en su humilde y modesta manera (es una producción de BBC4 después de todo).

Mark Gatiss, queridos niños, a veces las oficia de comediante inglés, aunque desconozco esa faceta de él, para serles sincero. Lo conozco como escritor, para televisión especialmente, ha escrito un par de capítulos del buen Doctor Who (The Idiot's Lantern es uno de esos que me cae bien) y lo más importante quizás, es uno de los impulsores de esa modernización del mito del más grande detective de la historia que es Sherlock (Gatiss escribió también el último e incontestablemente mejor capítulo de la serie). Comenzando esta miniserie documental, Gatiss se nos confiesa como un gran fanático del horror, al tiempo que promete mostrarnos algunos de los momentos más importantes en la historia del género, según su propio criterio.

Ahí radican buena parte de las fortalezas de esta serie de tres capítulos de una hora. Gatiss no pretende esconder sus sesgos, ni mucho menos su pasión por el material que está presentando, lo que le da al documental toda la autoridad que puede tener el juntarse con un amigo al que realmente le gustan estas cosas y dejar que te explique qué es lo que las hace importantes. Gatiss se limita a apuntar algunas cosas aquí y allá, dejando por lo general que sean las escenas las que hablen. Las escenas y un par de entrevistas bien puestas, entre las que destacan George Romero y John Carpenter, aunque se aprecia tener a David Warner en pantalla. ([El Autor] de este blog alguna vez vio "From Beyond the Grave" con Peter Cushing y el ya-mencionado Warner y quedó encantado...tan encantado como de verla aparecer en este documental).

La selección no pretende ser exhaustiva, pero sí es bien consciente y acabada. Apuntando quizás a explicarle a un público un poco insensibilizado de tanto ver sangre en pantalla el porqué hay toda una historia tras el género y porqué el género importa, aparecen los hitos, no falta ninguno: Lugosi, Karloff, Cushing, la factoría Hammer, Roger Corman, Tobe Hooper, Lon Chaney, Val Lewton, David Cronenberg, et al. A lo largo de la serie, además, Gatiss construye una pequeña tesis sobre la forma en que la existencia de los fanáticos como un mercado constante ha permitido mantener el género al mismo tiempo que lo ha domado y vuelto menos sorpresivo y relevante. Todo esto hecho desde una perspectiva más bien humilde y sincera, cualidades que se aprecian y se agradecen.

Mark Gatiss, frustrado por su performance como Mycroft Holmes
decide descansar en el Motel de los Bates. Son una buena familia.
La factura misma de cada capítulo no tiene mayores aspiraciones. Comenzando siempre con un segmento actuado que no molesta y llevando buena parte de la narración a las locaciones de las películas, A History of Horror está lejos de ser uno de esos documentales que se pasan en su enciclopedismo o en su afán de divulgación. Con intervenciones generalmente escuetas del narrador, demuestra tener algo que vaya que hace falta en televisión: tino y buen gusto. No se venden en supermercados y [El Autor] está casi completamente convencido que son todo lo que las escuelas de periodismo en Xile enseñan que está mal.

Habiendo vivido con una muchacha que estudiaba el tema con detención, mientras lo estudiaba, tengo la suerte de haber visto buena parte de las películas referidas en la serie. Igual, salí de los tres capítulos con hartas notas al margen y apuntes para investigar pero, y por aquí va el gran triunfo del sr. Gatiss, con muchísimas ganas de repetirme varias de las ya vistas. Es en el arte de la repetición que uno se va encontrando a sí mismo y hoy me hallo ponderando por qué es que quiero repetirme The Omen y Psycho y The Exorcist, y no, por ejemplo, el Drácula con Christopher Lee y Peter Cushing. Una que no está y que le recomiendo de bonus track es The Innocents, esa adaptación de The Turn of the Screw que es la piedra en la que se fundan todos los argumentos a favor de las adaptaciones.

Usted puede hacer eso y de paso bajar en su torrent amigo, ahora que están frescos, los tres capítulos de A History of Horror. Yo, me voy a bajar From Beyond the Grave. A ver si esa dupla padre e hija siguen siendo tan terroríficos como cuando la vi por primera vez, una mañana de vacaciones de invierno del 93.

Iba todo bien hasta que...

Llegado el minuto 93, Cámpora, que había ingresado a nada y apenas la había tocado, hizo lo que tenía que hacer y volviendo de manifiesta posición de adelanto, empalmó el centro de tiro libre para marcar el empate a 2.

Oh, todas las veces que hemos perdido así. Todas las veces que hemos estado a punto de y no ha pasado nada.

Cuatro años atrás le explicaba a Joe Nimon como era que los verdaderos hinchas estaban en las buenas y en las malas. Él y toda la concurrencia (gringos todos) pensaron que era otra de mis ironías. Por supuesto que no lo era.

Tenía once cuando el Chano Garrido metió la pata, como el diablo mete la cola o Piñera las manos, para dejarnos fuera de la Libertadores y mandarnos a un partido de definición que no teníamos chance alguna de ganar.

Márgenes estrechos. Me vine acá con el más estrecho de los márgenes, con múltiples relaciones colapsando alrededor mío. Hoy pienso en cuando será el momento de volver y hago los preparativos para a, para b y para c.

Cinco años atrás, cuando el tal Mati Fernández sí sabía pegarle a una pelota, la metía de tiro libre en el arco Norte en el minuto 91. En el partido de vuelta, para variar con más ganas que fútbol, lo ganábamos por la diferencia justa para ir a penales, cuando Salas conectó un centro de forma perfecta a cinco minutos del final. La pelota rozó el vertical derecho del arco Sur y siguió su camino rumbo a la pista de rekortán.

Yo vivía feliz, una vida tranquila y sin mayores sobresaltos, que me había impuesto como descanso mientras me disponía a retomar aquello que llamo "mi carrera académica". Tenía la personalidad que quería y empezaba a caer en un extraño conformismo cuando de pronto, por ahí por el minuto 79 de mi susodicha felicidad, apareció por la banda derecha un conspicuo personaje de mi pasado a desordenar la casa, desmantelar los naipes y decir que nos íbamos a otra de esas definiciones donde nadie puede realmente ganar.

Oh, todas las veces que hemos perdido así. Incapaces de sopesar lo que corresponde con lo que queremos con lo que es posible con lo que en una de esas resulta. Como tener un equipo ciertamente inferior y pararse con las ganas de ganar por sobre otras cosas.

Al terminar el partido hoy Rivarola dijo "por eso amo a la U".


Y sí, por eso la amo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

El mensaje del día.

Life on Mars tiene una de las mejores bandas sonoras que he tenido el gusto de ver pasar por la TV. The Sweet, Pink Floyd (en su mejor momento, i.e. camino al Dark Side of the Moon), Barclay James Harvest, T-Rex, David Bowie (en su mejor momento, i.e. en cualquier momento), Cream, ELO y un montón de gente más.
Vienen los días más difíciles por acá. Hoy cambiamos la hora, me quedé en casa el día entero y mañana sólo saldré caminar un rato. Respiro bien profundo. También mañana juega la U con el Colo. La última vez que recuerdo haber visto un clásico desde acá, desde lejos, terminé bajando a patadas mi cesta de la ropa sucia por tres secciones de escaleras. Otros tiempos.
La canción del día para mí y para usted, donde quiera que este: Frankie Miller, de la banda sonora de Life on Mars o de su disco debut "Once in a Blue Moon", como más le guste, donde más la guste y con quien más le guste...

jueves, 4 de noviembre de 2010

La Pareja Perdida.

Llovía. Era tarde (para los estándares de acá). Yo venía de vuelta de comer algo, tras haber tenido un par de tutorías al hilo tras mi clase del día tras las lecturas del libro que debía seguir leyendo y que de hecho había estado leyendo mientras comía tras haber tenido un par de tutorías al hilo tras mi clase del día. No era una de esas lluvias para repensar mi posición frente a los paraguas, pero lo suficiente para dejar el piso algo jabonoso. 
Cuando digo que "venía de vuelta" quiero decir que iba a tomar el bus que me dejaría en el metro para venir a casa. Estaba oscuro y las nubes rojas, extrañamente, no iluminaban mucho. Había una luz de reflectores por ahí. La Batiseñal sólo funciona si Batman sabe dónde mirar. Pero puede llegar a funcionar, y eso que es uno de los verosímiles más difíciles de dejarle pasar al superhéroe de las orejitas. Quizás por su cercanía con la realidad concreta. Si es que existe tal cosa. 
En medio del patio, donde había escuchado el teléfono, justo en medio de mi camino, había un pequeño bulto que no era una hoja ni una ardilla aplastada ni nada por el estilo. Supe de inmediato qué era. Un guante, café, de lana. Me arrodillé y lo levanté, tomé nota de que era un guante derecho y pensé traerlo a casa, pero al levantarlo su silueta seca en medio del patio mojado me pidió por favor que lo dejara ahí mismo. Accedí, porque al parecer aquella porción de ladrillo realmente necesitaba protección. Y porque se veía lindo el contorno, para qué le voy a mentir.

Llegué a casa y abrí mi cajón, el primero de esa cómoda inserta en mi pieza. Ahí estaba, el otro guante café, de lana. No hay nada que lo marque como el izquierdo, pero siempre lo he pensado así. Pasa lo mismo con el otro, que aún yace cubriendo el piso, protegiéndolo para que no se resfríe quizás. 


No creo que me compre un paraguas. Nunca.

martes, 2 de noviembre de 2010

Una breve nota de agradecimiento.

Porque no había leído tanto este semestre, lo que puede ser más bien raro para un estudiante de posgrado en literatura. Pero la verdad es que mis cursos tienen una carga teórica bien pesada y no habían tenido tanto de literario: en uno de ellos leemos básicamente biografías de este lado del Atlántico durante el siglo XVII, en otro es teoría todo el rato, recién esta semana leímos Anil's Ghost de Michael Ondaatje, quien estuvo la semana pasada en el campus, pero ya la había leído para anu hace todos esos años; y en mi otro ramo tras a batería teórica (excelente, nada que decir) recién la semana pasada leímos Under the Feet of Jesus y terminé con taquicardia de lo mala que era: las últimas veinte páginas estuve con una comezón horrible queriendo que por favor la novela se terminara luego. Así de mal. Mal desde un principio, Helena Viramontes usa el Spanglish como mecanismo para crear dos dimensiones textuales y le sale francamente como la reverenda callampa, especialmente cuando el lector es bilingüe. "La novela está bien como un reportaje de 60 Minutes" dijo [El Autor] de este blog en su post para la clase en blackboard, y en la sesión de discusión misma se mandó el sendo discurso argumentando porque la novela era un bodrio con patas. Esto en el medio gringo que tiende a encontrarlo todo bonito o políticamente correcto de lo bonito. [El Autor] trató al menos de exponer sus puntos de la mejor manera posible y no hacer sentir mal a nadie. Se sabe, [El Autor] tiende a fallar cuando se trata de eso.

Pero hoy, y de ahí el título de esta entrada, me siento profundamente agradecido de llevar recién la décima parte de "American Rust: A Novel" (¿A Novel? ¿Será una referencia a American Gods? Investiar) Por fin una novela contemporánea y bien escrita. De esas en las que ya no importa lo que pase ni como pase, porque se nota que la mano que está detrás, la de Phillip Meyer, no sólo sabe lo que está haciendo (Viramontes también sabía) sino que además se encarga de ocultarlo, como lo hacen los mejores. Está escrita por un escritor y no por un profesor, me parece la frase para el bronce adecuada.

En fin, es una dicha leer bien, como comer bien, culear bien o dormir bien. Jugar buenos videojuegos y conversar con gente inteligente, o graciosa, u honesta. Sobretodo honesta.

Se agradece.