martes, 9 de agosto de 2011

La validez de la violencia.

Todo esto un poco a propósito de la gente que pide "paz para Chile", que no sé, ni tampoco me interesa saber, si están vinculados ideológicamente con aquellos que no quieren perder el año o si sólo son una variante más del amarillismo nacional.

Desde distintas tribunas y en distintos espacios que van desde lo virtual a lo real a lo místico he escuchado esa idea, tan políticamente correcta, prístina en su concepción de que "están bien las marchas, pero están mal los destrozos" o "ya están los mismos de siempre causando desmanes y arruinando todo". Eliminando de plano el presupuesto de los imbéciles que estiman que marchar es una forma no válida de expresión o diálogo (tuvimos, hace semanas, un ministro de Educación que en su discurso predicaba tal cosa, como si sólo hubiera una sola forma de dialogar, una sola forma de expresarse), concentrémonos un rato en la violencia en sí. En los desmanes, los autos quemados, la basura tirada, los vidrios rotos. Dejemos también aparte los robos y el oportunismo de algunos, aunque volveremos a ellos más adelante, qué duda cabe.

Supóngase usted un joven estudiante. Supóngase usted miembro de una familia que no ha podido acceder jamás a la educación universitaria ni, por ende, a aquél delicioso ocio contemplativo al que gustamos llamar "vida universitaria". Su familia ha estado siempre sometida al influjo de gente más poderosa, usted mismo no conoce más que de servilismos y desprecios. Cuando va a ciertos barrios lo miran mal, las manifestaciones culturales que son de su gusto son miradas en menos y consideradas inferiores por el resto de la sociedad. Usted mismo es mirado en menos y considerado inferior por el resto de la sociedad. Ciudadano de segunda clase, prospecto de ladrón, vago o esclavo. Usted sabe como sigue la canción.
Usted ve que en este, al que le han dicho que es su país, pero que claramente le pertenece a cualquier otra persona; la sartén por el mango la tienen otros, y sus opciones consisten básicamente en ser frito y refrito por los poderes corporativos o quemarse en el fuego aquél de la ilegalidad y la marginalidad. Usted, déjeme contarle, ni siquiera llega a pensar que votar por alguien podría llegar a solucionar algo; aunque cada cuatro años le dicen que vamos a vivir mejor, que Chile va a estar mucho mejor, que va a crecer con igualdad y otras cosas del corte. Usted no sabe quienes son sus representantes en el parlamento y, estemos de acuerdo, poco le importa. Nada, pero absolutamente nada ni nadie ni usted mismo ni un milagro divino ni una intervención de ningún tipo lo van a sacar del lugar donde usted nació y está condenado a morir. Su voz no importa y su voto es uno más, si es que tuvo el desatino de inscribirse en los registros (¿para qué? le habrán preguntado otros, que llevan más tiempo que usted en esta vida y en esta misma miseria). Entonces un buen día sus compañeros estudiantes, aleonados por el espíritu de la juventud y amparados precisamente en no tener voto pero sí una voz para corear cantos contra aquello que está mal y que las autoridades han jurado poner peor, van y se toman la escuela. Van y marchan y gritan y cantan. Huyen de las lacrimógenas y se enfrentan a la fuerza pública. Una fuerza pública que les pega con toda la fuerza que tiene y los trata con toda la mano dura con la que no pueden tratar ni a aquellos que se enriquecen traficando en la ilegidad ni mucho menos a aquellos que perpetuan su enriquecimiento legalmente, favorecidos como han estado desde el día uno por su buena estrella. Sí, los pacos no sólo son cobardes, también son flojos y van por los blancos fáciles. Todos los aparatos represivos, a todo nivel, lo son. Y cualquier persona que acepte un trabajo entre cuyas órdenes esperadas en un día cualquiera este "apalear gente" ya es alguien con quién va a costar sentarse a conversar.
Pasan los días y usted se da cuenta de algo: el país lo está escuchando. Toda, toda esa gente, que con usted sólo comparte la experiencia de sentirse menospreciado y mirado en menos; toda esa inmensa mayoría de ciudadanos que también siente que nadie los escucha tiene algo en común con usted. Si el organismo de represión los ataca, ellos salen a hacer ruido. Esto es algo de verdad. Esto promete.
Y sin embargo, frente a usted; o, seamos francos, sobre usted, porque siempre van a estar sobre usted, porque si pasan cincuenta años creyendo ser mejores, tendrán que serlo ¿o no? se encuentra un bloque insalvable, una gente que usted no alcanza a creer cómo o por qué hacen lo que hacen. Si ya tienen plata, si tienen sus vidas aseguradas, ¿por qué? piensa usted, desde su ingenuidad.
Esta gente no escucha con nada. Esta gente lo único que quiere es que usted se calle y vuelva al hoyo miserable desde el que se arrastró una mañana y ojalá rápido y sin chistar. Y trate de verse más decentito la próxima vez que salga a la calle.

Y usted tiene una tarde cualquiera, corriendo de las bombas, llamadas lacrimógenas, pero que también son regurgitivas y laxantes, y frente a usted, al que nunca nadie ha escuchado y al que nunca nadie va a escuchar, obstaculizando su paso, ofreciéndose para obstaculizar el paso de su perseguidor: autos, tiendas, faroles.

Ahora sí lo van a escuchar. Ahora hasta puede salir en las noticias. Ahora se van a acordar de usted y aquellos, o parte de aquellos, que lo han ninguneado la vida entera a lo menos van a tener que pagar por un acto suyo.

Usted va y patea, rompe, destruye.


Porque cuando las instituciones y los sistemas que están pensados para representar a la ciudadanía no lo hacen eficientemente por décadas de décadas, porque cuando las diferencias sociales se perpetuan bajo el supuesto implícito de que hay siete amos para cada noventa y tres siervos en un país; y cuando cada uno de los organismos oficiales, copados por aquellos que o son o aspiran a ser amos parece estar consagrado en mantener esta sistema en marcha, más allá de lo que puedan o quieran decir aquellos que los pusieron ahí, ¿qué más queda por hacer? ¿Qué clase de altura moral o de etiqueta y buenos morales le vamos a pedir a los que llevamos años sofocando, ya sea como actores principales o en nuestro afán de no morir sofocados nosotros mismos? Pretender que un movimiento social, que un movimiento de gente, o que la vida misma si se quiere, se comporte limpio y aséptico y tan de cartón como una sitcom gringa es una necedad, propia de quienes no han experimentado otra realidad que aquella cuyos privilegios se basan en estos pilares humanos de ciudadanos de tercera categoría. Los movimientos sociales son así, sudados, hediondos, sangrientos. Suelen venir con gobernantes decapitados o manifestantes exterminados. Pero acá nos gustan las cosas "en la medida de lo posible", al menos en esta democracia restaurada por Aylwin con esas palabras mágicas. En la medida de lo posible, estos jóvenes que protestan nunca van a tener lo que piden, sino más bien todo lo contrario. Llevamos casi cuarenta años incubando esto, y negar que la violencia es el recurso precisamente de aquellos que no tienen otra forma de ser incluidos, de aquellos que han sido ignorados y para quienes día a día se construye un país con más y más barreras que impiden su inclusión es una soberana estupidez. Pretender que todo sea lindo y eficiente, como si tuviéramos una tradición republicana de cuatrocientos años, como si tuviéramos el nivel de civismo para condenar a nuestros dictadores en vez de hacerles fundaciones, como si estuviéramos en el estadio evolutivo para no reciclar a nuestros presidentes y tener senadores eternos, es un absurdo. Somos lo que somos y para cambiarlo hay que ir a la raíz, en procesos lentos que este mundo acelerado ya no tolera: entonces el camino rápido, la protesta, pedir plebiscitos, pedir cambio. Un proceso así en contraste, generando la fricción natural entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada más que la capacidad de tirar una piedra ha de ser, lógica y validísimamente, cualquier cosa menos limpio.

Mi querido lector, yo no sé si "Chile quiere paz" es una genuina inquietud de gente buena que quiere levantarse todas las mañanas e ir a su trabajo tranquila, o acaso es el slogan corporativo de aquellos que saben que "Chile quiere más de lo mismo, por siempre" no sería muy popular. Creo eso sí, que cualquiera que tome el nombre de Chile por estos días para una iniciativa así está olvidando que estas protestas y manifestaciones se originan precisamente porque no hay tal cosa como un Chile. Hay, a lo menos, dos. Y uno, el más grande y amplio. Aquél que no viene marketeado y no necesita logos, cree que la paz puede esperar un rato. Es linda la paz, pero mejor es poder disfrutarla. Todos.


Y si usted es de esos que aprenden más y mejor auditivamente, los Clash le dicen lo mismo que este post en menos de dos minutos. En esa segunda estrofa está más o menos todo lo que se necesita para entender porque la violencia y los disturbios sí son una forma de ejercer no sólo opinión, sino también dominio sobre un mundo que te ha alienado por siempre.

One, two, three, four...

6 comentarios:

Jesusísima dijo...

Me encanta, Leo, me encanta. No sé si seré políticamente correcta por fuerza de la educación familiars, o una joven de buenas intenciones, pero "validar" la violencia me parece un poco... violento. Sí creo que hay que mirarla de frente, entenderla, tal como lo haces. Por qué, oh diossanto por qué la gente es tan miope y condena la violencia sin ver que así están condenando a todo un Chile a vivir un ambiente que la propicia.
Permíteme decirte, además, y con todo mi cariño, que el "Ahí" del penúltimo párrafo me patea. Hay, querido, hay.


Me encantan los comentarios circulares, Leo, circulares.

LV dijo...

...me parece censurable, siempre, mi querida Jesu la violencia como tal. Sea de estado o desde las bases populares mismas pero, en efecto, uno tiene que intentar hacer la pausa y mirar qué cosas están pasando que hace que un ser humano quiera dejar las palabras y volver a los golpes trogloditas.

-Ese "ahí" por "hay" me está pasando cada vez y lo tomo como las primeras muestras de senectud. Como si las canas que no me salen en las sienes me estuvieran saliendo en la escritura. La teñiré y será tu comentario el único recuerdo de ella.

De las cosas que más amo en esta vida (junto con las referencias pop, comer en el voy y vuelvo, los helados en la plaza y un largo etcétera) están los comentarios circulares, como recordarás (deja vu?) de algún posteo tuyo.

De las cosas que más detesto en la vida están la necedad apurado, los sesgos autoritarios, y claro...

Sonia dijo...

Soy terrible lúcido, cabrito.

Lute dijo...

Hay tantas weás que quiero decir.

Claro que la violencia es entendible, pero metida en medio de las marchas desacredita a la gente que marcha y esa es la weá penca. Hace que mis compañeras de trabajo digan "¿y quien va a pagar ahora por los destrozos?" y que los ministros digan "los dirigentes no pueden controlar a quienes invitan a las marchas".

La violencia es parte de una weá más grande de todo el funcionamiento, de una maquina de la que nosotros somos el engranaje para sacar oro para algunos y botar basura que son los otros. ¿tiene que ver con la educación? Un poco. Pero la gelatina tiene que ver con el calentamiento global.

No puedo creer que haya 3 posts acá antes que el mio.

Y se me olvidaron varias cosas que quería decir. Cosas sobre asesinatos y la imposibilidad de revertir, sobre los resultados de las revoluciones donde rodaron cabezas, el unstoppable juggernaut que es el estado, el saber que ya perdimos, que no tiene sentido alegarle a un gobierno que es precisamente la herramienta que asegura que la situacion de las cosas sea esta, que la educacion y la felicidad son cosas más privadas, o más posibles de crear a través de guerrillas educacionales y profesores descalzos que por convencer al gobierno o crear el Partido de la Verdadera Alegria.

Dejenlos tirar piedras, señora. Si total usted ni va para esos barrios.

LV dijo...

Lautaro, tres días después todavía no puedo articular una respuesta sin que aparezca el Juggernaut en mi cabeza, rompiéndolo todo. Es un buen tótem ese.

Quizás podría argumentar algo del corte Amazing Spider-Man 299,230, pero será en otro momento. Detalles más adelante.

Quizás en un post aparte.

LV dijo...

Sonia: You always say the right things in the right way.