lunes, 6 de febrero de 2006

El Verdadero Valor de un Final

En un mundo donde cada día los momentos clásicos se vuelven más escasos, donde reina la serie de televisión con su "continuará", donde cada vez que un libro es best-seller se corren rumores de una segunda parte (o de una serie de libros), donde el viento efectivamente se llevó eso de que mañana será otro día y vamos pensando que mejor que mañana sea una continuación que retome el suspenso de hoy, donde cuando una película no nos gusta cambiamos el canal en vez de quedarnos a morir con su director en la miseria de haber elegido mal (un mundo donde, al fin y al cabo, lo malo no es elegir mal, sino elegir irremediablemente mal: como elegir una mala película para una cita y no tener cómo salir de esa situación), en un mundo donde el final de El Sexto Sentido pasó a la brevedad a la historia como una revelación inesperada (y totalmente gratuita, gente), nada echo más de menos que un gran buen y verdadero final. Un epílogo de esos que dejan pidiendo por más y sabiendo que es perfectamente imposible que exista algo más... como la vida misma, para quienes argumentan que en la vida nada se acaba y todo es más como una serie. Nada más desgarrante, en su belleza y en su lamento, que un instante tan gozoso que nos da pena del puro recordarnos que la vida es breve, que todo pasa y nada queda, y que sólo podemos saber que ese momento es bello a costa de tantos otros que no lo son.

Todo esto un poco a propósito de que terminé 2666 esta semana. Todos estos años de entrenamiento literario y sí, todavía siento esa cosquilla de gozo, ese infantil orgullo, cuando digo que terminé de leer un libro de 1116 páginas...La experiencia, al final del día, fue como leer durante un mes "Monólogo para hijo de puta con ballenas y hermanita fantasma" de Rodrigo Fresán(el más grande chicos, creánlo, creánlo). Risas, llantos, tedio y alivio en la misma proporción me provocaron tanto el cuento de 76 páginas del argentino como la mencionada novela del chileno. El primer libro de los cinco que configuran 2666 es sencillamente, bellísimo. Al menos si lo tuyo es la crítica literaria o alguna vez estuviste medianamente cercana del circulillo aquél de los críticos. Si alguna vez publican este libro dividido en partes, el regalo perfecto para tu hijo(a), amigo(a), novio(a), esposo(a),amante, tío(a),cuñado(a), mamá, papá, sobrino(a), primo(a), hermano(a), o lo que sea(a) que estudie Letras es precisamente el libro uno, La parte de los críticos.
La segunda parte fue más el vuelo de la primera, curiosamente el personaje del que quería saber mal al final de la parte anterior toma la escena central, y no está mal. Nada mal, pero mejor es la aparición posterior de Rosa Amalfitano en el tercer libro, que es el momento en que todos los argumentos quedan completamente entrecruzados y uno queda con ese sabor tan agradable que deja la narrativa como mosaico. Y además cuando uno empieza a intuir que las facetas de la gema no van a cubrir todo el misterio.
La cuarta parte fue una gran lata. Con chispazos de aquí y allá en una obra que estaba siendo llevada por la riqueza en la construcción de sus personajes, enumeración tras enumeración de crimen tras crimen me dejaron medio noqueado...de hecho me demoré más en esta parte que en los otros cuatro apartados juntos.
Y luego, el gran final. Emotivo, descollante, inspirado a falta de mejores calificativos...aquella escena final (final precisamente, FINAL) en el aeropuerto en que todo lo que quería era meterme en la historia y estrangular a fürst Pückler hasta que nos dijera que sí, su antepasado era el autor de Algunos animales y plantas del litoral europeo...y...ese es un final, esa es la vida. Lees mil y tantas páginas donde ronda espectralmente la historia de doscientos crímenes, te cuentan una historia que en todas sus ramificaciones abarca México, España, Francia, Italia, Inglaterra, Chile, U.S., Argentina, Alemania, (Prusia pre-guerra), Rumania y Rusia; lees sobre amor, sexo, muerte, libros, boxeo, psicología, botánica, guerra, narcotráfico, periodismo, arte, y crimen; todo entrelazado en un número practicamente indeterminable de historias y todo, todo, todo lo bello, bueno, verdadero y demases del libro se resume a ese momento en el aeropuerto.
Cuando terminé 2666 sentí que había encontrado un pequeño rincón de paz que se me había perdido hace demasiado tiempo. Aún no puedo tomar otro libro. Como si la vara hubiera quedado muy alta, no quiero leer, no quiero criticar... sí, cuando leo novelas como esta siento más que nunca que la "institución literaria" es una soberana pérdida de tiempo y quién tiene tiempo para hacer interpretaciones, escribir papers e irse a congresos extrafalarios donde se celebra el culto a la quinta pata del gato cuando hay tanto por leer.

Diatribas aparte, no se me escapa el interés personal por el final. Como buen miembro de una generación de fin de siglo/milenio, como buen hijo de la decepción postmoderna del "todo lo grande ya pasó y más vale que nos acostumbremos a que las revoluciones no son la gran cosa, así que mejor seamos jóvenes aburridos, conformistas y carreteros, ¿ya?", no puedo evitar tener una fascinación por los finales. El corte preciso que separa a las personas de los personajes, ese que hace que las peores historias se vuelvan los mejores chistes, que destruye horas de expectación, meses de espera; ese desliz fino, digno más de un samurai que de un carnicero medieval, que marca el antes y el después: ahí eramos y aquí no somos, se acabó. La muerte no deja de ser el Vito Corleone de los finales, pero no ha de olvidársenos que al final del día, la muerte sólo es una entrada en el inmenso catálogo de los finales. Y sí, hay muchas cosas infinitamente peores que la muerte. Mejor morir que terminar con un final indecoroso, bochornoso, abrupto, descoordinado, torpe, vergonzoso, para el olvido.
Incomensurable es, pues, el verdadero valor de un final. Como en los shows de fuegos artificiales cuando todo termina con una gran descarga, bang, muchas gracias y nos vemos el próximo año; como el torneo de la NFL que termina con ese show monstruoso llamado Super Bowl (el de este año/esta noche tuvo un show de medio tiempo con los Rolling Stones, un grupo que se ha legendarizado a base de haber eludido talentosamente y con talento la cortina final, si hay una estadística que me gustaría manejar es saber cuántos grupos se han formado Y separado mientras los Stones han estado vigentes); todos sabemos que siempre es mejor dejar lo mejor para el final.
Menos en este blog, claro, donde siempre llego al final un poco demasiado cansado, un poco demasiado interrumpido de tanta música y tanta navegación por internet. En un día no particularmente bueno, escribí esto leyendo una diatriba antigua de Fresán contra El Código da Vinci y escuchando un CD de MPS3's mixto, donde destaco las escuchadas-varias-veces: "Build me up, Buttercup" de The Foundationd (la culpa de eso la tiene un comercial Hallmark de hoy a la tarde); "Aviéntame" de Café Tacuba, y "So Lonely" de The Police, canción que le pone fin a este post. Cosas del destino nomás.

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