lunes, 23 de marzo de 2009

5 de Espadas - Derrota


Comienzas el día perdido, con un pie en la realidad y en otro en una maraña de sueños. La noche anterior no pudiste dormir mucho y tu cuerpo le envía a tu cerebro todas las señales de haber corrido una maratón con el gentil auspicio de las nuevas tenidas deportivas de plomo.
Plomo ¿Quién era el plomo con el que soñaste? ¿Habría sido el de la otra noche? Era alguien que no conoces hace mucho, con quien te encontraste hace poco, quizás en la fiesta esa.
Estás cansado, te levantaste así, un poco más tarde de lo habitual más encima. Lo suficientemente para creer ciegamente que sólo es cosa de apurarse, de correr un poco, pero que llegarás a la oficina a tiempo. Lo suficientemente tarde, también, para hacerte encontrar con todos y cada uno de los escolares de tu ciudad. Todos caminando en el mismo sentido. El sentido contrario, por supuesto. Pequeñas bestezuelas vestidas de azul y blanco, pequeños cuerpos torpes obstruyendo tu camino, desestabilizando tu precario itinerario.
Llegas a un semáforo, el último que está saturado de esas criaturas de metro veinte con sus mochilas y sus útiles que apenas les dejan ver por donde van. Luz verde. Al frente tuyo, un niño muy pequeño comienza a cruzar, lentamente. ¿Cómo es posible que, apenas con un mes de clases, ya saquen la vuelta de esa manera? Cuando tú eras niño te encantaba ir al colegio. O al menos no te parecía algo abominable. En el colegio no hay nada que hacer. Jugar a la pelota y mirar a tus compañeras y sería. Nadie te echa de menos si faltas y puedes faltar una semana entera y no perderte de nada útil. El niño frente a ti trastabilla un poco. Lleva una mochila con ruedas pequeñas a la rastra ¿Por qué es que no pueden llevar sus cosas en las espalda? ¿Tienen acaso mucho peso a cuestas ya? ¿Se les deforma la espalda de pensar en cómo pagar tantas cuentas? ¿O es que el Sábado pasado estuvieron peleando con el nuevo novio de Carolina, que llegó tarde, llegó mal y hubiera sido mejor que no hubiera llegado nunca, a amargarles la fiesta a todos, a llevársela del brazo escándalo mediante? Eso era. Por algo así debe ser que este pergenio no puede ni llevarse dos cuadernos y una caja de lápices de colores en la mano. Eso es. Camina torpemente y bloquea tu paso de puro abatido por la vida. Engancha la ruedita izquierda de su mochila contra tu pie porque, claro, el pobre sabe que nadie se acuesta con él sino es por despecho. Así cualquiera anda mal por la vida. Como el tarado que llegó el otro día a la fiesta.
Tu pie choca contra la mochila y no hay tiempo para mucho, sientes el roce inevitable contra la punta de tu zapato y el tiempo ya no está más, sencillamente. A esto uno viene al colegio, a poner el pie firme, en el patio, en la sala, a hacer la zancadilla, a tirarle los útiles al más chico y al que te molesta.
El niño trastabilla y cae, haciéndole pronta compañía a su mochila. Es tan pequeño, con suerte debe saber leer. Te mira con cara de no entender nada. Seguro que, honestamente, no entiende nada. Piensas en detenerte, preguntarle si está bien, pedirle perdón. Piensas en el miedo a los desconocidos que va a tener y cómo el pobre no tiene culpa de nada. Pero te levantaste tarde, todavía tienes que correr a la pega, no dormiste bien, el Domingo en la tarde no te respondió el teléfono. Dejas de pensarlo, ahí está el niño indefenso. No lo piensas más, te das vuelta hacia él, te acomodas y pateas.
Y pateas.
Y pateas.

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