jueves, 25 de diciembre de 2008

Navidad y la Inutilidad de Las Cosas

Hasta hace bien poco, digamos unos cuatro o cinco años atrás, estaba bastante alejado de las tradiciones navideñas, de la algarabía y la celebración. Niño tímido, me daban vergüenza estas manifestaciones donde la gente parece dejar de lado el pudor y comprar ciertos accesorios platónicos de carácter, a mi juicio de entonces, bien dudosos. De los legados de crianza de mi padre está el desconfíar de las cosas muy masivas y pocas cosas más masivas en el mundo Occidental que la Navidad. No sería ya hasta que dejé atrás, al menos nominalmente, la adolescencia, que le he podido tomar el peso a las tradiciones, y la vuelta al concepto de la celebración.
Porque claro, la experiencia, los años de circo y los presentimientos que vienen de sentir cosas diferentes a cada vuelta de la vida me han hecho intuir y valorar el peso que tienen las ideas en nuestra concreta cotidianeidad. Aquello que creemos que es posible se vuelve posible y no existe nada que podamos palpar que no haya nacido como una abstracción, un ideal en la cabeza de alguien. O como la manifestación de un ideal haciendo intersección con nuestra realidad. Take your pick.
Así es como uno termina de convencerse y pasa de criticar a estas festividades por irrelevantes y comienza a amarlas por irrelevantes, precisamente. Habiéndome licenciado en el estudio de los libros y habiéndole decidido centrar mi vida en las ficciones, poca cara me habría de quedar para criticar a algo por su poca utilidad.

Y hoy, día de Navidad y tras haber celebrado ayer con mi familia, haber confeccionado un árbol de Pascua en papel maché (las manualidades llegaron a mi vida aún más tarde que la Navidad, supongo que lo próximo será la bicicleta), y habiendo despachado mis caserísimas tarjetas de Navidad virtuales, me desperté en la soledad de mi cubil y pensé que, si todo en este mundo tiene un orden, si todo funciona como un sistema caóticamente orquestado, quizás la única razón de ser de la raza humana sea el poder apreciar la belleza intrínseca a todo lo que es. La humanidad como ese chispazo de vanidad del universo. Pensé que existimos para crear y apreciar, en ese patrón tan parecido al desembarcar de las olas, los artilugios, tradiciones y eventos innecesarios que permiten que Alguien se de cuenta de lo Bello que es Todo Esto. Así inútilmente llenamos páginas, escribimos blogs, leemos blogs, componemos canciones y nos dejamos llevar por el torrente de gestos que están de más y que sólo están para apreciarlos en sí y con ello, quizás, atisbar eso que se intuye más allá, por el rabillo del ojo, cuando celebramos.

Eso pensé al despertarme, pero no por mucho rato. Tenía, después de todo, una bicicleta que regalar.

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