sábado, 21 de mayo de 2011

El día de la marcha.

O el día anterior al apocalípsis zombie. O al fin de los tiempos. La realidad explota exponencialmente alrededor nuestro, acercándose al punto de ebullición en que la historia como la conocemos quedará atomizada y vuelta una sola línea de frecuencia, como un pulso marcado demasiadas veces, como el punto que se repitió hasta volverse línea.

La gente sale a las calles a protestar por la belleza de paisajes que nunca ha visto, a marchar por un balance ecológico que no afectará sus vidas en lo más mínimo. Protestan contra una medida que probablemente hará sus vidas más fáciles, en al menos dos sentidos.

No deja de ser hermoso.

Lo que hay de fondo, intuyo, no es ni con mucho un afán ecologista o un interés real por la "belleza de nuestro territorio", para nada. Hay un grito desesperado, ahogado, perdido entre distorsiones electromagnéticas, encriptado entre mensajes breves y descargas binarias. El grito de seres humanos despojados de su humanidad y su capacidad de decisión, el grito de una clase que se conforma por todos aquellos que no tienen derecho a elegir nada de nada en esta vida.
Casi todos nosotros. Todos nosotros.

Cansados de no poder decidir nada, cansados de ver cómo unas figurillas de cartón toman decisiones por nosotros, sale la gente a marchar. Hoy por una central hidroeléctrica, mañana por cualquier otra cosa. ¿Y si marchamos para que los senadores no puedan re-elegirse perpetuamente con la trampa del cambio de dirección? ¿Y si salimos a protestar para sacar de una buena vez a esta tropa de atorrantes y ordinarios de nuestros Congreso y de la vida política?

No, más fácil es decir que no nos interesa la política, más fácil es apretar un botón que dice que esto me gusta que articular una respuesta coherente en la que te explico por qué me gusta.

Decir "soy apolítico" es otra forma de decir "soy un tarado de marca mayor". La economía del lenguaje en acción.

Del otro lado, las figuras del poder reprimen y se dan unas vueltas de carnero para adelante y para atrás. Dicen que las bombas lacrimógenas son abortivas, las prohiben. Días después dicen que han encargado estudios, que la cosa no es tal. Vuelven las bombas.

El estudio data de 1973. No deja de ser horrorosamente hermoso.
Sino es un chiste cruel de las autoridades represivas, es la voz viviente de una ciudad populada aún de fantasmas eléctricos, de esos que se quedaron penándonos en sus últimos estertores en la era en que todavía no podían plasmarse en correos electrónicos y fotos de celular. Toda esa corriente chamuscando la piel del cuerpo nacional, todos esos recuerdos olvidado, a algún lado tenían que ir, a algún lado se fueron.

Y hoy la gente salió a marchar. No queremos más electricidad. Quizás lo que este país se merece es un apagón total. Quizás así nuestras noches se vean iluminados por los espectros aquellos. Es cosa de ver quienes promueven esta Central nomás. A alguien le conviene que las noches estén iluminadas, alguien no quiere ver esos fantasmas.

Mientras tanto, Alguien se está robando Algo. Y aquellos que toman las decisiones siguen siendo los mismos, o sus primos. Y la gente sale a marchar. De a poco, afuera, sin botones cobardes ni gestos virtuales. La revolución será transmitida como un stream simultáneo desde las cámaras de todos, pero será sin emoticons.


Y sí, a mi me gusta esto.

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