sábado, 14 de mayo de 2011

Noches Copiapinas.

Las Noches Copiapinas tienen una atadura especial para mí. De niño, cuando vacacionábamos en el Norte Grande, Copiapó era el punto medio, el último destino en que se podía descansar: dividíamos la travesía en dos días porque papá no gustaba de manejar de noche y mamá no gustaba de manejar en carretera. Saldríamos a eso de las 4 o 5 de la mañana de Santiago y a veces conseguíamos un almuerzo tardío en la capital de la III Región. Nos quedábamos en una hostería en la salida Norte, cuya piscina, aún en los años en que no me gustaba para nada nadar, marcaba el comienzo oficial de las vacaciones familiares.

Miento, por supuesto. El comienzo oficial de las vacaciones familiares lo marcaban los sandwiches preparados por mamá la noche anterior, acompañados del café en termo. Comida en movimiento y bebida en termo, dos cosas en las que mi familia sólo incurría durante el viaje de vacaciones.

La hostería seguía ahí años después cuando con Kay vacacionábamos, comprometidos para casarnos, con su familia. Las hizo de campamento base en nuestras excursiones al interior de la región, los bellos y marcianos pasajes de Laguna Verde y alrededores. Fue la última vez que vacacionamos juntos.

La hostería sigue ahí, pasé por ella el otro día en mi camino a uno de los colegios de la zona.


Trabajo acá en las semanas y mi mente apenas se escapa a los lugares de siempre. Los fines de semana voy a Santiago y mi mente colapsa, se tira sobre la cama a dormir, se dedica a visitar a todos los que puede visitar mientras yo estoy ahí, realmente ahí, mi trajepersonalidad de trabajo tumbado en la lavadora del edificio.

Las noches de semana a veces salgo. Trato de no hacerlo mucho porque estoy lo suficientemente viejo para no querer salir si no es con vuelta al amanecer. Hay algo de las noches interrumpidas que me parece profundamente decepcionante, como si no tuviera sentido salir de la rutina para salir a medias. Como si fuera una pérdida de(l) tiempo en potencia. Cuando salgo las noches de semana, con mi trajepersonalidad seguramente escondido bajo mis ropas de civil, me muevo por el centro, no pienso mucho, la memoria contenida en una caja china dentro de otra caja china dentro de otra caja china.

A veces, como hoy, me quedo los fines de semana. Lejos de cargar mis ánimos de fiesta y lanzarme libre de responsabilidad alguna a recorrer todo lo que este pueblo tenga que ofrecerme, me hallo, independiente de mi grado de cansancio laboral, caminando lento por las noches, mirando las estrellas. Inevitablemente, me siento de vacaciones. Me llenan los trazos de esas sensaciones de soledad, de querer estar solo para no estar con mis papás, de querer estar solo, sólo mirando el cielo, tan distinto de mi esquizofrénica ciudad de origen. La reclusión más dulce a espacio abierto.

Mañana continuamos el viaje.

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