sábado, 10 de septiembre de 2011

Espectrales Dimensionales.

Agosto es, estadísticamente, de los meses menos activos en este humilde espacio. Quizás la batalla para pasar el mes sea mucha. Alphonse Mucha.  Sí, es la hora de la asociación libre.

Hace unos días caminaba por Copiapó, a horarios poco usuales, moviéndome de escuela a escuela. Corté camino por  un callejón que terminaba en un pasaje flanqueado por un terreno baldío y cercado, propiedad de una empresa de aguas y una casucha hecha de maderas apiladas, como si Giger hubiera tenido que diseñar una nave espacial con cajones fruteros.

Avanzaba apurado, escuchando música. Me salió al paso el dueño de la casa, invitándome con un gesto no muy distinto al de los gatos japoneses. Me saqué los audífonos y escuché su grito:

- ¡Profesor!

Intrigado, acostumbrado al apelativo por cualquier razón menos la correcta, me acerqué.

- ¡Profesor! ¿No me había reconocido?

Sus ojos tenían un brillo de ese que confunde las lágrimas incipientes, el alcohol excedente y alguna otra combinación sustantivo-adjetivo que termine en ente.

Le dije que no, que no lo había reconocido, pero que obvio que ahora sí que lo veía.

- ¿Qué está haciendo profesor? ¿Va muy apurado?

El hombre estaba emocionadísimo, como si no nos viéramos hace años de años. Me preguntó por mi vida una y otra vez; y, en medio de su furor, comenzó a hablarme en italiano. En auténtico y, a simple vista, gramaticalmente correcto italiano.

La cosa habría quedado ahí nomás, si en medio de su champurreo etrusco no me hubiera llamado "Leonardo". Así, sin ni un miramiento. Justo en el blanco. Me debo haber quedado muy paralizado, porque aprovechó de tomarme la mano con dos y darme un beso en ella, como si no sólo fuera Leonardo sino algún duque, o quizás aquél Leonardo. Me invitó a tomar el té, pero le dije (ay) que estaba apurado y que tenía que irme, cosa que era cierta por lo demás.

Me costó seguir caminando.


Me acordé de las víctimas de los Weeping Angels del Doctor Who, que vuelven al pasado a vivir una vida que alimenta a sus depredadores. Me lo imaginé al viejo como alguno de los niños de la escuela que acababa de dejar. Pensé en los ebrios que reconocen rostros perdidos en desconocidos y pensé que quizás así como él me había tenido a mí, alguien más sería confundido por mi padre.
El encuentro desafía todas estas proposiciones, vibra, culebreando por entre la realidad, escapando la definición de la mera coincidencia.

Porque no hay realmente tal cosa.


Por estos días, me gustaría que mi serie terminara con esta canción en los créditos finales. En esta, mi serie, uso afro y pantalones pata de elefante y escondo mi magnum .45 en el afro. Tengo un sidekick japonés que se sabe todas las artes marciales de la Tierra y manejamos un cadillac convertible verde petróleo (i.e. el verde que a veces veo negro). El auto se llama The Lego Executor y deja una estela roja  a su paso, mientras suena:


No hay comentarios: