domingo, 21 de junio de 2009

Desde La Fiebre, El Gusto por las Crisis

Había estado un poco averiado durante la semana. Toses ocasionales, estornudos más frecuentes, un poco de debilidad y agotamiento. Mis actuales requerimientos de trabajo hacen difícil diagnosticar hasta qué punto el agotamiento es producto de mi sedentarismo extremo y hasta qué punto es producto de algo más (cue: Camilo Sesto). Ayer guardé un trabajado reposo, en tanto tenía que envíar la corrección de un libro de texto. El reposo fue interrumpido, com ha de ser, para ir a casa de mis padres a ver el partido del León y, tenía yo la esperanza, de apersonarme en el cumpleaños de Dani.
Ni bien llegué al que solía ser mi hogar, me dió un calorcito especial. De ese que es irradiado desde adentro, y que no se debía al reencuentro con mis progenitores ni a la temprana victoria de e'león. Me tomé la temperatura y ahí estaban los treinta y ocho grados, desligándome de la realidad, alterando mis percepciones. Al punto que ni aún en los pasajes más terribles del partido dudé de nuestra clasificación a semifinales. Al punto que mi padre se desesperaba ante la inminencia de un nuevo gol de los audinos y yo lo veía pasar como quién ve caer las hojas rojas en un día gris.
Pero la cosa empeoró y mi cuerpo me pegó un par de patadas para asegurarse de que no fuera al cumpleaños de Dani y resecó todas mis reservas energéticas (las de líquido también). La fiebre subió y bajó y volvió a subir y yo me fui a casa, a tumbarme hasta el otro día.

AL OTRO DÍA...

Al otro día vino lo peor. Desperté hoy con una sensación de desconexión, como si mi cuerpo estuviere allá abajo y mi mente/alma/perspectiva  acá arriba, lejos. Desperté cubierto en un profundo existencialismo, pensando en la inutilidad de la vida humana, las construcciones culturales y creyendo que no había sentido alguno en las cosas que valieran la pena. Antes de despertarme del todo bien, mi cabeza me había hecho, entre sueños y despertar, un par de simulacros de la experiencia de morir. Es cosa de inyectarse insulina e irse a dormir, pensaba...

Cuando ya estaba bien despierto intenté hacer un poco más por la vida y continuar mi documentación de las postulaciones a becas varias, pero descubrí que mis emociones estaban demasiado alteradas para hacer algo tan vital sin  caer en estados de euforia, desesperación y nerviosismo intensos. Así es que, mejor que no, me dije.

Y ahí fue cuando recordé El Gusto por las Crisis.
Que es un concepto que no guarda mucha relación con el estado actual de nuestro periodismo, como podría pensarse. Se relaciona más bien con una conversación que tuve con una amiga que está un poco acomplejada por la inminencia de su cumpleaños. Sí, ya tengo amigas de esas. Tengo, en mi último censo, dos nomás eso sí. Una cumple 29 en Noviembre y la otra, la del dilema en cuestión 27, bien luego.
Le sugerí, para su eventual crisis, lo mismo que le sugiero a todo el mundo, y que es usar la crisis como excusa para hacer algo que siempre haya tenido ganas de hacer, pero que se haya visto limitado por circunstancias diversas. Desde aquél corte radical de pelo hasta la admisión a un círculo hermético de nigromantes, las crisis etarias son el subterfugio ideal para hacer algo sin que los demás se metan en la propia vida. Así, los actos más incomprensibles adquieren justificación social. No es que uno la necesite, la verdad. Pero estamos en Chile. No lo olvide.

Así es que hoy, día de la temperatura interior elevada, los ánimos descalibrados y los pensamientos sin mucho sentido, me lo tomo libre para explorar mis alteradas percepciones. Decir lo que se me antoje y pensar lo que se me dé la gana sobre la vida, el cuerpo y la intrincada relación entre ambos, que hoy no se ve Nada de intrincada le diré.

Total, tengo fiebre.

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