miércoles, 14 de abril de 2010

En el último día

conocí a mi vecino de al lado, al que jamás había siquiera intuido en un ruido de platos o una canción tras la puerta. Me miró asustadizo, como si fuera una criatura mítica o algo que no se supone debiera ser visto, y  se movió hacia el ascensor a paso de comienzo de fuga.


En el último día, saqué todas las cosas y una vez hecho esto volví. Aestar solo, a despedirme. Hice un pequeño repaso de todas las cosas todas, desde el momento en que crucé el umbral y por cada uno de los rincones, ventanales, muros y pisos varios. Afuera, al frente, más allá de esas palmeras que se sacudieron con el terremoto, alguien ponía un disco de Ceratti en vivo, bien bien fuerte. Fuerte como de previa.


En el último día me perdí del fútbol por cerrar mi antiguo hogar. En cuanto salí de este me llamó JM desde cada de Cornejo. "Todo tremendo, el León va ganó 3-0"(sic). Y yo me fui pensando si acaso me habría equivocado en el horario del partido o habría escuchado mal o todas las anteriores. Pensé por dos segundos en ir a la casa aquella, a sumarme al inevitable torneo de Winning Eleven que probablemente siga incluso a estas horas. Como tal, me lo pensé dos veces en esos dos segundos y así, con una velocidad de procesamiento de una idea por segundo, opté por venirme a mi nuevo hogar.


En el último día había una obra de teatro en función para escolares en la plaza. Como cuando teníamos quince e ir al teatro de la Católica las hacía de evento en nuestra precaria vida social. Los pubs de la plaza estaban lejos de su capacidad media siquiera, vacías las mesas donde nos sentamos. El acomodador de autos no era ninguno de los conocidos. La calle estaba en ese extraño limbo en el que no hay ni mucha ni poca gente, lo que vuelve a esos pocos transeúntes efectivamente invisibles.


En el último día, Dios vio que todo era bueno. Y se dispuso a deshacerlo. Ya vendría otro primer día y qué mejor que tener la hoja en blanco, para poder tirar de nuevo esa línea que separara las aguas de arriba de las de abajo. Apocatástasis antes que Apocalipsis, siempre.


En el último día, cuando todo estaba desocupado, las luces apagadas y comenzaba a cerrar la puerta, me devolví. Prendí la luz por última vez y tomé el lápiz que había pensado dejar ahí, abandonado a la suerte de la próxima arrendataria, que no enseña lenguaje sino matemáticas. Busqué un lugar poco notorio, pero visible, reconocible, un lugar donde dejé escritas cuatro letras y siete números.



Pero esa es otra historia.





Afuera, ya no hay plaza, pero Vespucio ruge como un mar de siete pistas verdes. Adentro, hace sueño, es tarde, pero no tan tarde como para no irnos con una de los Velvet Underground. Esto es After Hours y usted acaba de leer "En el último día" en LV55, el blog que hoy cerró una puerta.

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