domingo, 18 de abril de 2010

Llegando

Ayer el día lo empecé llegando a una capacitación para un proceso de corrección.
Mi llegada fue bien parecida a ese momento en El Imperio Contraataca en el que Han Solo et al llegan al desayuno con Lando (Gánese un desayuno con Lando Calrissian, el Don Juan estelar por excelencia, se llamaba el concurso) y se encuentran cara a car con Darth Vader.

Ayer, en mi capacitación estaban Darth Vader y el Emperador.


El día anterior, cuando el shuffle pasó por Carry That Weight de Os Beatles, como se les conoce en Portugal, no la cambié, sino que me quedé un rato. Es cortita y pensé en escucharla de nuevo. Pero no, mejor que no. Aún así, me quedó resonando. Lo suficiente para que la tarareara en mi encuentro con las figuras imperiales. Tantas peleas, tantos disgustos. Ahora se veían más pequeños, por el tiempo. Pero aún así. Gatos y Perros. La piel se eriza y la mirada se vuelve despectiva por instinto. Conscientemente, todo bien. Somos seres civilizados, después de todo.

Ayer llegué y también había una plétora de personas muy queridas. Me acordé de lo bueno que es trabajar con gente que se ríe todo el rato y lo eché un poco de menos. La sintonía en el humor es una de las piedras fundacionales de cualquier proyecto en este universo. Fue bueno ver a todos los que estaban en el lado más claro de la Fuerza.

Juntos llegamos a comer peruano. Y fue grato, y fue rico, y fue delicioso, y fue con ánimos de siesta posterior. Así de grato y así de rico y así de delicioso. Entremedio se nos sumó otra ilustre prócer, a quién no veía hace tiempo. Todo perfecto.

Después llegué a casa. Me esperaba un desastre total, dos maestros (gémelos. Sí, de los igualitos) escuchando death metal, reparando daños menores de El Evento aquél. No pude dormir mi siesta como quise, pero bueno...so it goes, decía el bueno de Vonnegut.

La dormí después. Después descubrí que, como vengo recién llegando, no tengo idea de dónde comprar cosas por acá...algo me ubico, pero ciertamente I'm not in Plaza Ñuñoa anymore...lo que es raro.

//Interludio: Mi pieza actual se parece no poco a la pieza de alojados de la casa de Gonzo. Esa pieza tiene muchas historias, pero la del día de hoy data del año 2000, a fines de Noviembre. Diez años a la fecha casi, estaba aún en el sopor de la depresión profunda. Había recién dejado de tomar pastillas, por decisión propia, pero aún no tenía mucho sentido de la vida misma. Afuera, el mundo real se movía en colores brillantes y sonrisas y gente con vida. Adentro no había mucho de eso, la verdad, y me sentía así, mirando desde afuera. Sólo que desde el interior.
En esa pieza, esa noche, cuando ya Gonzo se había ido a acostar y era tarde y estuve solo, tomé De que hablamos cuando hablamos de amor, de Carver. Antes del amanecer me lo había terminado.

No, mentira, me quedaba un cuento. Pero lo terminé antes de decirle al mundo que había despertado.


Esa noche me di cuenta que no había leído un libro en meses. Y eso está mal siempre, muy mal. Mi cuenta que era porque no podía, y eso me consoló un poco. Me di cuenta que, obviamente, ahora Sí podía. Las cosas estaban cambiando.//


La noche es otra historia. En la noche salí y di no pocas vueltas. Llegué a un par de lugares, nuevos y conocidos por igual. Conocí gente, fui cuestionado por gente que apenas conocía y me reencontré con otros de esos que no veía hace tiempo, de esos que saben con mirar y sin cuestionar, de esos que quieren sin entender.

Al llegar a casa, el edificio estaba en penumbra total. Era rarísimo porque había luz en todos lados. Sólo al entrar al edificio pude ver que hacia los otros puntos cardinales estaba la oscuridad viva. Diez pisos en profundo negro me esperaban. Al principio intenté usar mi celular como linterna, pero no me tomó ni dos pisos darme cuenta de que hacía no tenía gracia alguna. Y empecé a subir, con los ojos bien abiertos a ratos, bien cerrados también. Total, daba lo mismo.
Subí lento, escuchando mi respiración y el silencio total fuera de ella. Alguno que otro crepitar de madera nomás.
Subí lento, pensando en donde está aquello que nos espanta de las películas de terror.
Subí lento, pensando en que si prendía mi celular me encontraría con un zombie o un alien o algo.
Subí lento, pensando en que si prendía mi celular me vería a mi mismo, peldaños más abajo, sacando el celular para iluminar el camino...

Cuando llegué arriba no estaba cansado ni nada. Bueno y sano, porque no había tomado nada de nada, sin sueño, porque caminar en la oscuridad total te despierta de esa forma.

Llegué a casa y desde el living se apreciaba que el apagón tampoco era para tanto. Lamentablemente, no iba a poder seguir escribiendo.

Llegué a mi pieza y como no pude encontrar mi pijama, me puse una polera blanca con rayas verdes. Y me dispuse a dormir.

Hoy los maestros volvieron, me despertaron con el timbre, pusieron el "Wish you were here" mi disco más favorito de Pink Floyd. Despierto, hice mi mejor intento por empezar a ver Doctor Who. Cuando una serie ha durado treinta años es difícil saber por dónde empezar. Pero empecé por la temporada nueva, con un doctor nuevo. Me han gustado los dos capítulos que ví. El tercero será el definitivo.

La segunda parte de mi novela me pide tiempo. A gritos. REorganizo mi semana y mis días, en esta pieza que se parece tanto a otra pieza, en otra casa, donde alguna vez me di el tiempo para reorganizar mi vida leyendo un libro, en torno a eso. Ya llegaré a eso. Las cosas están cambiando, pero siempre lo están; como me gusta pensar que el mismo Vonnegut diría.


So it goes.

Cualquiera de las canciones que me rondan a esta hora de la mañana (The Rembrandts con Someone, por ejemplo) serían una tortura para usted, mi querido lector. Así es que no hay canción en este post.
Hoy no, quizás mañana sí.


Lo que sí puede hacer es buscar el Wish you Were Here y escucharlo enterito. Esas primeras cuatro partes de Shine On You Crazy Diamond siguen siendo tan buenas ahora como hace 35 años.

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