domingo, 16 de mayo de 2010

Pero aún así...

...mis abuelos son adorables. Y verlos juntos, ya mimetizados el uno con el otro en sus vestimentas a estas alturas, como si fueran pololos primerizos, siempre es enternecedor y chistoso. Verlos pelear más por la rutina de pelear que por otra cosa, como un sketch de Benny Hill, pero más lento, como si la banda sonora de sus vidas fuera el tema de Taxideral de los Silver Hawks. Un vaudeville lento en el que en algún momento se fue la vida, pero que ahora es la vida.

Porque mi abuelo estaba de cumpleaños y de entrada me dice que ya no cumple años. No en ese sentido, sino al revés, me clarifica. Mi mente de demasiado Sci-Fi en este fin de semana me dice que mi abuelo espera rejuvenecerse año tras año, pero en dos segundos advierto que con "al revés" quiere decir en cuenta regresiva. Le hago cariño, me sonríe y yo me sonrío. Es bueno asumirse.

Porque mi abuela está un poco en las mismas, tan acompasaditos que los han de ver. Más de enfermedad que de edad, cada vez tiene menos chispazos de la mujer que hacía mil doscientas cosas por hora, el rasgo familiar que viene de ese lado, ciertamente. Y espera nomás. Los dos esperan.

Entonces llego yo, horas después del acontecimiento principal, queriendo decir hola y sentarme un rato en la cocina de ellos, que tan poco ha cambiado desde el 66, dicen. Ciertamente, tostadoras más microondas menos, es la misma cocina donde yo jugaba a imaginar cosas, donde paraba entre el colegio y mi casa cuando quería comer rico o simplemente eludir las nefastas betarragas de mi propio hogar. La luz es la misma y el tiempo se detiene ahí. El terremoto apenas consiguió doblar una hoja del papel mural que está en un rincón imposible y que a nadie le interesa. Como si la cocina misma estuviera diciendo que es hora de dar vuelta la página.

Y como si todos nos preparáramos un poco para eso.


Es bueno asumirse.