jueves, 13 de mayo de 2010

Una fábula urbana

Cercano al mediodía, cierta parte de mi día laboral estuvo terminada. Hora de partir a casa, hacer algunas maniobras varias y de ahí emprender el rumbo hacia mejores pastos. Era la hora de tomar el transporte público, lo que implicaba recargar mi desmejorada tarjeta BIP!

Entonces el dilema.

La boletería estaba vacía. De lejos se intuían los tres caminos posibles. Una muchacha moderadamente guapa de expresión moderadamente enojada; una muchacha moderadamente fa de expresión moderadamente feliz; y una viejita.

La paradoja de la elección, de nuevo, casi.

Un poco cansado para discriminar entre la pinta y la actitud (por lo general elijo actitud, hay que recompensar a la gente que sonríe, siempre), una extraña idea empezó a gestarse. Un estúpido sentimiento de discriminación positiva, atentado contra toda lógica y sentido pragmático, hizo que eligiera, obviamente, a la viejita.

La veterana se movía en la órbita de Urano. Y yo la miraba y la miraba. Puso mi vetusta tarjeta en el lector.

Pasó un rato.


La sacó.


- No carga. Está mala.

Aquí mi camino se bifurcaba...exigir mi derecho a una atención adecuada, dejar a la abuela ser nomás o enfrascarme en una probablemente dolorosa y larga explicación en la que yo terminaría poco menos que cargando la tarjeta yo mismo. La señora, de ritmo demoledoramente cansino, amenazaba con ser una bandera trampa temporal, dijera lo que dijera iba a pasar media hora con ella. Lo mejor sería, entonces, hacerlo con la mejor de las sonrisas y una actitud paciente.
En eso, la venerable hace el amago de cargar la tarjeta una vez más. Amago es la palabra operativa.

- No, no. Está mal.

Y me pareció detectar en su voz un leve trazo, apenas la sombra de una pátina de ese descaro que caracteriza a las viejas de barrio. Las "señoras" que les dicen ahora en facebook. Lo que me sacó de mi estado de relajo, de individuo que va camino a casa, a mejores pastos, que se dispone a tener un día más feliz.

A todo esto, corresponde que mencione, un poco tarde en mi relato, que le había pasado un billete de cinco, el que la anciana sostuvo en su mano a lo largo de todo el proceso. Desde el momento en que usted empezó a leer hasta acá han transcurrido dos minutos y medio en que ella ha mantenido el billete en alto, estiradísimo. Enfrentado con su tonito de voz, puse cara de "esta es la mía".

- Voy a querer un boleto entonces. Sí, con ese billete nomás, no se preocupe.

Pero, se sabe que más sabe la boletera del metro por vieja que por diabla. La escena se transformó brevemente en un juego de estrategia no tan distinto al funesto ajedrez de la medio-mediocre Alicia de Tim Burton (detalles en otro post). Y el vejestorio contraatacó.

Sin decir nada. Tan sólo pasándome el vuelto.

Lentamente.

En monedas.

En monedas bien chicas.


Una

a

una.


Me sonreí nomás, sabiéndome derrotado. Recordé el viejo concepto de la Cajanciana y me di cuenta que, a veces, uno es víctima de sus propios conceptos.

¿La moraleja de la historia? HUYA de las viejas en las colas. O detrás de un cajero.

O: Los nenes con las nenas, las viejas con los viejos.

BREVES

[El Autor] tiene pegada una versión Muy Parecida a esta del Mambo No. 5

¿Cómo se le pegó? La culpa, para variar, la tiene Darín. Remítase a este link. Remítase al minuto 7:07 y se le aclarará todo. Lo que no se le aclare, consúltelo sin dudas.

Usted me consigue ESA versión y yo le consigo un mundo entero. O mi gratitud eterna.

El Guardian elige los mejores jardines británicos, por si usted está en el viejo continente o quiere cruzar el océano conmigo alguna vez. Los lectores del Guardian parecen más preocupados por el asunto de límites y cómo es que se les ocurre meter a Irlanda al Reino Unido. En todas partes se cuecen habas, niños. Y en Irlanda se cuecen papas. Muchas papas.


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