jueves, 6 de enero de 2011

Hackeando a Huck.

Así es que, en un acto de corrección política o de protección al menor o de pacatería pura, NewSouth Books ha decidido publicar una edición de Huckleberry Finn donde la palabra "nigger" ha sido reemplazada por "esclavo" u otra similar. "Nigger", término de lo más común 125 años atrás cuando Twain escribió el libro, ha sido asociado en el curso de este siglo y cuarto con el racismo, el trato denigrante hacia los Afroamericanos y en general un feo recuerdo de la esclavitud. Si un blanco o latino o cualquier persona que no sea de ascendencia Afroamericano usa la palabra es mirado en menos, deprecado y, si se haya cerca de una pandilla negra, se hace acreedor de un cuchillazo al instante. Se habla de "the N-word" y genera tensiones por doquier. Sin ir más lejos, durante este semestre, mientras discutíamos un texto que usaba la palabra una y otra vez, se produjeron tensiones bien desagradable en mi clase de Class Fictions, y eso que la usábamos entre comillas y algodones. Es, ciertamente, un tema lejos de ser menor. 

Ciento cincuenta años atrás, Twain, antiracista y dedicado activista en estos temas, usaba la palabra a destajo, porque no tenía dicha tensión aún y aún así la usaba para demostrar la ignorancia de algunos de sus personajes. Hoy, la editorial argumenta que su edición hará más fácil discutir el texto, una novela fundamental en el canon norteamericano, y generará menos polémica en las salas de clases.

Lo que nos lleva a un conflicto clave en nuestros tiempos - El valor de lo desagradable.
La sociedad post-postmoderna cultiva la opción como relación fundamental. Siguiendo el modelo capitalista, el algortimo es sencillo: si no le gusta, no lo vea; si no le gusta, ignórelo; si no le gusta, búsquese algo que le guste y si no lo hay, procure hacerse escuchar que seguro alguien le proveerá con lo que busca. El conflicto y la polémica son relegados a la desprestigiada arena de lo político o a los conflictos culturales "menores" como el deporte o la televisión basura. El imperativo es que las cosas tienen que gustar. Facebook, la plataforma sociovirtual más grande del mundo se niega acérrima a incorporar un botón de "no me gusta", a sabiendas que el día que eso suceda será el principio del fin de su reinado. Disentir y discernir parecen ser cosas del pasado, de otras generaciones. 
Con esto lo que se pierde es el valor del choque con lo distinto, con aquello que nos recuerda nuestros límites y nos pone en situaciones difíciles, que nos hace pensar y expande nuestras mentes. El triunfo del pop meloso, de las comedias románticas en serie, las películas de acción idénticas y la marcha interminable de secuelas y remakes son una muestra de lo malcriadas que están siendo las audiencias actuales, que prefieren salir tal y como entraron a la sala de cine en vez de llevarse una experiencia nueva, aunque sea incómoda. A nivel de distribución masiva, Black Swan de Aronofsky es un buen ejemplo contra la corriente. Pero no nos alejemos tanto del tema. 
Sucede que los problemas, las situaciones que no nos gustan y que muchas veces nos avergüenzan de nuestros pares, de nuestra condición humana y de nosotros mismos, no puede ser resueltos si no han sido confrontados. Esconder la cabeza en palabras suaves y esperar que las cosas se solucionen solas es un acto de cobardía que sólo beneficia a quienes ganan con el miedo colectivo. Es pasarle las llaves de la municipalidad a los que quieren poner botones de pánico, es decir "no pasa nada" a sabiendas de que sí pasa algo. Si hay algo en esta vida que es importante mirar de frente son las situaciones problemáticas. No es fácil, cuesta, viene en la definición de "problemático", pero es la única forma de desarticularlas. Es la única forma de mejorar y mejorarnos, quizás la gran característica positiva de la especie. 

Esconder una palabra por problemática no soluciona nada. Si la palabra es desagradable y molesta, es por algo, un autor sabe lo que está haciendo, por más que el contexto haya cambiado. Y de las muchas cosas que Huck Finn nos enseña es importante destacar las siguiente: los tiempos cambias, los contextos cambian. Nada puede ser tomado tan por obvio, y es bueno que así sea.

Una de las cosas que hace posible que una nueva edición de Huck Finn salga al mercado modificada así es que, dada su antigüedad, ya es parte del dominio público. Como tal usted, yo y el vecino podemos publicar nuestras propias versiones modificadas y venderlas como queramos. Huck Finn puede vivir en la aldea pitufo y cambiamos "nigger" por "pitufo" y listo. Seguro que a alguien ya le encargaron una versión con zombies. Esta es una de las bellezas de la libertad textual, pero se mantiene supeditada a un precepto base, a mi entender:


El texto, modificado, ya NO es Huckleberry Finn.


Es algo más, una versión distinta. Como hacer una película, o una versión ilustrada para niños o para adultos. El texto, del momento en que es intervenido y alejado de la mano de su autor, se vuelve algo más. Digámosle Huckleberry Finn Diet o Huckleberry Finn 2.0, da igual. Lo importante es tener claro que el texto original es el escrito por Mark Twain, publicado hace 126 años. Y sí, tiene la palabra "nigger" 219 veces. 

1 comentario:

Lute dijo...

Me acuerdo de haber mirado con un poco de lastima y escándalo un libro que se llamaba Politically Correct Bedtime Stories. Primero pensé que era una parodia, y luego el guardapolvo(?) decía que era en serio, y ahora leo que es una parodia. Pero la idea de corregir cosas del pasado para que se ajusten a los valores del presente nos obliga a poner el corregir ente comillas, y a asustarnos porque estámos cada vez más en 1984, aunque no nos demos cuenta siempre.

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