jueves, 16 de julio de 2009

IV.

THE DUST IS YOUR LIFE GOING ON.
I.
Habíamos hecho todo lo que podíamos hacer, nos habíamos permitido todo lo que se nos había ocurrido, en la medida que nos gustara. Hicimos, deshacimos, fuimos y dejamos de ser. A ella, curiosamente, no le gustaba la vizcosidad del sexo y lo trataba de mantener etereo, ascéptico... no me dejaba lamerla y mantenía las cosas en un estricto plano para mayores de 14, con una intimidad casi de tras bambalinas. Yo me dejaba, porque a veces me gusta así, inmaculado, y porque ella bien lo valía. Otras veces, no me parecía tanto. Otras veces para nada, encontrábamos alternativas.

Una mañana despertamos, conscientes de haber hecho todo lo que podíamos hacer y de haberlo disfrutado inmensamente. Nos miramos y tuvimos que enfrentar la disyuntiva de si acaso hacer de esto una función, matemática, perpetua y exponernos al desgaste, al paso del tiempo, a la eventual necesidad de reinventarnos y al fantasma del aburrimiento; o si, sencillamente, dejar de ser.
Sencillos que éramos no hicimos más. Prometimos, como es de rigor, mantenernos especiales y no caer en esa enfermedad que es la conversación de pasillo. Ordinarios, hoy por hoy ya ni hablamos. La alternativa es peor.


Esa última noche fuimos a la orilla del mar. Era de amanecer o atardecía, da lo mismo. En el cine le dicen "hora mágica". Por algo es así. Establecimos lo que queríamos uno y otro, el uno del otro y de los dos. Y no era lo mismo. Establecimos, pues, los términos del armisticio y el nuevo orden personal. Quizás había sido mi ímpetu, mis ganas de que fuéramos menos etereos y más vizcosos, más febriles y menos ascépticos.
Atardecía o amanecía, da lo mismo. El corte estaba hecho, y estos cortes son así, samurais. Un destello, una palabra, todo sigue igual y después, al rato después, dos mitades se separan. Nunca son las dos mitades originales, pero eso es tema para otro día.
Ahí, en el momento preciso del corte, sentí el empujón, el desdoble. Seguía ahí y yo me alejaba. Me veía y me ví, como ahora me veo, como un ciempiés en movimiento, la cola todavía no se daba por enterada del corte de cabeza. De a un instante a la vez. Quize gritarme, advertirme, decirme que frenara, pero fue inútil. Atardecía.

Esa fue la última vez que ahorre algo. Esta fue la última vez que me guardé algo. Si todo es un continuo, aquello que gastaste ayer te está dando réditos hoy. Y quedarse con algo es perder, siempre. Porque sí, a veces te guardas y te guardas, corres y corres, te corres esperando que venga la precisa, te agazapas hasta que pase la polvareda, listo para salir porque ahora sí que sí.

Y claro, la polvareda fue tu vida.
Y ya no va a volver.

II.
Después de tanto hacer ajustes, acomodar situaciones, y pactar todo lo que teníamos que pactar, llegamos al punto que vislumbramos, anticipamos, temimos y predecimos: la hora de partir. Sin grandes estruendos, sin resentimientos. Todo civilidad y civismo. Asumimos fácilmente el fracaso de una empresa que no tenía chances de llegar a buen puerto... porque lo importante, convenimos, era el trayecto.
Cerramos las puertas, guardamos las cosas, finiquitamos y volvimos a cero desde cien, descreando nuestra realidad con la misma facilidad con la que la armamos. Devolvimos los sabores, los colores, las intensidades, las escalas. Guardamos las expresiones en la memoria y las remitimos a ese espacio que se gasta tanto con el tiempo.

III.
De a puros encuentros. Chispazos, roces. De los malos y de los buenos. De los suaves y los horriblemente asperos. Estos últimos son los mejores, naturalmente. Vamos puliendo, construyendo algo que al parecer estaba ahí, siempre y lo descubrimos en perfecta ceguera, a los golpes. Una llamada, un gesto amable, una broma con su qué. Un encuentro fortuito y otro menos fortuito. Después una invitación gratuita, una noche en vela. Lo demás aún no es historia. Pero lo será, qué duda cabe. Te escribí este epitafio ahora, como quien envuelve un momento en papel de regalo, esperando que el tiempo deje de tener sentido.

1 comentario:

Lute dijo...

Si.

Esto es una confirmación y no una epifanía. El eco en reversa, sort of thing.