martes, 20 de octubre de 2009

Literarias - un interludio

Primera sesión del día: Yours Truly de pie frente a una asamblea de muchachas entre los 17 y 18 años leyendo por apróximadamente 40 minutos un cuento del señor Rodrigo Fresán. "Pruebas irrefutables de vida inteligente en otros planetas".  Lo elegí porque me gusta; porque es uno de los primeros (el primero en mi opinión, considerando que el anterior las hace de bookend) del libro que lo contiene; porque es una historia sobre una niña que cumple sus sueños, y claro, su audiencia primaria, al menos hoy, era una clase de niñas, suficientemente grandes para entender la dificultad que supone realizar tus sueños, pero aún lo suficientemente chicas para no haber renunciado a ellos.

Toda una experiencia, esta suerte de oratoria. Fue mi primera vez y lo disfruté inmensamente, el texto ganó en fuerza y ahí, frente a ese curso con esos ánimos de mañana de un año escolar que ya se despide, me encontré revalorando en mi imperceptbilemente quebrantada voz la belleza de ese final...


"Hilda se ríe como siempre, como cuando era chica.
Hilda se ríe sin hacer ruido y enseguida se pregunta qué será ese otro ruido nuevo y descubre que es ella, que ahora se está riendo a carcajadas nuevas y calientes.
Hilda se ríe y piensa sin creer en lo que está pensando- pruebas irrefutables de vida en otros planetas-, en que sí, ella es más linda.
Hilda es mucho mucho mucho más linda que el extraterrestre."

sigh...

No alcancé a llorar, ni a hacer mucho más que transparentar el color de mis ojos un poco, pero la belleza de esos finales felices en medio de tanta desgracia, de esa fealdad bella entre tanta lindura de plástico, de ese espíritu pírrico tan conformistamente propio de la clase media que sueña y sueña y que de pronto, por alguna vuelta de tuerca, por algún accidente de esos, termina encontrándose con su realización frente a frente, el que me movió bastante.

O quizás me estoy poniendo viejo.

O quizás me estoy dejando ser, nada más.

Encontrándome, hace años ya, con una amiga que tiene más o menos el mismo amor por la lectura que yo, me preguntó está con qué libros había llorado yo en mi vida, dándole tan por descontado que no requirió pregunta introductoria ni tuve aires de confesión importante. Era un hecho de la causa, nada más. Y yo me ví forzado a decirlo que no me había pasado nunca. Quizás porque no me lo había permitido, argumenté.
Dos semanas después, terminaba "El Napoléon de Notting Hill" en la soledad de la casa de Algarrobo, una vacación de invierno muy especial y glup, dejaba el libro al costado, con un nudo en la garganta, cinco páginas antes del final.

A veces viene así, otras veces es un vértigo, una vueltita que me fuerza a dejar el libro, detenerme o arriesgarme a perderme entre medio.... como con City, libro que termina para mí cuando Shatzy Shell sale de escena, haciendo de las siguientes veinte páginas una linda coda y poco más. Una muy linda coda, debo decir, pero a mí la señal de "¡Corte!" me la habían dado antes.

Y algunos son como un corte más violento, como la siguiente (nada como tener el libro para citar directamente).

"Quizá no le guste esta historia.
Quizá se aburra.
Quizás esa persona se quede dormida.
Quizá no me explique nada.
Quizá no haya nada que explicar.
Quizás apenas se limite a sonreírse ante la desprolija construcción del pasado de ese monstruo hermoso que es su padre y, apenas superado un breve y considerado silencio quebrado por un bostezo, mire a los costados con aire conspirativo para recién entonces - <>- atreverse a pedirme que le explique lo que más le importa, lo único que en realidad le interesa de todo esto, que le cuenta si alguien llegó a descubrir, de una buena vez por todas, quién había sido tan pero tan pero tan malo como para matar a todos esos corderos, ¿eh?"


Y claro, yo leía esa noche, batallando con un cuento que las pintaba para novella, que había sido tan lleno de humor (como todos los demás del libro), que me había hecho reír, pero que ya me estaba dando la lata, que me tenía deseando pasar luego al siguiente y hasta haciendo tambalear la permanencia del tomo en mis manos, mostrándole el precipio ese que termina en el empolvado librero que las hace de antesala al olvido. En eso estaba cuando empezó esa secuencia de "quizá"ses dándole un controlado descenso a la historia. Qué bonito, pensé, qué bueno que se está terminando. Era tarde y ya no iba a seguir leyendo, pero al menos despertaría a una nueva historia, sintiéndome satisfecho con el final de esta, la anterior.

Y luego

"quién había sido tan pero tan pero tan malo como para matar a todos esos corderos, ¿eh?"

Y ahí entendí como es que, en las películas japonesas, los samurais van corriendo, se entrecruzan en un choque apenas perceptbile, y siguen como si nada por un par de segundos antes de que uno de los dos de evidencias del profundo corte que la espada del otro ha hecho sobre él, venciéndolo.

A mi corazón le pasó algo parecido con esa frase y cerré los ojos y los abrí con lágrimas, emocionado de haber vivido para leer un final tan bueno de una historia que destestaba y que habría olvidado más temprano que tarde de no ser por esa frase. Agradecido, también, de estar ante un libro que, lejos de disiparse se volvía más y más bueno.


Al punto de ser el más mejor.

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