domingo, 22 de abril de 2007

Tercer Acto - Un lugar en el Mundo

Hace ya siete meses que llegué a este país más o menos como quien es abducido al planeta Trafamaldore: suspendido en el tiempo y en el espacio, confundido, atolondrado, aturdido de tanta novedad, intentando apagar más incendios que el Bombero Ibañez en Avellaneda...Ahora miro el rincón inferior derecho de mi pantalla y sorpresivamente es más fácil sumar que restar: me van quedando menos de 5 meses acá y sentir un toque de Vértigo es inevitable.

Me demoré en escribir este post introductorio no sólo porque he estado medianamente sumergido en un mar de papeles: impuestos, visados, la más reciente marea de fotocopias académicas, las listas de mis alumnos,etc; sino también porque me ha costado encontrar el afinamiento preciso para este post. Como botón de muestra le diré que lo he reescrito al menos tres veces con formas radicalmente diferentes. Una de ellas se volvió una carta a mi novia: tras escribir cuatro largos párrafos me dí cuenta de que quería contarle algo solamente a ella y no a toda la galla'á qué pasa por acá (con TODO el cariño que le tengo a mi respetable). Otra terminó (de forma sino de fondo) siendo el post que está más abajo. Y así sucesivamente.


Schenectady es una ciudad pequeña. Mis santiaguinos ojos la miran y le dicen "pueblo". No es un pueblo, en honor a la verdad. Pero sí es un rincón pérdido. En el tiempo, dónde más. No es difícil encontrar referencias a Schenectady en la literatura norteamericana. Están ahí, todas fechadas antes de 1970. Como la arquitectura ahora, casi cuarenta años después. Me considero afortunado de haber llegado acá, de todos los lugares posibles. Creo, sinceramente, que Nueva York me hubiera hecho pedazos. Me habría acelerado en el tiempo, vuelto frívolo en exceso, egocéntrico más allá de mis records históricos personales, competitivo, desdeñoso. Lo sé, porque esas son las cualidades que están ahí en mi psiquis, siempre a la vuelta de la esquina. Afortunadamente, sólo vivo en el Estado de Nueva York, en una ciudad donde el tiempo está atorado como en los relojes con pocas pilas. La ciudad misma tiene pocas pilas y puede ser un templo de la depresión con los ojos adecuados. No con los míos. No ahora, en primavera. El invierno es otra cosa. El invierno te enrostra, durante sus noches eternas y sus días diminutos, todo aquello que no quieres ver. Cuando hace tanto frío y no se puede salir a ningún lado, cuesta no pensar que te vas a quedar por siempre ahí, por siempre de noche, por siempre sin ganas de salir de la cama.

Pero un día se va. Al principio va y vuelve. Como la marea en retroceso, hasta que un día todo se ve más claro. Afuera las chicas toman sol, los chicos juegan voleyball, futbol americano, mucho baseball y demasiado frisbee. Hora de seguir adelante: buena parte de mis amigos/conocidos egresan este año, las sesiones de laboratorio empiezan a tener un tris de atardecer (en los ejemplos, en las preguntas, en los e-mails y los comentarios al pasar en AIM o messenger). Los que no, están en papeleos para inscribir su tesis. Me acuerdo de que yo mismo tengo que volver a algo similar, de forma incierta, de ramos convalidados y con más de algún dolor de cabeza burocrático por venir. Acepto apuestas.



Hoy por hoy pongo las cosas en perspectiva. Existe, al final del día, un estándar para entender que cosas vale la pena perseguir. Tener paz de mente, no rehuir los sentimientos, comprender a cabalidad de qué se trata eso de las opciones. La vida es, esencialmente, la misma acá o allá. Siempre es acá. Acá en Estados Unidos, acá en Ñuñoa. Tiradores en las escuelas de más, hacinamiento en los buses de menos, el tiempo siempre es demasiado corto para gastarlo en quejarse y no hacer algo al respecto. Siempre se puede hacer algo al respecto.


Mi moleskine está empezando a llenarse de cuentos que llegan hasta los 2/3 cuando Alguien me pidió que le ayudara a traducir x cosa o a Alguien se le ocurrió que mejor cambiar la reunión de esta semana para ayer. No me atormenta mayormente, aunque sí, por respeto a las ideas, me interesa volver y terminar, al menos como primer borrador, todo aquello que está inconcluso. La pila de libros y por devolver está empezando ligeramente a ganarle a la pila de libros a mitad de camino. A duras penas. Y claro, sin contar "Jonathan Strange & Mr. Norrell" que lo leo solamente cuando viajo; pero, es un comienzo.



Un libro que sólo se lee en viajes, un blog que vive prometiendo notas que no cumple, un trimestre de primavera que huele a atardecer, una ciudad con la que el tiempo se enojó, negándose a pasar por décadas de modernización. No son ni la mitad de las cosas con las que lidio día a día. Ni siquiera son las más importantes, pero son buenas instantaneas. Pantallazos de mi vida acá, ahora que la novedad está lejos y la desilusión y el frío están cada vez más atrás. Tercer Acto (de Cuatro) y allá voy de nuevo: viviendo más calmado, parando a mirar la primavera que florece, sintiéndome un poco de vacaciones en el Sur, de tanto pino, buscando siquiera el fantasma de un Cerezo en flor.

Pero acá no hay Cerezos en Abril. No habrá Fresias en Mayo, me imagino. Es, mal que mal, Schenectady. Quizás el mejor lugar en el mundo para hacer un alto en el camino. Sino el mejor, al menos es mi lugar en el mundo.


Y este, mi querido lector, es el comienzo del Tercer Acto de este viaje.

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