viernes, 10 de noviembre de 2006

Y así, un Domingo cualquiera....

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Murió Pinochet.
Quién escribe siente una extraña sensación recorriéndole el cuerpo. Sentimientos encontrados, que le dicen. Hace una semana dejé a medio escribir un post que se títulaba "¡Pinochet, no te mueras! (hasta que yo llegue)". No me quería perder el suceso. La algarabía, la pena de algunos, ver a los que ahora mismo se están haciendo los que nada les importa de puro shockeados nomás, y esa sensación que me recorre a mí ahora y que supongo es de esas cosas que me llegan por la osmosis histórica de mis 25 años en suelo chileno: el alivio.
Dentro de la limpieza radioactiva cultural que supone sanar las heridas de la atrocidad que fue nuestra dictadura, todos supimos siempre que la muerte de Pinochet era una etapa necesaria, un recordatorio natural de que el tiempo pasa y de que es hora de dejar atrás tres décadas de querer sacarnos los ojos mutuamente. El gatillo de nuestra desunión se ha muerto hoy y es hora de mirar para adelante. Mañana usted se levantará, mirará el cielo, apagará el despertador y descubrirá que tiene que ir a trabajar igual nomás. Descubrirá, entonces, que sí, la dictadura terminó hace 16 años. Una pequeña y adolescente vida atrás.
Hace una semana hablábamos de la eventualidad del suceso con Perucca. Lo hablabamos en términos artísticos, en terminos de compromiso y relación con la realidad. Discutiendo algunos puntos, concordamos en que es nuestra responsabilidad (y "nuestra" acá quiere decir "de nuestra generación") ayudar a dejar el pasado atrás y pavimentar el camino del mañana. Nos corresponde a nosotros, de los que tuvimos la suerte de que nadie en nuestro entorno directo fuera torturado, asesinado, o sencillamente hecho desaparecer, la tarea de empezar a sacarle la carga política al golpe, verlo como algo que estuvo ahí, que nos marcó a todos profundamente, y que ya es hora de dejar atrás. La vida sigue y ninguno de nosotros es el adolescente que fue el 89, cuando celebramos el retorno a la democracia.

Y, ya que los auspiciadores me lo permiten, quiero mandar un sentido saludo a todos ellos que sí vivieron la dictadura de cerca. Los que vieron a sus familias divididas, perdieron a sus padres, tienen a sus tíos viviendo en eterno trauma de tortura o a sus abuelas con la memoria de haber sido violadas, todos aquellos para quienes la muerte de Pinochet representa una pena real y concreta, o una auténtica satisfacción de venganza. Mi respeto para todos ustedes durante estos días, más que para las señoras del fan club del ejército o los ideólogos de la nueva izquierda.

Y también para todos nosotros, que crecimos con la idea de que había una otra mitad del país con la que no nos podíamos entender, que pasamos una etapa tras otra de nuestras vidas convencidos de que discutir no vale tanto la pena porque llega un punto donde somos radicalmente distintos. El día de hoy es especialmente brillante para la salud mental de nuestra nación, Pinochet ha muerto y todas nuestras amarguras han quedado offside.

Los análisis vendrán después, las lecturas, la semiología (los partidarios de Pinochet toda la vida vestidos en colores crema, sin mucha variedad; sus opositores en colores brillantes, recorriendo el arcoiris completo[y mira tú si la muerte de Pinochet no le da a la Concertación el espaldarazo que necesita tanto o el tiro de gracia que lleva pidiendo hace tanto]) y todo aquello con la que se construyen los libros, se cimentan las reputaciones y se planea el mañana. El mañana empieza hoy, pero preocupémonos de él cuando llegue. Son nuestras últimas hora para mirar atrás en sentimiento, antes de lanzarnos a encontrar ese país nuevo que llevamos años buscando con una tara que ya no es más.

Y dejar atrás no significa olvidar tampoco. No hacen dos semanas desde la última noche que pasaron acá los belgas. Esa noche hablamos de Pinochet...recuerdo decirle a Jef cómo vivíamos en esa contradicción vergonzosa que es habernos vuelto el país más rico de Sudámerica (como somos amplíamente conocidos por el mundo culto acá en los Estados) a base de asesinatos, tortura y desaparición. Es eso, que no se nos olvide que estamos donde estamos por que la dictadura nos puso aquí (buena parte de los éxitos económicos de la Concertación son básicamente un cosechar y mantener lo sembrado por la dictadura) y que tampoco se nos olvide nunca cómo fue que llegamos aquí (mediante la eliminación sistemática de todo tipo de oposición posible: exilio, asesinatos, tortura; perdiendo buena parte de nuestra facultad crítica con un gobierno que no aceptaba cuestionamientos). Esa será la herencia que nos dejó el difunto, no dejemos que la Historia le borre matiz alguno.

Tras el duelo, tras estos días de ventilar todo aquello que nos quedaba adentro sobre el tema, lo que sí podemos empezar a borrar es esa sensación de que hay dos mitades, de que discutir no vale la pena. Somos mucho más que dos mitades, y discutir el porqué siempre va a velar la pena. Enhorabuena porque cuando los ánimos se calienten en cualquier discusión amistosa, a partir de hoy Siempre podrá salir un curado que les diga a las partes involucradas "loco, pero si el viejo se murió ya, qué tanto".

Salud.

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