miércoles, 22 de septiembre de 2010

El libro, las cartas y la postal.

Encontrar el libro de Heidegger y Arendt (más Heidegger que Arendt, como se verá más adelante) fue toda una experiencia. Perdido en la monotonía ligeramente aséptica del primer piso de la biblioteca de mi universidad (el primer piso que en realidad es el segundo subterráneo en relación a la entrada, porque el campus está sobre un pequeño monte), memoricé una vez el número de catálogo y fui a buscarlo.

Nada, me había olvidado del número. Volví al computador de rigor, abrí una vez más la sesión de rigor, y me aprendí, ahora sí, el número en cuestión.

Nada. No me lo había memorizado del todo y Heidegger ocupaba Harto espacio en los estantes. Volví al computador de rigor, abrí una vez más la sesión de rigor, y me aprendí, ahora sí, el número en cuestión con más rasgos distintivos.

Nada. El libro, que figuraba como disponible, no estaba en los estantes. Como la primera persona de la que desconfío es de mi mismo, volví al computador de rigor, abrí una vez más la sesión de rigor, y verifiqué que no se me hubiera ido ni un sólo detalle.

Nada.

Empecé a recorrer los estantes aledaños, La Ciencia de la Deducción mediante, era esperable que alguien lo hubiera tomado y no lo hubiera devuelto al lugar exacto de donde lo sacó. Más nada. Nada de nada. Inicié el acoso de rigor a las personas que leían por ahí, revisando que no lo tuvieran por esas cosas de la vida en ese preciso momento, sin haberlo registrado como tal.

En efecto, nada.

Más Ciencia de la Deducción.

Ahí, en el estante del pasillo siguiente, seguramente empujado por la última persona que guardó un libro aledaño de Heidegger figuraba la correspondencia ente el filósofo alemán y la politóloga judía. Cincuenta años de cartas, profesor y alumna, amantes, amigos. Perdidos en el tiempo una, dos veces. Con fortunas a menudo contrastantes: Heidegger se amarra al gobierno Nazi y el mundo le pasa la cuenta en los mismo años en que Arendt empieza a hacerlas de superestrella teórica. Una delicia.

Es un libro más de Heidegger que de Arendt, ciertamente. Más que nada por el volumen en la correspondencia, la autora de La Condición Humana se encargó de conservar la mayor parte de las cartas del escritor de Ser y Tiempo (perdóneme lo chulo de este último paralelismo, pero tengo sueño y escribo más por grafomanía que nada). Así, al menos la primera mitad del texto está dominada por un Heidegger exaltadísimo, despierto a la vida por el entusiasmo de esta muchacha maravillosa, un poco tímida al principio, dotada de una inteligencia deslumbrante y una inseguridad sobre el mundo mismo que refresca al ya-padre-de-familia M.H. Los escasos textos existentes de Arendt son, eso sí, preciosos y hacen un contrapunto emocional e intelectual límpido a la voz entrecortada de entusiasmo de Heidegger.

Una vez conseguido mi libro de premio, continué mi tarde de estudio y en cosa de horas procedí a volver a ese ritmo de vida que es leer para estudiar-leer para descansar del estudio-leer para estudiar-leer para entreterme. A veces, leo para quedarme dormido. Cuando lea para despertarme podré equipara mi relación con la lectura a la que Elvis tenía con las pastillas.

Faltaba un poco para que mi clase empezara, así es que dejé la sala de estudio y partí a sentarme a un banco cerca de la entrada del campus y cerca también de mi facultad propiamente tal. Entonces, la postal del día

La Postal del Día: Figuraba yo sentado, leyendo, sin anteojos de sol porque quería apreciar los colores del día sin filtro alguno, ahí, al pie de un edificio antiguo con aires de catedral, recibiendo el calor del sol del primer día de otoño, y empezando a leer la ya mencionada correspondencia entre los ya mencionados personajes históricos. La historia de un amor velado, cifrado, o una historia de amor velada, cifrada en cartas y ensayos, intercambios donde lo público y lo privado se convulsionan en cosquillas a veces juguetonas, a veces oscuras, a veces de una oblicuidad que no deja de deleitar. Arendt le escribe a una amiga el 50, a propósito de la reaparición de M.H. en su vida "Parece no haberse dado por enterado de que lo nuestro pasó hace 25 años" para continuar, líneas después con un "esencialmente, estoy feliz por lo que esto confirma: que hice bien al no olvidar".

La postal es esa, no la del muchacho leyendo en el banco, sino de la infinitud de dimensiones que transitamos, que nos dividen y segmentan sin separarnos. La postal es del infinito número de pulsiones que nos mueven y que, a veces, leyendo en un banco mientras el sol empieza a dar por cerrado el primer día del otoño, podemos llegar a palpar: las discretamente infinitas facetas que nos constituyen, a veces tan contradictoriamente a ojos de la lógica clásica. La vida como experiencia, como acumulación de experiencias que se articulan en torno a aquello que creemos vital y que pareciera ser tan distinto para cada uno de nosotros.

Yo leía como si las cartas las hubiera escrito yo, leía pensando en Hannah, leía sintiendo la distancia física y en el tiempo con mi familia, con mi inexistente país de origen, con el mítico país donde vivo, con mis amigos de allá, mis incipientes amigos de acá, mis novias, mis amantes, mis profesores. Yo leía y sentía como todo se relacionaba, como todo se había configurado para lograr el momento, la postal aquella. Me paré del banco con la preciosa tranquilidad de haber hecho de mi vida la sucesión de consecuencias de mis actos y con los ojos bien abiertos a todas las consecuencias que mañana van a llegar de lo que hice hoy. Y ayer. Y hace veinticinco años atrás.


Otra de esas noches en las que lo único que me queda por decir, con toda sinceridad, es Gracias por leer, siempre.





Ah, el próximo post es el 555. Procuraremos que sea especial.

Detalles más adelante.

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