sábado, 11 de septiembre de 2010

De a poco, el hogar.

Ha pasado un rato, pero tampoco estoy seguro de cuánto. El tiempo, aquella extraña dimensión en la que parecemos movernos linealmente, es sin duda lo menos lineal y aprehensible de esta vida.
Fuere como fuere, ha sido un buen rato. Encontré casa, me compré colchón, he empezado a conocer a la gente y a disfrutar de la ciudad. Pensé que ya no escribiría más en un rato, pero anoche, en el metro de vuelta de la casa de unas compañeras, me encontré en medio de una discusión entre un hincha ácerrimo de los Redskins y un fanático de los Dallas Cowboys. Me encontré hablando con ellos de cine, alabando a Peter Sellers en Doctor Strangelove y diciéndoles cómo era que Inception estaba de sobrecargada.
Nada más parecido al hogar.
No echo mucho de menos, pero, se sabe, así es mi naturaleza. En verdad no echo nada de menos. Camino con las voces de mis más queridos en mi cabeza y sí, me gustaría que estuvieran aquí para experienciar aquello que sólo puedo hacerles llegar con palabras o la impertinente foto de un celular. Ni siquiera la idea de Septiembre y la imagen de Los Cerezos tapizada de las hojas caídas me lleva mucho a casa. Me siento un poco a la deriva, pero me sienta bien.
Me acuerdo harto de Katty y la forma en que con ella aprendí a amar, desear y respetar aquello que es diferente, aquellos que son diferentes. El deseo canalizado que hace que podamos encontrar belleza en una mujer amputada y sonreírnos con todos los dientes ante la bella sonrisa de aquél que no tiene todos los dientes. Me acuerdo de mucha otra gente, pero como dije, los llevo conmigo. De eso se trata la experiencia social, a veces.
También de hacer nuevos vínculos. Ayer empecé, en la mencionada casa de mis compañeras. Tomando vino y comiendo pizza (y brownies [y scones]) que daba gusto. Hablando de cine. Viendo The Hurt Locker y escuchando vinilos de Sam Cooke y Ray Charles. Defendiendo con todo la supremacía de Al Green por sobre Sam Cooke.
Nada más parecido al hogar.
La experiencia del viaje esta vez está mediada por presencias, cercanías. Tener conocidos, hacer conocidos. Jo está acá y me he visto con Pablo González, del colegio y la U. Kait Tagarelli, anfitriona y cuasi-madre por un par de semanas también ha influido en este proceso, en no sentirme solo. Pero ahora sí, hoy sí, finalmente. Escribo desde mi pieza, mirando por la ventana al árbol que se agita noche tras noche cuando el viento de otoño empieza a borrar el verano en Virginia. Tengo algo de soledad y me permite disfrutar de mis caminatas, meterme en los pasajes pequeños que no llegan a ninguna parte, inventar las oscuras historias y cantar El Frío Misterio.
Nada más parecido al hogar.

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