lunes, 27 de septiembre de 2010

La Amabilidad de los Extraños.

Desperté sintiendo que el elefante que me había aplastado durante la noche pesaba unas seis toneladas menos que el de la noche inmediatamente anterior. Esto, para los conocedores de los paquidermos, equivale a la diferencia entre ser aplastado por un elefante bebé y un elefante africano más bien repuestito como dicen las señoras en Xile. Lo que sí, me levanté como pude, tras hacer un poco de trabajo de traducción, pues hoy era el día en que obtendría mi escritorio. Mi primer escritorio en...años. Muchos años. Tuve uno hasta los 11, pero después nos cambiamos a un departamento más grande y por alguna extraña lógica el escritorio pasó de ser un objeto a una pieza. Y en la pieza del escritorio mi escritorio no se usó nunca. Cosas de la vida.

Ayer había ido a la casa de un matrimonio indio que se está cambiando y como tal se deshace de sus cosas a precios módicos. Con sus 24 piezas e innumerables tornillos y tuercas, moverlo no iba a ser cosa tan fácil. Quedé de volver, dada mi afiebrada condición, que fue semi-documentada en el post anterior, y así lo hice. Junto al matrimonio en cuestión desmantelamos las piezas y las pusimos de patitas en la calle, donde permanecieron hasta que llegó el taxi, tras lo cual las puse de patitas en mi pieza y de ahí procedí a  transformarlas en el mismo mueble que había visto la noche anterior, pero eso es otra historia.

El mueble en cuestión.
(Silla, computador y Coca-Cola se venden por separado) 
La historia de hoy va más de la mano del matrimonio indio. De que ayer me trajeran a casa para ahorrarme el taxi, de que hicieran lo posible por traerme hoy, pero su auto resultó demasiado pequeño para la pieza principal del mueble en cuestión. De las pequeñas conversaciones y las anécdotas maritales contadas cuando uno u otro cónyuge estaba ausente. De la cara de "hijo, perdido" que me pusieron desde el minuto uno, de la cara de hijo perdido que les puse yo para caerles en gracia y así. También de Matt, mi roommate que no aceptó negativa alguna y subió buena parte de las piezas al segundo piso que habito. De la amabilidad de los extraños y cómo es que estas experiencias nos abren a ser amable de vuelta. De cómo existe todavía un sistema de intercambio basado en transacciones que no tienen precio y sí todo el valor del mundo y funciona en arbitrarios desplazamientos omnidireccionales donde la reciprocidad inflecta hacia El Otro, sin importar quién sea El Otro. Mientras uno ayude, la cosa funciona. De eso se trata. Basta con ser un buen tipo para que las cosas anden mejor, en todo orden.
Pienso que a gente como el actual presidente de Xile o a Jaime Guzmán si alguien los hubiera tratado mejor no se habrían vuelto la clase de persona que terminaron siendo. Sería este, entonces, un lugar mejor.

Sea amable con los extraños. También con los necesitados, especialmente con aquellos que día a día tratamos de invisibilizar con la mirada desviada, la negación de su presencia. Es tener un mínimo de humanidad reconocer la humanidad en El Otro. Y si no le interesa eso de mostrar humanidad, prepárase a ser reemplazado por un robot, que lo hará mejor que usted. A mí me va a terminar reemplazando un androide grafómano modelo LV-55, eso está claro. Pero usted puede ser más persona que yo, en eso estamos todos de acuerdo.

El observador atento podrá encontrar:los seis tomos de Scott Pilgrim, dos novelas de Boris Vian, una de Guillermo Saccomano, una de Fresán y dos comics de Alan Moore. También una antología de Leonard Cohen y las cartas de Arendt y Heidegger. Ocho moleskines de tamaños diversos, un disco duro removible un iPod con la pantalla trizada, un kindle en modo de protector de pantalla, un vaso para leche, un vaso para agua, un vaso para Coca-Cola y un vaso para Fanta. Además de fotocopias varias, lápices para tomar apuntes semi-inteligentes, Thom Yorke y un plato con restos de pizza.

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