domingo, 19 de septiembre de 2010

El retorno de la crónica: Un poco del 18.

Las quinientas y tantas entradas de este blog no tienen mención alguna de las Fiestas Patrias. Por algo será. No es ni con mucho mi fiesta favorita. De niño y también ya más grande me pareció siempre que el 18 era una de esas canalladas que le hacemos en la zona central al resto del país. Cuando chico no entendía mucho por qué el folklor más fome y desabrido de un país con variedad de costumbres y delicias típicas se tomaba el país para las fiesta nacionales. El tiempo me enseñó el porqué y eso no hizo nada por mejorar la imagen de la fiesta "típica". Así es que hoy, a sabiendas de que habría una celebración chilena en Takoma Park, dispuse mi día a la suerte de los dioses. Teniendo en cuenta que tener buenas imágenes le vendría bien a este blog, decidí partir a comprarme una cámara, leer en el metro y después sentarme en las escaleras del Lincoln Memorial, a ver si me daba por hacer un discurso o tener un sueño o algo. Pensé que me podría llamar Pablo, a quién seguro que la "cosa típica" le provoca la misma urticaria que a mi, y decidí que ese sería el indicador del día. Si me llamaba, yo iría al evento y si no seguiría con mi plan.

Infaliblemente y sin haber siquiera tocado el tema antes, Pablo me llama cuando estoy saliendo de la casa.

Y partí.

Hice un alto para comer algo (más de doce horas con nada en el estomago pueden no ser buenas para la salud, niños), hice las combinaciones de rigor y en poco menos de una hora estaba bajándome del metro en Takoma Park.

Caminé un par de cuadras y cuando, a lo lejos, sentí la música desde el escenario, algún residente haciendo "Qué levante la mano" del impresentable Américo. Quise correr de vuelta, pero la palabra estaba empeñada.

La inmersión en lo que pretende ser una burbuja de tu país de origen en medio de una cultura distinta puede, por lejos, ser más traumática que la inmersión en dicha cultura a secas. Ver a este montón de gente (habría unas trescientas o cuatroscientas personas) pasearse por los stands de comida, comprar pastel de choclo, revistas Paula y tigretones por veinticinco centavos, mientras de fondo sonaban unas cuecas/trotes/cumbias varias era todo un espectáculo. Sobretodo matizado por las familias norteamericanas que iban al parque a jugar con sus niños, como cada domingo nomás.

Mi primera impresión además estuvo dominada por el número de camisetas del Colo que me encontré. Hace poco, en casa de Kate Sicard, me di cuenta que lo único que hecho de menos es tirar un par de garabatos cada tanto. Sucedió mientras picábamos cebolla y la cebolla atacó y yo seguía picando, parando cada tanto para enjugarme las lágrimas y decir, ritualmente:

- La concha de tu madre.

Para las risas y el deleite de una mexicana que andaba por ahí, todo esto fundado en las diferencias lingüísticas y el valor de la palabra "concha" en nuestros respectivos dialécticos.

Así, hoy, la colección entera de insultos se me salió al ver a tanto pseudocolocolino. Pseudo, porque en la medida que me acerqué me di cuenta que eran, en su inmensa mayoría, gringos que vestían la miserable tricota sólo por la ocasión. Más allá, un chileno con la camiseta de Seymour, firmada por el prócer mismo, cambió mi percepción de las cosas. Al poco andar me encontré con Pablo y la cosa fue cambiando. Acompañado como estaba por una muchacha de la zona que había vivido cinco años en Chile y que lo único que quería era que llegara marzo para empezar sus vacaciones allá, en el país aquél, era un poco difícil ventilar el sentimiento anticostumbrista. Me quedé acompañando a la chica, que se llamaba Melissa y que se ubicaba mejor en Santiago que yo y de pronto Pablo apareció, así, de la nada, con Isabel, chilena por jus sanguinis y encanto de persona, que nos acompañó hasta el final de la velada.

Entremedio aparecieron Cristina, Elisa y una serie de otros personajes de los que yo debería haber hablado antes, pero la verdad es que este es el primer post como crónica tal que escribo...¿en unos tres años? Me habrá de perdonar si la voz suena algo rasposa, pero le prometo que se pondrá mejor. O sí, sí.

[Acá viene el cameo de mi querida Jo (que tiene blog nuevo, a todo esto, sígalo) a quién apenas le alcancé a decir hola antes de que las circunstancias nos separan]

Las circunstancias empezaron a tornarse un poco más peculiares cuando, tras acompañar a Isabel a comprarse unas revistas Ya (que al final terminaron por regalarnos por docena) volvimos donde estaba Pablo y nos encontramos con el show en vivo de


¡EL POLLO FUENTES!!!

[El Autor] de este blog agoniza cada vez que escribe "Pollo Fuentes" para no seguirlo de un "conchatumadre" que no se ve ni la mitad de bien de como suena al ponerlo por escrito.

Ahí estaba, cantando "Te Perdí", "Con mi bombo y mi chinchín" y cuanta otra cosa más estuviera en su repertorio. Remató con un cover de Marco Antonio Solís. No hay nada más difícil que vivir con el estigma de haberte visto tan de cerca, José Alfredo.

En medio de esto, me senté y Pablo e Isabel iniciaron aquello que el Roland Barthes estaría pronto a calificar Fragmentos de un Discurso Amoroso. Me tumbé en el piso y miré las nubes, deseoso de recordar esas lecciones de violín. Busqué con la vista a Jo, pero debía haberse ido hace rato de rato. La vi a Elisa, un poco sola, un poco rodeada de otra gente.

Mejor volver a casa.

De vuelta a casa llegué y me senté a escribir esto. Me demoré al principio porque le tenía un ojo encima al partido de los Redskins. Estoy, señoras y señores, empezando a desarrollar algo que podría llamarse una relación amorosa con el equipo de fútbol americano de mi ciudad.

Pero de eso hablará otro post.

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