miércoles, 20 de octubre de 2010

Fragmento de una carta encontrada entre dos ladrillos de una memoria.

...iba saliendo del edificio del Centro Intercultural, hogar de los departamentos de español, alemán, francés, italiano, lingüística y otros tantos más. Caminaba más o menos tranquilo y me disponía a  ir a la biblioteca a buscar el libro que debería estar leyendo ahora, en vez de estar escribiéndote esto. El día figuraba despejado y sin frío, sin calor tampoco. El otoño perfecto. 
Estaba en eso, recordando además lo particularmente linda que era la chica que me había tocado la ultima vez en la biblioteca: una negra de infinitas trenzas pequeñas tomadas atrás en un moño que las dejaba caer tan libre como organizadamente. De talle pequeño, los pechos justos para no desentonar, labios gruesos y los rasgos más sorprendentemente simétricos que haya visto, era un verdadero gusto verla. Habría sido de tu total gusto y le habrías sonreído y ella te habría sonreído de vuelta.
Estaba en eso cuando sonó el teléfono.

No mi teléfono, ni el teléfono de alguien más. El teléfono. El ring clásico, de campana, nada reggaetones hiphopeados o ni siquiera la modulación semi modernista de los teléfonos ochenteros. Campanilla. Silencio. Campanilla.
No se supone que haya teléfonos en esa parte del campus. En todo el campus no hay teléfonos públicos, pero el ruido venía de una pequeña compuerta, probablemente siendo un comunicador interno. Me acerqué y lo dejé sonar, paralizado como estaba. Tú nomás sabes como es. Escuchar el teléfono, digo, así en la vía pública. Nadie más le prestaba atención. El corazón me debe haber estado latiendo fuerte, porque sentía la sangre impulsada a sobrevelocidad por la adrenalina. Pensé en la decisión que había tomado. Pensé como sería la voz al otro lado del teléfono y en que idioma me hablaría. Seguía sonando. Largo rato, más allá de los cinco tonos antes del buzón de voz o los diez antes de escuchar el sonido de línea saturada. Campanilla. Silencio. Campanilla.
Hice el gesto de mirar alrededor, estaba dispuesto a preguntarle a alguien más si lo oían o si acaso me estaba volviendo loco. En ese gesto apareció la profesora a la que le traduzco documentos. Era la primera vez que ella iba siquiera al campus, porque su oficina está en otra parte de la ciudad. Me miró sorprendida y entusiasmada, conversamos de qué estábamos haciendo y lo gracioso que era encontrarnos así, quedamos de vernos después de una reunión que tenía en una hora más. 
En eso el teléfono dejó de sonar. No me di cuenta cómo ni cuándo, habrá sido en algún momento de mi conversación. No me dejó ni un ápice más tranquilo, y partí a buscar un lugar donde proveerme de esa canción, la que comienza con ese acorde de piano. Mientras tanto redacté esta nota en algún lugar de mi cabeza, nota que ahora dejo aquí con la esperanza de que la encuentres y entiendas, como nadie más puede entender. Recuerdo el momento y el corazón me salta. Estoy vivo. Dónde, todavía no sé.
Seguro que la voz tras el teléfono sabe...

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