sábado, 2 de octubre de 2010

La vida en Marte.

Terminó la semana.

En verdad terminó ayer, después de mi presentación, tan cabezada, tan investigada, tan buen indicador de lo fuera de práctica que estaba/estoy. Lejos están los días en que agarraba un lápiz, "dibujaba" el mapa de mi presentación y listo. Pero así como están de lejos están más cercas. Van a volver y con escándalo. Detalles cuando los haya, es decir, más adelante.

No salió tan mala la presentación. Dije lo que quería decir, me desvié de tema principal para hacer la reflexión que quería hacer, mis compañeros se rieron en las partes que tenían que reírse y movieron la cabeza, como el proverbial perro de taxi en partes diversas. La discusión que siguió fue lejos la mejor del semestre, pero ahí no tengo tanta responsabilidad. Se sintió bien eso sí.

Se sintió bien y se sintió extraño, terminar, estar en silencio, cansado de resfrío más que de otra cosa, volverme solo (Caroline y Kate tenían un evento de trabajo así es que no volvían hasta tarde), bajo la lluvia (que se puso torrencial al salir del metro másmenos), haciendo una pausa por la biblioteca para encontrar correo de mi madre contándome de los últimos acontecimientos familiares, los que ameritaron que le respondiera de inmediato, en un teclado sin acentos ni ñ. David Cassidy cantaba "How can I be sure?" en mi cabeza y se pegaba ese grito notable al preguntar How's the weather?

Lloviendo, David, lloviendo de verdad.


Una vez en casa, terminé de ver Life on Mars.

Terminé con una sonrisa, con una satisfactoria sonrisa para una serie que supo tenerme en suspenso y hacer que sus personajes me importaran. No es poca cosa. Llegué a ella por recomendación directa y medio de lado por el rol protagónico del bueno de John Simm, pero terminé queriendo mucho más al DCI Hunt, a Annie Cartwright, al siempre consternado Chris Skelton y así...
Podría escribir páginas y páginas al respecto, mi conexión personal con la serie, la forma en que funciona como un hilo del cordón umbilical que me conecta culturalmente con los 70s y mis papás, con mi papá especialmente. Podría hablar de las otras cosas, las que hacen eco personalmente, los miedos, la sensación de vivir una realidad distorsionada o mediada por miedos que desensibilizan hasta el punto que no importa. O de su banda sonora, que es increíble, más allá de que la serie ya tenga el título de una de mis canciones más favoritas de Bowie. Una banda sonora que tiene a T-Rex, Roxy Music, y The Sweet no puede fallar nomás.
Pero no voy a hablar de nada de eso, no en detalle. Véala nomás. Dos temporadas de ocho capítulos cada una. La primera es impecable, la segunda se empieza a gastar un poco, pero tiene dos actores principales y un guión que funcionan como los mejores pilares. 


Hoy la vi a Margarita, que anda por estos lados. Caminamos por Dupont, cenamos en KramerBooks. Rico todo. Nada de surreal, o quizás lo surreal es que no fuera nada de surreal. Será quizás que esta ciudad es ideal para tener encuentros así, con personas con las que no es habitual encontrarse. Porque DC es así un poco, un punto de paso, un lugar para venir e irse en un rato más. Una encrucijada y punto de intersección. Uno sabe de dónde viene pero no sabe si volverá o hacia donde es que se va a ir después. Margarita me pregunta qué es lo que hago, me dice que en un mes uno alcanza a construirse una rutina. Me sonrío y articulo algo de vuelta, me quedo buscando el patrón, tratando de dar los suficientes pasos atrás para encontrar la verdadera rutina.

Todavía no la encuentro. Está mutando, siempre. Quizás esa sea la rutina.


Desprendida, en cambio constante dentro de ciertos patrones establecidos, cierta en su incertidumbre, movediza, esperanzada, anhelando días lindos, saboreando la lluvia intensa, sonriendo de día, intentando dormir de noche, conjurando un resfrío tan porfiado como su huésped, dando vueltas sin saber si voy o vuelvo, si acaso uno está loco, en coma, o de vuelta en el tiempo.

Así es la vida en Marte. 

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