martes, 22 de agosto de 2006

A momentary lapse of happiness

Tras un breve paso por la U (donde verifiqué mi estatus de 'congelado' e intercambié "El Lector" de Schlink por "Esperanto" de Fresán - Detalles más adelante), y viaje en metro con Sonia mediante, fui a casa de mi abuela Sonia, donde fui agazajado por la leal Elvira (nana de toda la vida y parte de la familia con sobra de méritos) con un bistec con huevo y cebolla fritas.
Lo mejor de la tarde, naturalmente, no fue el agazajo culinario, sino la conversación posterior en el segundo piso con mi abuela, que yacía en cama leyendo. Afuera el sol de este anticipo de la primavera que estamos viviendo en Santiago, y nosotros dos conversando de todo un poco.
Porque con mi abuela siempre hemos tendio una visión más o menos coincidente de la vida, divergemos a la hora de la religión, el grado de pasión por el fútbol, la política y algunas otras cosas por el estilo, pero sí compartimos básicamente el mismo cuerpo de valores. Somos, en otras palabras, dos harmónicos de la misma frecuencia fundamental.
Ayer no fue la excepción, compartimos nuestras visiones sobre la familia, la generación anterior y la mía, historias de sus sobrinos contadas por ella, historias de los hijos de sus sobrinos contadas por mí, la importancia de la casa en Los Cerezos como refugio para nosotros, la parte joven y como los más grandes no tuvieron esa válvula de escape y la encontraron en cualquier otra parte. Cosas de la vida.
Abajo mi prima cantaba a todo pulmón el último hit de Kudai, intercalado por el ir y venir de las llamadas de sus adolescentes amigas. Nuestra maravillosa conversación sobre la vida se vió interrumpida por la llegada de una abeja/avispa de proporciones descomunales golpeando contra la ventana del balcón. Mi abuela se para de la cama a mirarla a instancias mías y por un par de minutos pareciera no haber nada más importante en el universo que determinar la naturaleza exacta del bicho ese, que quizás por los golpes reiterados, quizás por el sentirse depositario del destino del cosmos, optó por marchar hacia la casa de al lado, un tanto aturdido por cualquiera de las dos razones ya expuestas.
Sentí que había tenido suficiente, conmovido como estaba por la conversación, la importancia fundamental de la avispa-u-abeja-reina-antes-del-matrimonio, y la pasión que mi prima ponía en una canción tan plástica, me despedí de mi abuela, prometiendo pronto retorno, y partí camino a casa.
Lloré de felicidad buena parte de las 3 cuadras que separan mi departamento de la casa, y tomé unas cuantas fotos de los cerezos en Los Cerezos. La felicidad completa.

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