martes, 12 de junio de 2007

Bonito Schenectady

Ayer fui al correo. Si usted se pregunta qué tiene eso de peculiar o por qué diablos uno iría a la oficina de correos que está a tres cuadras del campus, teniendo una oficina de correos EN el campus, pues bien, la respuesta está aquí. [anótese 10 puntos por perspicaz si pensó eso en cualquier caso. Réstese 10 si usted fue ayudante en Union o si lo va a ser]. La principal razón, aparte de la ya señalada, era salir a conocer un poco más de mi ciudad-pueblucho y expandir la búrbuja. Tenía la secreta ambición de encontrar las míticas partes lindas de Schenectady, que me habían sido esquivas durante 9 meses.

Las encontré, fíjese.



Tras pasar bajo un pequeño puente ferroviario, Schenectady la ciudad que casi comete suicidio después de la Gran Depresión deja paso a Schenectady el pueblo colonial junto al río. La arquitectura agarra aires de restauración y mantenimiento y el ruido de los autos empieza a quedar atrás.

De pronto, al bajar un callejón, se avista el río. Cada uno de estos callejones que dan al río dan la sensación, bajo el calor de la primavera, de tener capturado al tiempo. Caminar por ellos es sentir como el cuerpo entero se ralentiza y si acaso alguien me hubiera preguntado algo, quizás hasta le hubiera contestado moduladamente.


Y después uno llega al río. Por supuesto, uno nunca llega dos veces al mismo río, pero aún así el lugar es un pequeño paraíso. Prohíbidos los vehículos motorizados, quizás el mejor atributo del Riverside Park sea el marco de silencio perfecto para disfrutar de tan ameno espacio a la sombra de los árboles.

La caminata se extiende brevemente, antes de ceder paso a un muelle y después otro trecho de caminata. Como este cronista carece de total tacto para calcular las medidas, incapaz siquiera de orientarse en los metros que tiene el área de una cancha de fútbol (las responsables son claramente esas escaramuzas Carcuro-Livingstone sobre si el remate fue desd 35 o 40 metros), tiene que refugiarse en cosas como "brevemente" o "otro trecho". Lo siento mucho.

Las diversas ramas del Mohawk se ven mientras uno recorre este pequeño paseo, que está más diseñado para sentarse que para pasear propiamente tal. Imposible no querer volver a sentarse con un libro sobre sus bancos o sencillamente sentarse a mirar el río, preguntarse si acaso el río es el mismo y echar raíces. Todo esto debiera formar parte de un conveniente paquete turístico para filósofos, naturalistas y en general para todos aquellos que se sientan identificados con el término "pre-socrático".


Mi caminata me tuvo, por esas cosas del destino y el azar, sentado tanto de ida como de vuelta en el mismo banco. Al frente de él una placa conmemorativa para una chica que murió hace unos años. Ahora cuando volví y reparé en que me había sentado en el mismo banco me fijé que la muchacha había muerto a los 26 años. Sí, me sentí atrapado en una novela de Stephen King, pero no investigué más al llegar a casa. A veces es mejor cerrar el libro.

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