Hace dos semanas lo tuve claro. Un pequeño instante de lucidez. Pilar me pasó unas hojas con los verbos que nuestros pequeños estaban aprendiendo en el subjuntivo y pude verlo todo con la claridad de un francotirador bien posicionado. En tres segundos supe que mi penúltima sesión de ayudantías la pasaría repasando el subjuntivo, usando para practicar décimas y romances compuestos especialmente para la ocasión, esperando que el esquema de rima y el ritmo les diera a mis alumnos algo de que aferrarse a la hora de construir su vocabulario. También supe como me despediría de ellos y cuál sería mi última actividad como ayudante de español en Union.
Hoy pasó.
A las cuatro treinta y cinco repartí las hojas. A las cuatro treinta y cinco puse play por última vez en la consola. Dos minutos con treinta y siete segundos después me sentaba en la mesa para empezar, con un suspiro a ver que tal les había ido completando la canción. Perfecto. Lejos de pensar que cómo no se me había ocurrido usarla antes y recriminarme por ello pensé que era, de hecho, perfecto poder cerrar el año y la experiencia así. Después el envoi, que me había venido tan claro camino a casa desde la oficina de Pilar:
"Esa fue 'Te Recuerdo Amanda' de Victor Jara, cantautor chileno de por ahí por los 60's y 70's. Cuando les hablen de mi país es probable que oigan hablar de Pablo Neruda y el premio Nobel y toda la cosa. Pero entonces podrán decir, ya sea para hacer conversación o sencillmante alardear con sus amigos, que alguna vez conocieron a alguien que venía de Chile y que creía firmemente que hay más poesía y belleza en esta canción de Victor Jara que en la obra completa de Neruda.
Y con esto, queridos míos, termina de una vez y para siempre el laboratorio de Español."
Después la informalidad, la última lección: distinguir entre decir "hasta nunca" y decir "hasta siempre". Las sonrisas y los "aaaaaw". Pasarle la sala a Amina para que hiciera una de sus clases particulares. Salir con las piernas aún un poco tiritonas a respirar el aire. Quizás, once horas después, escribir un post al respecto. Quizás regalarme el sábado para salir a caminar por Schenectady y, lejos de todo rostro conocido, mirar atrás.
Y saber, en algún lugar, que algo llegó a su fin.
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