sábado, 7 de julio de 2007

VII 7 Siete

Fin de Semana una vez más y la casa está completamente vacía. Ni Caleb tocando la mandolina en la pieza de al lado ni Devin diciendo nada desde la pieza de más allá. Nadie.
Liz y Ryan partieron a Canadá a ver a Olivier y Manu Chao (en ese orden) y como yo no puedo cruzar la frontera, me quedé acá nomás. Ale se fue a ver a Allie a Boston y Jose se fue a casa, por ahí mismo.

En medio de este silencio (que estoy usando para adelantar trabajo, quiero ver si me arranco a la ciudad este Lunes-Martes, quién sabe) quisiera comentarle un par de cosas, como lo que se viene mañana en Wimbledon y cómo Nadal es claramente un jugadorazo y habría sido número uno del mundo en cualquier época, menos en esta en que está enfrentando a quien es, quizás, el mejor jugador de la historia. Por otra parte, hay libros y música que comentar (último disco de Kaiser Chiefs mediante), también comics por supuesto, lo que me da pie para contarle la siguiente anécdota:

Un Sueño Hecho Realidad

Cuando tenía once años, uno de los pocos sueños recurrentes que he tenido en mi vida era estar en una juguetería inmensa, enorme como sólo lo son las cosas en sueños, y llevarme de ella una serie de juguetes que en la realidad no existían. A mis once años yo ya leía X-Men, que eran harto menos populares de lo que son ahora, al punto de que sólo conocía a una persona que sabía quien era "Cíclope" y Wolverine, lo que le dará a mi lector el pie necesario para saber que en esa tienda de sueños había mucho juguetes X-Men (juguetes, que, no tan extrañamente sí se manefacturaron años después). Eventualmente crecí y mis sueños recurrentes se redujeron a lugares menos coloridos, más impresionantes: sueños con otra gente, sueños de lanzarse al vacío para sólo conseguir volar por un par de segundos antes de perder la sustentación aérea y despertar.
El Martes pasado decidí salir a comprarme el número 200 de cierto comic, con la intención de escribir un entrada en este blog que se llamara "El Último comic". Tras cinco acaloradísimas cuadras de una ciudad que esperaba con ansías la tormenta para no derretirse llegué a mi comiquería amiga, sólo para descubrir que estaba abierta y desierta...

[Un día, cursando tercero medio, salí de mi sala. Al pasar por el kiosko ví a Jaime queriendo comprar algo en el kisoko vacío: "Aló, Aló" y después "Alooooó, Vooy a Roobaar". Llevo una década sabiendo que cuando uno se encuentra solo ante una tienda, las palabras a decir son "Voy a robar".]

No había nadie. Los lentes del dependiente sobre la mesa, para indicar que volvería luego o que lo evaporaron los aliens. Y ahí estoy yo, completamente solo en una tienda de comics, rodeado por más ejemplares de los que podría leer si me dedicara a ello por los próximos veintitrés años, acordándome de mis sueños recurrentes del final de la infancia, esperando que Algo pase.

Espere quince minutos. Después, incapaz de seguir cuestionándome más la ética de la cuestión, me fui. Al salir vi al dependiente, doblando la esquina. Me seguí yendo. No iba a robar nada, pero tampoco estaba para comprar nada tampoco.
F I N.



Y la verdad es que el auténtico propósito de este mail es recordarle que hoy es el 7 del 7 del 7. Haga algo especial. Salga a un parque, tómese un par de vasos de algo realmente bueno, llame a una chica que lo valga, que realmente lo valga. Haga las paces con ese amigo que usted cree que lo estafó pero contra quien no tiene más que evidencia circunstancial. Diga las cosas. O escriba una historia de ciencia ficción que comiece con un terremoto que, en este día, separe la ciudad de Santiago en dos mundos, donde dos personas tratan de encontrarse en paralelo, sólo para decubrir que lo que ha pasado es que la ciudad misma fue la que despertó y que el precio a pagar es que hay ciertas divisiones que son insalvables.

Hoy puede, en efecto, ser un gran día, Joan Manuel tenía toda la razón.

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