jueves, 10 de noviembre de 2011

Doblemente Directo a DVD: State of Grace y Mandrake.

La mejor forma de ver televisión por estos días está siendo no ver televisión en directo. Esperar, estudiar e investigar hasta encontrar una historia buena y luego devorarla al propio ritmo. En un mundo donde el consumo dicta los gustos e impone tendencias, vivir en un país extremadamente poco relevante para la contingencia televisiva mundial tiene sus ventajas: no estamos votando con nuestros bolsillos en nada.

NOTA: ESTO NO ES DEL TODO CIERTO - VEA "Los 80", VEA "Los Archivos del Cardenal". PREFIERA LA FICCIÓN NACIONAL ANTES QUE EL REALITY O EL CONVENTILLEO.

Anoche, mis últimos rebotes investigativos me llevaron a pasar seis(6) horas con State of Play (BBC, 2003), la serie que sigue las intrigas de lo que parte como un suicidio y un asesinato sin relación alguna y termina siendo flor de conspiración política. Ambientada en la actualidad inglesa, cuenta con un reparto de la puta madre. Porque no hay otra forma de decirlo.
John Simm, Bill Nighy, James McAvoy y David Morrisey figuran como los nombres prominentes, los que saludan desde la caja del DVD, pero de fondo están Phil Glennister, Kelly Macdonald, y Marc Warren, entre otros. Todos los hallazgos pasaron a ser favoritos, como Macdonald, a quien debo a ver visto como el fantasma de Ravenclaw en Harry Potter, pero olvidé; y los que ya eran favoritos entraron en la selecta categoría de más favoritos. Simm, Glennister y Nighy llevan un tiempo en esa órbita en todo caso.
La fuerza de State of Play reside precisamente en su caracterización. El misterio ayuda y está bien construído en formas que recuerdan anacrónicamente a Frobydelsen (2007), mi serie danesa favorita. Sí, es la única serie danesa que he visto, pero igual nomás. Cada uno de los ya mencionados añade un toque y una capa de drama a la serie, con complejidades que van más allá de un mero argumento. De hecho, en el último capítulo uno podría argumentar que la trama se viene un poco abajo, pero a esa altura ya no importa mucho. A esa altura uno ya sacrificó sus horas de sueño (empecé a las 12, pensé en parar a la altura del capítulo 3, pero habría sido un crimen, y recién el último capítulo lo vi por cumplir y terminar lo empezado, a pesar del sueño) invirtió tiempo en los personajes y se siente satisfecho de verlos llegar a más o menos buen puerto. El misterio se soluciona no de forma inesperada, sino de la forma en que uno siempre pensó que iba a terminar, pero que por lo mismo jamás creyó que fuera a ser la salida. Una carta robada.
Si gusta de la intriga, las buenas actuaciones, el sarcasmo y el humor en los mejores y más terribles momentos (Nighy se roba la película, con un personaje al que ya nos tiene acostumbrados, desde Love Actually hasta su rol invitado en Doctor Who, pero que aún así hace reír y genera quizás la mejor tensión de la serie cuando choca con Glennister como un policía que podría ser el nieto de su personaje en Life on Mars) vaya por allá. Es más, si quiere venga por ella y la vemos juntos, que me la quiero repetir YA.




Habiendo dormido poco y ostentando una cara más propia de un futbolista post-bautizo que de un ciudadano trabajador y respetable; llegué a casa a la hora de almuerzo tras hacer unos trámites y justo cuando pensaba qué iba a ver a la hora de almuerzo (no quería ver 30 Rock, cansado como estaba, necesitaba una historia más lineal o si no me iba a doler más la cabeza) sonó el teléfono y Gonzalo me anunció del otro lado que me había traído los DVDs de Mandrake, para que los copiara y dejara de hacer intentos de ver la serie en portugués sin subtítulos (por alguna extraña razón, no hay una versión pirata con los subtítulos dando vuelta).

Problema solucionado. La oficina de Gonzalo queda a tres cuadras de casa. Mandrake hace de las suyas de fondo mientras escribo esto.

La primera vez que ví  Mandrake tenía 24. Seis años después sigue siendo uno de esos estándares con los que juzgar a las demás series. Mandrake, abogado y vividor en el más profundo y mejor de los sentidos de la palabra, pasa por una serie de aventuras y desventuras, todas involucrando sexo, drogas y mujeres increíblemente atractivas. Mandrake, como todo buen ciudadano, las ama a todas por igual y paga el precio que aquello conlleva.

De nuevo, la fortaleza de la serie está en sus personajes. En algún punto el primer capítulo da una cátedra de cómo presentar a siete desconocidos y volverlos queribles en una escena de cinco minutos. Mandrake, la serie, trata a su espectador como si este fuera inteligente, sin sobre-explicarle las cosas. Planos generales en los que los personakes se miran y entienden, perqueños guiños que dicen más de lo que está pasando por sus cabezas que todos esos acercamientos, repeticiones y diálogos trillados que componen la basura nuestra de cada día en la televisión.

Mandrake tiene toda la onda de un policial negro, por más que no haya mucho policía involucrado. También lo tienen, a su modo, State of Play y Frobydlsen. Brasil, Inglaterra y Dinamarca. Los tres nos entregan sus versiones, con lo que es distinto y lo que nos une, en el mundo occidental. Sexo, contradicciones, intriga, la dicotomía entre la profunda y solidaria preocupación por el otro y el desapego alienante de los tiempos modernos.


Y es tremendamente entretenido.

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