domingo, 21 de noviembre de 2010

Catárticas post-traumáticas.

Sucedidos los acontecimientos, minuto 28 del segundo tiempo, partido igualado a dos, la U con un hombre menos dada la expulsión de Iturra. Penal.


Rivarola.



Palo.
IpsofactopenalparalaUCexpulsióndeJuánGonzalezMirosevicGolnuevecontraoncelacosaquedamásqueclarayel4-2enelminuto94noesmásqueunaredundancia.


El comentario que mejor resume el partido, desde la perspectiva de este humilde servidor es: "Ay"

Catarsis - Hora de recordar.
Hágase una idea: Arriba - Cristián Mora, Eduardo "Gato de Yeso" Fournier, Roberto Reynero, Carlos Soto y Morales. Abajo - Hugo Bello, Pepe Castro, Walter "Tanque" Fernandez, Juan Soto, Franz "Otto" Arancibia y Mariano Puyol
Año 91 del siglo pasado, papá, mamá y yo yendo a Santa Laura. Ubicados en el equivalente a la tribuna Pacífico (nunca me supe los nombres de las tribunas del antiguo Santa Laura, seguro que el señor Segovia ya las rebautizó a su pinta en todo caso). El 91, queridos amigos, fue lejos uno de los años más oscuros dentro de una época particularmente oscura para la entonces Corporación de Fútbol de la Universidad de Chile. Habiendo ascendido a primera recién el año anterior, la U terminaría en los últimos lugares de la tabla, jugando la liguilla del descenso. A finales de ese año estábamos tirando fuegos artificiales por no haber descendido. Para colmo, terminada la intervención militar en la Universidad, las nuevas autoridades tenían manga ancha para quitarle el nombre al club, cosa con la que amenazaron una y otra vez. La expresión "perdió hasta el nombre" se veía particularmente textual. La Universidad terminó finalmente cediendo, so condición de que el presidente de la institución fuera alguien ligado a la casa de estudios. Entraron en escena sucesivamente Mario Mosquera y René Orozco, pero esa es otra historia.

Esta historia me tiene a mí, a mis 10 años, yendo al estadio con mis padres, en un año en que ir al estadio estaba mucho más asociado al sufrimiento que a la gratificación emocional. Si la Universidad quería quitarle el nombre al equipo era en parte por los destrozos que generaban sus barristas, los cuales ventilaban su rabia por tantas cosas en un equipo que ganaba un domingo de cada cinco y que había tenido unos últimos años durísimos. Los medios hablaban del "fenómeno social" de este equipo que perdía y perdía y cada vez llevaba más gente a los estadios. Se formaba una suerte de mística: mientras Colo-Colo perdía un partido y se encontraba con su estadio a un cuarto de la capacidad el domingo siguiente, la U cada vez arrastraba más y más seguidores. Al parecer en la academia no estaban las cosas para hacer el evidente correlato con la situación post-traumática que vivía al país tras el regreso de la democracia, y ahora es un poco tarde para escribir un paper completo sobre un pueblo identificándose con un equipo alguna vez glorioso y ahora tan pero tan mermado. El antecedente queda en todo caso.

Ese partido, hace casi veinte años, estaba igualado a dos también, con el sudor de un equipo entero. No cabía lugar a dudas de que Católica tenía un plantel que estaba a años luz de un equipo cuya estructura básica era la de uno de segunda división. Todo lo que a la Católica le parecía salir fácil a la U le costaba un mundo. Católica, como hoy, partió ganando. Una vez, dos veces. La U, como hoy, empató una vez, dos veces.

Después lo echaron a Puyol.

Y se acabó el partido parejo, el balance de dos fuerzas de por sí desiguales se terminó de ir al carajo y Católica, sin despeinarse, pasó la aplanadora y ganó 2-5.

El problema, una vez más, no fue perder. El problema fue haber estado cerca de ganar o haberlo dejado todo en el esfuerzo por empatar. Al punto que el sobreesfuerzo terminó rompiendo el engranaje y todo se derrumbó dentro de mí, dentro de ti. El fútbol, el más injusto de los juegos, tiende a darnos lecciones de vida como esa. O tiende a reflejar lo peor de la vida de esa forma.

Lo de hoy no fue tan terrible por el resultado, quedarse fuera del campeonato y relegado a la liguilla para llegar a la Libertadores nada más. Fue terrible por el palo en el penal de Rivarola, por la forma en que un equipo claramente inferior dio todo y no bastó y quedó tirado y descompuesto y a merced de un cuarto gol que es signo de lo que terminó siendo la tarde: Pratto entra solo al área recibiendo un balón por la espalda y fusila a Pinto que nada podía hacer. Pratto entró solo porque la U ya tenía dos menos, así cuesta mantener las marcas. De nuevo, el exceso de esfuerzo de un equipo que no entiende su lugar en el mundo o que aspira a ser más de lo que es termina así masacrado.

No siempre, en todo caso. El campeonato 94 nos dio un final feliz, de esos en los que sólo falta la princesa en vestido con vuelos y los animales que hablan (el Mono Riveros jugaba en Wanderers por esos días). Un equipo que, de nuevo, siendo inferior a su contrincante, teniendo muchísimos menos recursos -Católica contaba con un plantel armado con tres seleccionados argentinos y figuras de primer orden, la U tenía apenas un debutante juvenil de 18 años, oriundo de Temuco, y no teníamos forma de saber que iba a terminar siendo más grande que los otros tres juntos. No en ese entonces, por lo menos- habiendo sufrido catastróficas caídas en la primera rueda, el equipo remontó, aguantó y esa noche del 14 de Diciembre hizo lo suyo: esperó, se salvó de la raya en una o dos jugadas y cuando todo parecía decir empate, ganó con un gol inolvidable. Un sólo gol. De menos a más.

Con todo, la jornada aquella del 91 me marcaría por siempre. Por primera vez llegué a casa de vuelta del estadio sintiendo genuinamente que algo andaba mal. La pena y la rabia de toda esa gente combinaban con mi profunda frustración. Parecía tan cerca. Una actitud que quedaría moldeada por años en mi psyché, el dolor de hacer más de la cuenta y terminar cavando tu propia tumba. Ese día supe que nunca me iba a dejar de gustar ese equipo azul. Que valían las burlas de los Lunes y las peleas por el fútbol, que el precio de creer en algo aunque todos los demás te apunten con el dedo y se ufanen de todo lo que ellos tienen y tú no sí vale la pena. O quizás no. Quizás todo sea un juego nada más y esto esté absolutamente fuera de proporción. Pero aún así, dada la elección, elijo creer y desproporcionar todo lo que se relaciona con este juego, como otros eligen ser desproporcionados en su religión, sus hábitos alimenticios o su amor por los animales. Ninguno es, realmente, más importante que el otro, y en esa elección libre, absolutamente relevante y totalmente intrascendente a la vez, está lo más lindo del ser humano. Ser como verbo, claro está.

Querido lector, gracias por acompañarme en esta tarde de domingo. Doy por cerrada esta sesión catártica con una canción que servirá de pie forzado para un post-futuro. Los Fabulosos Cadillacs cantan para usted esta pequeña joyita del disco aptamente titulado El León. Con usted: El Crucero del Amor.

No hay comentarios: