miércoles, 29 de diciembre de 2010

Desde el subsuelo.

Tras un viaje que tomó dos horas más de lo esperado, cortesía de la nieve, llegué a Manhattan justo a tiempo para que la mitad de mis amigos estuviera en camino desde Hawthorne, NY y la otra mitad desde Brooklyn, ídem. Como tal, me fui a tomar un café y esperé un par de minutos antes de salir a caminar por la nieve en pos del bar donde habríamos de encontrarnos.

Aproveché esos minutos para rememorar lo que había sido el largo viaje: la historia de la pareja que se sentó detrás mío, que se subieron al bus en nuestra única parada previa, en Baltimore, y desde ahí mismo empezaron a llamar a los servicios de asistencia varios de la aerolínea que habría de devolverlos a San Francisco. Para colmo eran de esos servicios automatizados que utilizan software de reconocimiento de voz, así es que lo primero que escuché fue un:

- Domestic.

Seguido al rato de un:

- Agent.

Todo esto dicho con la voz más robotizada del mundo. Porque los humanos somos así, les hablamos como guagua a las guaguas, como robots a los robots y grabamos mensajes de espera en nuestro buzón con la misma voz timorata con la que dejamos mensaje en los buzones de otros.
En medio de mi viaje hablé por teléfono, mandé mensajes de texto (muchos varios, porque en NY se desataba la crisis del cansancio crónico de Ryan, organizador del evento y que había tenido que trabajar de emergencia como consecuencia de la tormenta, lo que derivó en una serie de tira-y-aflojas durante los cuales nuestra junta se corrió a Hawthorne, Brooklyn y finalmente encontró su sintesis en Manhattan), jugué boggle, vi dos capítulos del Dr. Who de Tom Baker, dormí un buen rato, tomé bebida, intenté leer el último libro de la Nicole Krauss (duré dos líneas, pero es culpa mía, no del texto). Entre cada una de mis actividades podía oír de fondo un:

- Domestic.

Seguido al rato de un:

- Agent.

Hasta que ya nos aproximamos a la gran ciudad y los llamados a la aerolínea se volvieron llamados al hotel. Todo esto lo sé no sólo por mi afición a las conversaciones ajenas, acostumbrado como estoy a viajar sola, sino además porque el muchacho se inclinaba hacia adelante para hablar, en un afán que supongo iría ligado a su interés de que la máquina entendiera lo que estaba queriendo decir. Que llamaba por un vuelo local y que quería hablar con un agente.

La historia es más larga y la contaré en otra ocasión, lo interesante es que al final del día la pareja en cuestión se terminó quedando por la semana entera en NY, cuando iban básicamente al aeropuerto a buscar un vuelo que los llevara de vuelta a casa. Para cuando encontraron solución, suspiraron aliviados y algo, un ligero esbozo de sonrisa más allá del alivio en la voz de él me hizo pensar que la semana extra con la chica le venía increíble. Pensé que podría ser uno de esos casos en que una semana afecta a una vida por años y si acaso, cuando viejos y agotados, no mirarían atrás y encontrarían en todos estos malos ratos el catalizador de una vida distinta y nueva.


En el otro plano de la noticia, estoy tipeando esto en el subterráneo de la familia Tagarelli. Liz duerme en el sillón de arriba y a mí me tocó el futón de abajo. Conocí a la hermana del medio (a la menor la había conocido hace todos esos años) de Kait en el cierre familiar de una noche redonda: comimos delicioso y lo pasamos increíble. Fue bueno volver a ver (y hablar de fútbol) con Mamadou, reírme con Lorlette y a la vez compartir de nuevo con Kyle y Heidi, a quienes no veía desde un par de meses, en DC. Curiosa(y también muy típica)mente, el organizador, Ryan, no llegó. No es tan terrible porque el Jueves tenemos lo que promete ser una auténtica ODP (una Ozone Dance Party, para los lectores que no seguían este blog hace cuatro años) por estos lados. Ahí nos veremos las caras y nos reencontraremos con otro grupo, Liz vuelve mañana a su casa y Kait y Kyle tienen un matrimonio, pero será el turno de Natalie, Ian y otros tantos.

La postal del día, en un día que tuvo muchas postales, no deja de ser ese retorno en el tren interurbano. Kyle y Kait dormían al frente y Liz cabeceaba al lado mío. Más allá jugaban unos niños y sus papás procuraban que el ruido no despertara a su hermano menor. Afuera la nieve lo sepultaba todo y cada tanto andar alguien estaba intentando limpiar el camino con pala. En ese momento, y no antes como las chicas habían dicho, sentí que empalmaba con una línea de tiempo alternativa, como si no me hubiera ido nunca de vuelta a Chile. Antes, las chicas habían dicho que era como si el tiempo no hubiera pasado, pero para mí no: el desgaste de la experiencia lo percibo hasta en el roce mismo y mi mirada está bastante más pesada. Tus marcas en mi piel, cantaba el otro, pero no creo que le cantara al tiempo mismo.

O quién sabe.





No hay comentarios: