sábado, 11 de diciembre de 2010

Hey, hey, hey... (Otro de la homeostasis)

NO es el Goooordo Albeerto, pero qué más da. Usted sabe quién es. Y si no, investíguelo, hace bien.


Mientras hablamos, mi fiel y peludo asistente Chewbacca hace los cálculos para saltar al hiperespacio. 3 papers, 20 páginas para cada uno en promedio, 2 películas que ver, una bibliografía a revisar en promedio de 10 u 12 libros por paper, más los respectivos artículos por ahí, por allá. Saltos consecutivos el 17, 20 y después la imprecisión del último deadline. No la tiene tan fácil Chewie, pero es un navegante eficiente.

El mundo ha seguido girando y este Jueves salimos a celebrar que el semestre había terminado. Joel se había ganado un happy hour para todos en un sucucho local y allá fuimos buena parte de los aspirantes a la maestría en inglés. Si eso no resulta, al menos la maestría en ingesta alcohólica la tenemos más que ganada. Summa cum laude. De lo que pasó, no pasó, se dijo, se gritó, cantó y bailo esa noche no diré mucho. Bástese decir que Yours Truly figuraba al día siguiente con una sonrisa medio indeleble de oreja a oreja, afónico y ni todo lo cansado que podía haber estado. Lo que sí tengo que darle por notificado son:

NUEVAS PRUEBAS DE LA CONDICIÓN HOMEOSTÁTICA DE LA VIDA

Hoy: El día de los taxis.

Habíamos ido a ver Black Swan (Comentario más adelante) y teníamos que volver corriendo a la universidad para la clase de las 4:10. La peli terminó a la 3:50, así es que un taxi simple y barato bastaría para cortar la breve distancia y permitirme llegar justo y sin tener que sudarla tanto. El efectivo gesto de levantar el brazo completo en un ángulo de 115 grados sobre el tronco y el taxi que se detiene, no sólo por el gesto, sino porque su anciana pasajera venía llegando al cine, seguro que a ver Black Swan en la función de las 4, apurada desde su clase que debe haber terminado a las 3:40 o algo así. La anciana pasajera, eso sí, apurada como estaba, se olvido un billete de cinco dólares en el asiento.
Se lo devolvimos.  Fin del Acto Uno.

Comienzo del Segundo Acto y Final: madrugada en DC, habiendo el Metro cerrado sus puertas a las 12 no nos quedaba otra que irnos en flotillas de taxis. Todos para lados distintos, más o menos. Yo era el único con destino final Arlington, así es que caminé un rato con uno de los grupos que iba para Maryland, saqué efectivo del cajero más cercano y, llegado el momento, realicé el efectivo gesto de levantar el brazo completo en un ángulo de 115 grados sobre el tronco. El taxista me llevó por las vacías calles y autopistas de la manera más efectiva que recuerdo y el viaje, que no era corto, salió apenas quince dólares. Sí, apenas. He recibido y visto como otros reciben palos muchísimo más grandes por distancias muchísimo más cortas.
Transcurrida la distancia, dadas las instrucciones finales en la más raspada de mis voces, me bajé del taxi y no alcancé a cerrar la puerta cuando me di cuenta que se me quedaba un arrugado billete en el asiento.
Apenas llegué a mi pieza y cuando el calor de la calefacción central me estaba recordando que sí tengo facciones, saqué el billete del asiento. Veinte dólares. Pero, recordará usted, yo había sacado la plata de un cajero, no podía tener un billete tan doblado. Saqué el resto del dinero e hice arcas. Esos veinte no era míos. El universo me había regalado un viaje en taxi gratis.
Y cinco dólares, probablemente la propina de una anciana que llegó al cine muy apurada, quién sabe de dónde.

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