martes, 15 de diciembre de 2009

La Felicidad

Damas y Caballeros, yo sé que a muchos de ustedes les encantan esos posts en que [El Autor] comenta en su agudo estilo algún tema específico. Yo sé que le dan ganas de postear y usted mismo a veces se encuentra conmigo y me comenta lo bien que escribe [El Autor], y cada vez que lo hace es precisamente ha raíz de un post temático.

Como ya habrá podido anticipar, este no es un post temático. Si bien tiene título medio genérico y uno puede esperarse que se haga algún tipo de reflexión al respecto, la verdad es que no hay tal cosa, aún. Es más bien un acercamiento inductivo a la felicidad
[Flashback instantáneo: Hace ya unos cinco años esperabamos con Jo su turno para dar el examen de uno de sus ramos de Historia...me mira y me dice que en todo este tiempo siempre se le han confundido los significados de "deductivo" e "inductivo". Yo la miro y no se de dónde se me ocurre un peculiar gesto de manos "Piénsalo así INductivo como entrando desde lo particular y Deductivo como deduciéndole impuestos a lo general" Cinco años después todavía tengo que mover las manos para acordarme de cómo usar los métodos esos.]

El día de hoy partió caótico, acelerado. Se me habían perdido unos papeles que tenía que mandar y que afectarían claramente el curso del día. Por lo mismo llegué un poco tarde a la última jornada de trabajo en MideUC, y todo empezó a acumularse. Afortunadamente vinieron las pausas correctas, las llamadas precisas y todo empezó a repuntar
HASTA QUE
en venir a casa, imprimir unos papeles (sí, eso que estaban extravíados a las 7:50 am) fotocopiar otros tantos y partir a las cercanías del Metro Los Héroes, perdí una cantidad de tiempo enorme.La perdí en algún lugar entre mi segunda ducha del día y el almuerzo, la verdad. Llegué muy muy atrasado donde estaba lo más parecido a la Escuela de Correctores que he visto en mi vida. Gente con la que he trabajado a lo largo de estos dos años en lugares muy diversos y situaciones muy dispares se encontraban todos reunidos. Y fue gracioso, y surreal también, se sintió un poco como esos programas de la Hanna-Barbera donde se juntan personajes de diversas series y compiten. O sea como un crossover, con pésimo ritmo, andaban todos apurados y me saludaban por hordas, gente que me conoce a mí pero que no se conoce entre sí o que descubro que sí se conocen y todo es aún más raro. La ví a Ángeles, a quién no veía desde el verano y fue de lo más grato. Particularmente porque había en nuestros modos un trato especial, como de ser más amigos ahora, cuando efectivamente no habíamos invertido nada de tiempo en ser amigos. Se sintió bien. Como ver al Hermes (El Hermes, la verdad), la Chini (La Chini, la verdad) y a una plétora de personajes más.












Después me vine a casa y fui anfitrión de la más deliciosa de las visitas.
















Después, más tarde, recordé algo que Juan Manuel me había dicho al pasar. JM, a sabiendas de que mi respuesta podía ser positiva, me preguntó si acaso había visto el último capítulo de Californication. Le dije que no, que con todo esto de postular y dar pruebas y cosas me había perdido al menos de un par de capítulos.
"Queda la cagada", me dice. Y guarda un silencio impecable. Pensé que sería una situación más bien sobrecargada, como a veces lo son en esa serie, antes de que los nudos argumentales se suelten y llegue el final de temporada.
Pero lo recordé, más tarde, cuando ya estaba solo en casa y sentía que no podría dedicarme al trabajo intelectual y que, en efecto, quería prolongar la grata sensación del día viendo algo que me gustaría mucho ver. Los capítulos los había dejado bajando antes, cuando había pasado por casa a buscar los susodichos papeles. Entremedio me llamó Jo, que estaba en su sesión de compras navideñas y siempre es tan grato acompañarla, aunque sea así, a la distancia.
Y ví el primer capítulo que me faltaba, y que no era el que JM me había mencionado y estuvo bien.

Después caí en cuenta que el capítulo que JM me había mencionado era, en efecto, el final de temporada.
Y cuando terminó, pasaron unos largo cuarenta y cinco segundos. Sonaba, aún, "Rocket Man". Flashback al fin de la primera temporada con "You can't always get what you want" Flashback al final de la segunda...cuarenta y cinco segundos pasaron. Yo me paré del sillón, de ese sillón que se me ha hecho saber que es tan incómodo.
Me paré, cuarenta y cinco segundos después y dije, en voz alta para que nadie me escuchara

"Conchasumadre".

Y me sentí perfectamente dichoso del arte de la ficción, de poner una guinda tan particularmente dramática a un día que se había ganado la perfección más por redención instántenea que por mérito trabajoso, de que esto estuviera pasando aquí y ahora. Salí a caminar, dí una breve vuelta por La Plaza Ñuñoa (La Plaza, la verdad), mirando a la gente, sintiéndola tan irreal, sonriendo tanto, mirando a las parejas jóvenes, a la gente que sonríe de vuelta. Respiré el aire y la noche que estaba tan tan hermosa. Pensé en Hank Moody, pensé en cómo pasé los últimos cuatro años de mi vida aprendiendo a vivir un poco como él, pensé en cómo mis dos mejores amigos tienen tanto de él, de ese arquetipo masculino; pensé en cómo mi padre me dió ese ejemplo, como lo he evitado y perpetuado por partes iguales. En un punto de la breve caminata pensé que era el momento de caminar a casa, abrir la puerta sigilosamente y darle un beso a mi viejo, sin que este se enterara de nada....

Porque la felicidad (La Felicidad, en verdad), amigos míos, a veces aparece y magnifica todo. A veces llega en un día de caóticos atrasos, de planes que pueden o no concertarse, de encuentros con amigos y conocidos de la vida, de la recomendación precisa de la serie perfecta. Serie que yo mismo le había recomendado a Juan Manuel en el verano, cuando trabajamos con Ángeles. Porque la felicidad que desborda y empapa todo, todo esto no está en nada de lo que este post puede poner por escrito. Está ahí, en esos espacios en blanco que usted tan bien ha intuído.


Y está bien que así sea.


Gracias por leerme, siempre.

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